De la sociedad para la sociedad, historias de voluntariado que demuestran que todo es posible - Ahora
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De la sociedad para la sociedad, historias de voluntariado que demuestran que todo es posible
DE LA SOCIEDAD PARA LA SOCIEDAD, HISTORIAS DE VOLUNTARIADO QUE DEMUESTRAN QUE TODO ES POSIBLE
Voluntariado
Cruz Roja
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parte 1 historias voluntariado
Todo es posible “con una pequeña ayuda de mis amigos”, cantaban los Beatles. Y es que cualquier persona puede necesitar un respaldo, un impulso, una mano a la que aferrarnos en algún momento de nuestra vida. Por ello, la labor de las personas voluntarias es quizá más crucial hoy en día que nunca: gracias a su solidaridad y esfuerzo mucha gente ha logrado (y logra) salir adelante en momentos difíciles. Y no se puede decir que el año 2020, y lo que llevamos de 2021, haya estado exento de retos.
Con la irrupción de la COVID-19, las personas de riesgo y mayores de 65 años que colaboraban con Cruz Roja se encontraron con más obstáculos para poder participar de forma activa. Pero ni siquiera así el voluntariado se detuvo. Las cifras lo demuestran.
El voluntariado es una actitud, una filosofía, una forma de vivir
Más de 67.000 personas voluntarias han participado en el Plan Cruz Roja RESPONDE, de las que más de 27.000 son nuevas personas que se han sumado al voluntariado de Cruz Roja para hacer frente a las consecuencias de la COVID-19. Muchas de esas personas, son menores de 30 años. Aunque, si hay algo claro respecto al voluntariado de la Organización, es que este no tiene edad.
El 8 de mayo se conmemora el Día Mundial de la Cruz Roja y la Media Luna Roja en recuerdo del nacimiento de su fundador, Henry Dunant. Una fecha para apuntar en la agenda y recordar que, cuando se trata de ayudar, o de hacer llegar la ayuda a donde sea, a las personas voluntarias nada las detiene. Las siguientes historias de voluntarios y voluntarias de Cruz Roja lo demuestran.
parte 2 historias voluntariado
A falta de palos de trekking, buenos son palos de escoba
El temporal Filomena llegó con el recién estrenado año nuevo 2021. Apenas habían pasado unos días de enero cuando todo Madrid (y otras partes de España) se cubrieron de nieve. Una situación que trajo consigo no pocos retos, tanto por las bajas temperaturas de la ola de frío como por el colapso y parálisis que sufrieron las comunidades que se vieron afectadas. Lo sabe bien Vanessa García Espada, una joven de 29 años y voluntaria de Cruz Roja en Aranjuez.
“Salí de trabajar y las carreteras ya estaban bastante mal”, narra esta auxiliar de enfermería y técnica en emergencias sanitarias. Decidió quedarse en casa de su cuñada (voluntaria también de Cruz Roja) hasta que la situación mejorara. Sin embargo, ambas se dieron cuenta pronto de que no se daba abasto a todas las necesidades que estaban surgiendo. ¿Solución? “Pensamos en vestirnos y bajar andando hasta la base”, resuelve Vanessa. Desde Ontígola, el pueblo donde estaban ambas, hasta Aranjuez hay cerca de cinco kilómetros.
Desde Ontígola, el pueblo donde estaban ambas, hasta Aranjuez hay cerca de cinco kilómetros
Cinco kilómetros que recorrieron a pie, con las bajas temperaturas y la nieve como principales compañeras. “No teníamos ni palos de trekking, así que cogimos un palo de fregona, le quitamos la fregona y allá que fuimos”, cuenta Vanessa.
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parte 3 historias voluntariado
Cuando llegaron a la base de Aranjuez, no se encontraron con un escenario mucho mejor. La ambulancia estaba atrapada y prácticamente nadie había podido llegar. Tocó ponerse manos a la obra y retirar la nieve para poder poner las cadenas y salir. “Si fue duro llegar andando, lo peor fue cuando llegamos. Todo estaba congelado”, incide esta voluntaria.
“Aun así, todo tuvo sentido”, admite Vanessa, a la que no le tiembla la voz al recordar los hechos. Una vez operativas, empezaron a atender los avisos. Mientras que las patologías más graves -cuenta esta joven-, ya habían sido resueltas, quedaban todavía otras muchas peticiones que había que gestionar. “Estuvimos toda la tarde y la noche sin parar. Literal”, afirma Vanessa, extenuada al recordar la dureza del momento.
Y es que el cansancio no fue solo emocional, sino también físico. “Dentro de los pueblos o ciudades no podíamos circular, así que teníamos que ir con las cadenas. Pero, cuando salíamos a la A4, teníamos que quitarlas porque ya había zonas despejadas. Y así cada vez que entrábamos o salíamos de algún sitio”, relata Vanessa, que cuenta que estuvieron atendiendo específicamente los avisos leves y comunicándose continuamente con el centro de coordinación para organizarse.
¿Anécdotas de lo vivido? A montones. “Un señor trajeado, en Valdemoro, vino a ayudarnos con las cadenas. Le dijimos que no hacía falta, que no se preocupara. Pero nos dijo ‘si nos estáis ayudando, nosotros también necesitamos ayudaros para que lleguéis a tiempo a las emergencias’. Y la cara de felicidad de la gente cuando llegábamos”, recuerda Vanessa.
Esta voluntaria, que lleva ya una década en Cruz Roja, no duda de su futuro en la Organización. “No lo voy a dejar nunca”, dice tajante. En Cruz Roja, cuenta, ha encontrado a una gran familia en más de un sentido: de hecho, su pareja también forma parte del movimiento. “En realidad, Filomena nos sirvió para pasar tiempo juntos. Compartimos batallas de todo lo que vivimos”, expresa. Para los siguientes diez años (o los que vengan), Vanessa tiene energía de sobra.
parte 4 historias voluntariado
Pilas que cambian vidas
A Rubén González, como a tantas otras personas, la COVID-19 le obligó a replantearse las cosas y reordenar las prioridades. Unos días después de que se hubiera decretado el confinamiento, decidió aportar su granito de arena y convertirse en voluntario de Cruz Roja, desde donde estuvo colaborando, por ejemplo, en el reparto de comida por los pueblos de la sierra de Francia, en Salamanca.
Junto a su compañera Pilar, de Cruz Roja Salamanca, Rubén vivió momentos inolvidables que recuerda ahora con cariño. En uno de los repartos, precisamente, tuvo lugar una escena que ha quedado grabada a fuego en su mente. Una misión que, no por sencilla, resulta menos importante: tuvieron que llevar unas pilas a una pareja de personas mayores con audífonos que, ante la ausencia de estas, no podían comunicarse ni entre ellos ni con su entorno.
“Querías darles un abrazo; decirles que estábamos allí para ayudarles en lo que fuera”, dice Rubén
“La cara que pusieron, la alegría que tenían… era inexplicable. Maravilloso”, cuenta un todavía emocionado Rubén al rememorar el momento en que les entregaron las pilas. “La verdad es que es una experiencia que te hace querer ayudar a más gente. Resulta difícil de explicar. Hay que hacerlo para poder sentirlo”, añade.
“Daban las gracias de mil maneras, incluso te ofrecían cosas de comer, pero claro, no podíamos acercarnos mucho. Querías darles un abrazo; decirles que estábamos allí para ayudarles en lo que fuera”, dice Rubén. Y es que estas pilas, si estaban cargadas de algo, era de solidaridad.
parte 5 historias voluntariado
Cuando la edad no lo es todo
Áurea Cuenca tiene 85 años, pero no para. Esta voluntaria de Cruz Roja en Andújar (Jaén) colabora con la Organización porque su pasión siempre ha sido “hacer cosas con las manos”. Por ello, se encarga de crear diferentes piezas para la delegación (muñequitas de adorno para llevar en el pecho, portarretratos, servilleteros) y también enseña a otras alumnas (“más jóvenes que yo”) a introducirse en el mundo de las manualidades.
Peluquera de profesión, aprendió a pintar cuando se jubiló su marido y, al llegar Cruz Roja a su barrio, no dudó en acercarse
“No puedo estar en mi casa metida sólo haciendo las cosas de la casa. Tengo que tener una obligación, necesito tener una responsabilidad, así que fui a ver si podía colaborar en algo”, cuenta Áurea. “Aunque no seas maestra, puedes enseñar de lo que tú sabes”, añade esta voluntaria que habla con voz enérgica y asegura estar deseando volver a los encuentros presenciales cuando se pueda. Quizá por ello, dice, ha llevado el confinamiento “regular”.
¿Su pintor favorito? "Julio Romero", dice Áurea sin dudar. También advierte que, cuando se pone a pintar, se concentra tanto que ni tan siquiera oye. “Que no me hablen, que estoy en lo mío”, apunta.
Colaborar en Cruz Roja, asegura, le hace sentir bien, y le distrae. “Cuando no hago nada, me pongo mala”, confiesa. Macramé, pintura, goma EVA, maceteros… lo cierto es que a Áurea no se le resiste nada. “Cuando tengo una cosa que está hecha de otro material, enseguida veo cómo lo puedo hacer con algo que yo tenga”, concluye. Lo dicho: la edad no lo es todo.
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Madre e hija acompañando a las personas que más lo necesitan
Sheila, una joven de 19 años de Petrer (Alicante), se encontraba opositando para militar cuando estalló la pandemia. Unos amigos le comentaron la labor que estaba realizando Cruz Roja y no se lo pensó. “Quiero ayudar, que seguro que hace falta”, se dijo a sí misma. Se apuntó por la web y enseguida se pusieron en contacto con ella.
“He ido a casa de personas mayores a llevarles la compra, medicamentos… también seguimiento telefónico, y ahora más reparto de alimentos”, comenta Sheila que recuerda, en concreto, un episodio que le marcó. “Fui con un compañero a casa de una señora a llevarle la compra y los medicamentos. Cuando llegamos se puso a llorar de alegría. Le dolía la espalda, y su hijo, que estaba en otro pueblo, no podía venir”, cuenta esta voluntaria, que reconoce que siente “mucha felicidad” al ayudar a los demás.
Tanto es así, que no ceja en su propósito de contagiar su vocación a su entorno, incluyendo a su madre, que también ahora es voluntaria de la Organización. “Lleva unos meses haciendo reparto de alimentos y ayudando a personas que no tienen trabajo a hacerse el curriculum, o aprender cómo buscar trabajo”, comenta con una sonrisa. “El voluntariado se lo recomiendo a todo el mundo”, insiste.
De hecho, la opinión de Sheila es que, si se tiene tiempo libre, es una actividad que aporta en todos los sentidos posibles. “Es bueno hacerlo alguna vez en la vida porque resulta muy grato. Te llena”, cuenta. “Además, también te olvidas de tus problemas”, añade.
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Un voluntariado que traspasa fronteras
A Juanma Belmonte, estudiante de doctorado de la universidad Pablo de Olavide de Sevilla de 35 años y voluntario de Cruz Roja, le cuesta recordar todas las actividades que ha realizado en los seis años que lleva colaborando con la Organización: ha participado en el Plan Cruz Roja RESPONDE, ha hecho formaciones y gestión de voluntariado, ha ayudado a personas mayores e inmigrantes… Y, además, ha ido más allá de las fronteras nacionales. Concretamente, a Burkina Faso y Burundi.
En Burkina Faso, Juanma se integró dentro del plan de comercialización del karité, producto que trabajan un colectivo de mujeres de la zona que visitó. Durante los dos meses que estuvo como voluntario de Cruz Roja, se convirtió en un apoyo tanto en la creación del propio plan como en la toma de contacto con distintas multinacionales para ofrecerles el producto. “Fue una experiencia espectacular”, confiesa Juanma. De hecho, cuenta, todavía mantiene contacto con las personas que conoció durante su estancia.
Solo un año y medio después, Juanma se fue tres meses a Burundi
En ese caso, el proyecto era de desarrollo. “Ves la importancia de un movimiento como Cruz Roja: el empaque”, cuenta. En Burundi fue plenamente consciente de la situación de pobreza del país, y de la labor que realiza la Organización en todas sus dimensiones. Para este voluntario de Huelva que siempre ha fijado sus ojos en la cooperación internacional, ambas experiencias resultaron fundamentales para su crecimiento profesional y personal.
Juanma, que se encuentra en estos momentos realizando su doctorado en Derechos Humanos, también es candidato a uno de los prestigiosos premios de la Fundación Esplai a la Ciudadanía Comprometida. Eso sí, advierte, eso no cambia en absoluto su vocación. “Uno no hace el voluntariado por los premios; lo haces, en mi caso, porque te compensa psicológicamente. Puede parecer un cliché, pero es real: te abre muchas posibilidades, y a nivel personal, puedes sentirte útil, ayudar a otra gente, conocer a otras personas…”, cuenta Juanma.
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parte 8 historias voluntariado
No hay barreras si la voluntad es fuerte
Carmen Jiménez, voluntaria de Cruz Roja en la Asamblea Comarcal del Jarama (Madrid) de 25 años, se ha convertido en la primera española con Síndrome de Down en haber hecho un Erasmus. Técnica en Farmacia y Parafarmacia, hace tres años puso rumbo al país vecino, Portugal, para enfrentarse a una experiencia nueva que le ha resultado muy enriquecedora a todos los niveles.
De su voluntariado de Cruz Roja, destaca su colaboración con el programa de Intervención Social. “Se hacen lotes, recogida de alimentos, de material escolar… también he hecho campañas puntuales para las que me han llamado. Me gusta mucho hacer esto”, confesaba en Zona Creo hace un tiempo.
El equipo es otro de los puntos que resalta Carmen al valorar su actividad en la Organización. “Tienen que estar muy orgullosos”, reflexionaba. Esta madrileña, que se define como “valiente y luchadora”, también recalca que las barreras “nos las ponemos nosotros mismos”, y que se pueden superar con “esfuerzo y apoyo”. Por todo ello, no cabe duda, Carmen seguirá su camino con todo el empeño del mundo.
parte 9 historias voluntariado
Voluntariado en Cruz Roja
Si estas historias te han inspirado y motivado y quieres apuntarte a Cruz Roja, encontrarás más información aquí. Podrás ver todos los tipos de voluntariado que tienes a tu disposición y encontrar el que más se ajusta a tus posibilidades.
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