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Brilla el sol
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Actualidad Emergencias Internacionales
de
23
2020
23 de setembre Brilla el sol

Hace casi 5 meses que la vida que la vida cambió para miles de personas, yo incluido. Hace casi 5 meses que una especie de sombra inundó todos los países del mundo, o, al menos, la mayoría de ellos.

Como médico me tocó vivir esa sombra en todos sus sentidos. Por un lado, en el físico, en el explícito. La vida se reducía a estar en casa, en el coche o en el centro de salud, caminando rápido y preocupado cuando tocaba desplazarse al aire libre. Pero, sobre todo, me tocó vivir la otra sombra, la que no se veía, la que nunca se verá. La sombra del miedo, del dolor, de la preocupación, de la incertidumbre.

Poco a poco, a finales de mayo, principios de junio, un pequeño claro fue abriéndose. Empezamos a pasear, a vernos y a compartir experiencias. Parecía que la sombra iba atenuándose.

Sin embargo, no era del todo así. Y todas las personas que tenemos familia y amistades lejos, en otras partes del mundo, vimos como la sombra, más que atenuarse, se movía. Los casos en Sudáfrica y Colombia se disparaban, mientras en otros países, como Tanzania, la falta de datos, la incertidumbre, era lo que sembraba oscuridad.

Me vine a vivir a este último país, como miembro de la Cruz Roja Española, a finales de junio. Apenas se podía ver de la cantidad de sombra que había, que hay, sobre este punto de África del Este. La incertidumbre era (y es) máxima. Mientras Tanzania se erige como uno de los pocos países del mundo que no comparte datos oficiales sobre el avance de la pandemia, agencias de comunicación internacional, como la agencia Reuters el 7 de julio, daban información sobre el número de tests por millón de habitantes. En Europa, de media, 74.255; en África, de media, 4.200; y en Tanzania menos de 65 tests por millón de habitantes. Esto, unido a que fuentes no oficiales de los países vecinos aún siguen reportando gran cantidad de casos entre las personas inmigrantes de origen tanzano, y la noticia del Ministerio de Salud de Tanzania a principios de julio, informando sobre el cierre definitivo de todos los centros de salud dedicados a la COVID dando la pandemia por finalizada, no ayudaban a mitigar la tensión.

Llegué en un avión fantasma en el que azafatos y azafatas iban vestidas como astronautas. Llegué entre miles de medidas de precaución y me metí a un confinamiento preventivo de dos semanas. Se oía, se olía África, pero, por responsabilidad social, había que esperar para verla, vivirla, disfrutarla.

Pasaron las dos semanas y llegué a Kigoma. Y, desde entonces, no he vuelto a ver sombra, ya casi no me acuerdo de la sombra.

La vida aquí funciona con normalidad, con gente en las calles, con miradas, con sonrisas. La gente interacciona, se abraza, se coge de la mano. La calle está repleta de colores, de risas, de voces, de música… de vida.

Incluso a nivel profesional, las oficinas tienen gente, tienen ruido. Nos movemos a terreno y, aunque con más protección y precaución que antes, seguimos trabajando mano a mano con gobiernos locales y, sobre todo, con la población local formando y promocionando buenas prácticas en materia de salud. Mano a mano y codo con codo, seguimos trabajando con normalidad, recolectando las unidades de sangre necesarias para prepararnos para lo que de verdad asusta aquí, la ola de malaria que tendremos que surfear en la temporada de lluvias.

La falta de información en el África, o en las Áfricas subsaharianas siempre ha hecho que, desde el Norte, se les oculte bajo una sombra que nos impide, al mundo en general, disfrutar y aprender de su cultura, su gente y su inmensa riqueza.

Hay incertidumbre, mucha, y no se puede ocultar. Pero hay luz, muchísima luz. Creo que, a veces, cuando el acceso a la información es difícil, 3 noticias determinan una realidad que no siempre es real. Creo que, muchas veces, nos falta bajar a la gente, a las personas, a los hombres y mujeres que viven esos cientos de realidades distintas para saber de verdad cómo son, cómo es la vida en estos países que muchas veces condenamos a la penumbra.

Creo que después de estos meses, cientos, miles de personas necesitábamos un poco de luz, un poco del sol. Sintiéndome afortunadísimo, os digo que aquí, en esta ciudad a orillas del lago Tanganyika, el sol brilla alto y muy, pero que muy fuerte.

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