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Mar Abad: “Las palabras que utilizamos son las que hacen que el mundo sea de una forma u otra”
LA MIRADA DE
MAR ABAD
“Las palabras que utilizamos son las que hacen que el mundo sea de una forma u otra”
MAR ABAD
19/10/2022
ESCRIT PER:
ENTREVISTA PER:
Silvia Llorente
19/10/2022
ESCRIT PER:
ENTREVISTA PER:
Silvia Llorente
Periodista y escritora

Mar Abad explora (y exprime) las palabras. Lo hace a través del sello de podcast del que es cofundadora, El Extraordinario, donde desarrolla gran parte de su vida profesional, y más concretamente en las colaboraciones que hace centradas en el lenguaje en medios como Archiletras o elDiario. Y es que el lenguaje es una herramienta de comunicación muy poderosa, a la que vale la pena prestar toda nuestra atención, pues también supone una forma de construir el mundo que nos rodea. De definir, o describir, cómo queremos que sea. Abad, pura sensibilidad (eso también es lenguaje), nos habla de todo ello más en profundidad a continuación. 

Periodista y escritora

¿Qué es el lenguaje para Mar Abad? 

El lenguaje es todo. Ahora mismo, si tú y yo estamos hablando, es por el lenguaje. El lenguaje es la manera que tengo de conocer y relacionarme con el mundo hasta tal punto que las palabras que utilizamos son las que hacen que el mundo sea de una forma u otra. Los japoneses, por ejemplo, tienen un vocabulario amplísimo para describir la belleza y la estética: le prestan más atención, saben ver mucho más los matices; o los gallegos, que tienen más de 80 palabras para referirse a la lluvia. Si cuentas con todos esos matices, sabes distinguir más, este asunto tiene más presencia, que si solo tienes una palabra para hablar sobre la lluvia. Tener palabras hace que veamos el mundo material de una manera u otra. 

Pero lo más interesante (y es algo que estoy pensando e investigando y hablando con científicos) son las palabras que utilizamos para hablar de las emociones. La palabra “alegría” y la palabra “tristeza” no son bloques estancos: son procesos que tendrían que ir cambiando. La alegría: qué distinta es la alegría si has conseguido un premio, si ha venido una persona a pasar el día contigo, o si estás disfrutando del sol que entra por tu ventana. Estamos utilizando la misma palabra para cosas que no tienen nada que ver. 

El lenguaje nos influye en nuestra manera de sentir, de conocer, de aprender, de relacionarnos con los demás y con nosotros mismos. Es muy importante para conformar nuestra vida individual, y como sociedad. Si no tuviéramos lenguaje y palabras seríamos otros. Por ejemplo, los pájaros no tienen palabras y se relacionan con el mundo de otra manera. Acabo de leer un libro sobre esto, y los animales tienen otras gramáticas de comunicación con un funcionamiento completamente distinto: olores, cantos, vibraciones, bailes. Somos humanos porque tenemos lenguaje, si no seríamos otra cosa; no sé si mejor o peor, pero sí algo distinto.

¿El lenguaje puede (o debe) ser una herramienta de inclusión?  

Por supuesto. Somos animales políticos (en el sentido amplio de la palabra “política”, no solo en cuanto a un partido u otro), y como tales, cualquier cosa que sea nuestra herramienta, como el lenguaje, pero también la sensibilidad, el afecto o la comunicación tendrían que servir para ser inclusivo y para limar una de las grandes tragedias que existen, como es reducir la brecha entre ricos y pobres. Sin embargo, si miras lo que ha pasado estos últimos 50 años se te quitan muchas esperanzas en la humanidad. 

Aunque el lenguaje inclusivo es cada vez más una realidad, instituciones como la RAE insisten en que el uso genérico del masculino gramatical no supone ninguna discriminación. ¿Qué piensas tú? 

Pienso que la RAE está ahí para dictar sus normas, recoger el uso del lenguaje, a veces dar sus recomendaciones… pero el que manda, y el que se impone, es el lenguaje de la calle, la sensibilidad y la moral de cada momento. El lenguaje es uno de los sitios realmente democráticos donde se impone lo que hace la mayoría. Lo que digan los académicos es fantástico y muy respetable… pero en el lenguaje manda la calle, sin lugar a dudas. 

¿Cómo se incorpora el lenguaje inclusivo, o ese lenguaje de la calle que comentas, en discursos escritos, donde puede ser más complejo a veces utilizarlo de forma natural y sencilla?  

Yo creo en la libertad individual y en la creatividad individual. Están las normas, y debemos distinguir los contextos y qué lenguaje utilizamos en cada uno de ellos, pero también tenemos nuestro micropoder político de escoger cómo queremos comunicarnos en cada uno de nuestros actos. Nuestra manera de hablar influye en la que imagen que proyectas: en el mundo que quieres construir.  

A mí utilizar “ellos” y “ellas” no me molesta (aunque no soy usuaria, porque para mí ralentiza), pero si estoy en un grupo en el que hay más mujeres que hombres, hablo en femenino. Porque es justo y porque quiero. Y me dan igual las normas. Ningún hombre se tiene que molestar por emplear el femenino (y si se molesta es su problema). Venimos de milenios en los que las mujeres han estado invisibilizadas. Si en mi micropoder puedo hacerlo, lo voy a hacer, porque para algo el lenguaje es una cosa mía. Hay cosas sobre las que no puedo decidir (el sistema, el gobierno solo con un voto...), pero la forma de hablar es una de las cosas sobre las que realmente podemos mandar cada uno.  

Por tanto, por supuesto que hay que hacer el lenguaje inclusivo. Y hay que respetar. Si no te gusta el neutro “e”, no lo utilices, pero si alguien quiere hacerlo, está en su libertad. Como yo si digo pasmado o pasmao. Yo al decir esta palabra no pronuncio la “d” intervocálica. Pero, ¿a qué me entiendes? La función del lenguaje es esa, y que yo pueda expresar lo que siento, lo que es mi vida en este mundo, lo que quiero construir. Es tan ideológico, pero también tan bonito ese pequeñito poder... y si yo quiero que el mundo sea de una determinada manera, lo voy a verbalizar para intentar construirlo así en la medida de lo posible. 

Tenemos que conocer las normas ortográficas y gramaticales, pero, una vez las conocemos, con criterio también podemos decidir cómo queremos hablar. Y hablamos de una manera u otra según el contexto. Lo maravilloso del lenguaje es que es monolítico. Tiene más creatividad que vestirse o maquillarse. Puedes hablar como quieras. Solo cambiando el registro del lenguaje, cambia radicalmente la forma de ver el mundo, incluso el humor con el que te lo tomes.  

¿Hasta qué punto el lenguaje debe mutar para adaptarse a las nuevas realidades o mantenerse siempre igual? 

El lenguaje cambia solo. Cuando empezamos a plantearnos hasta qué punto podemos decir algo, o forzar algo… yo creo más en la evolución y en la naturalidad. Cuando cambia las generaciones, cambia el lenguaje; cuando cambian las sensibilidades, cambia el lenguaje. Quizá lo puedes retrasar, pero resistirse a ello no funciona.  

Tampoco estoy de acuerdo en forzar el cambio porque provoca mucho rechazo. Entiendo la pasión, las prisas y las ganas, pero me decanto por la estrategia y cierto pragmatismo. No podemos decirle a la gente cómo tiene hablar, porque vamos a encontrarnos con muchos enemigos y este cambio que se iba a producir lentamente de manera natural y evolutiva provoca una acción-reacción. Y, ante cierta revolución, siempre hay una contrarrevolución.  

El lenguaje políticamente correcto, por ejemplo, creo que nos puede crear más enemigos que amigos. Coincido en la intención, pero insisto: creo que tenemos que ser más tácticos. Respeto las prisas y las intenciones, pero a veces es mejor que algunas cosas sigan su evolución para no encontrarse con una opción salvaje, y muchas veces cabreada.  

¿Qué opinas de las abreviaturas y los acrónimos que inundan las redes sociales? 

Me encanta todo nuevo lenguaje que se adapte a las nuevas situaciones y a las nuevas tecnologías, a las nuevas modas o a las nuevas generaciones, que tienen todo el derecho del mundo a construir el mundo como les dé la gana. Me parecen fantásticos todos los cambios que ha traído lo digital. Una explosión de creatividad. 

Las abreviaturas, por ejemplo. Son lo más antiguo del mundo, porque los egipcios hace 2500 años escribían algo en piedra y ya lo hacían así. Imagínate que pereza ponerte a picar piedra al sol en Egipto si no hubieran utilizado abreviaturas. Las abreviaturas hasta salvan vidas: salvaban vidas.  

Estoy muy a favor de las abreviaturas, de los emojis, de los memes, de los stickers… todo eso es lenguaje, y es gráfico. No pensemos que el lenguaje son solo las palabras (que son maravillosas, pero son solo una pieza más). Todo es lenguaje: cómo nos miramos, cómo nos movemos; hasta el brillo de los ojos es lenguaje. 

Publicabas hace poco un artículo sobre la necesidad de hablar claro. Es un tema especialmente importante en ciertos ámbitos burocráticos, donde a veces la comunicación no es tan transparente como debería serlo, ¿cómo se puede hacer ese cambio hacia un lenguaje más entendible para todos y todas? 

Ya hay iniciativas en España fabulosas en este sentido. Este movimiento del lenguaje claro viene de los anglosajones desde los años 70, pero aquí personas como Mario Tascón y Prodigioso Volcán, Arsenio Escolar o Estrella Montolío también lo están liderando y trabajando con administraciones para que se tome consciencia de ello.  

Es tan básico como hacerle las cosas más fáciles a la gente. Venimos de una tradición (por la parte literaria) del siglo XVIII bastante equivocada y que por desgracia sigue existiendo: las palabras rimbombantes, las frases largas, los tecnicismos… como si, cuanto más complicado, más culto: más elevado. Y es justo lo contrario.  

El lenguaje complicado es oscuro. Es complejo y feo. Pero el esfuerzo que requiere hacer las cosas sencillas es lo que a la gente le cuesta más porque venimos de ese prejuicio. Algo tan fácil como: «Firme usted aquí». Está comprobado que es lo que mejor funciona. Es lo más fácil para todos, lo más democrático, lo más cívico, lo más solidario. Después de todo, un papel de la administración le va a llegar a todo el mundo, gente que ni siquiera tiene la ESO. Hay que ponérselo fácil. Creo que hay que hacer un hackeo salvaje para empezar de cero en este sentido. Y luego hay que insistir mucho en las esferas públicas, en las oposiciones... Hay que hablar más claro. No solo hace la vida más fácil, sino que el lenguaje es más bello así.   

¿Crees que cuando utilizamos los diminutivos para hablar con niños y niñas y personas mayores en cierto modo los y las infatilizamos, e incluso contribuimos a su exclusión? 

Este es un tema interesante. El edadismo se da mucho en nuestra sociedad: cómo marginamos a los mayores. Pero yo ahí no tengo las cosas claras. Tengo la suerte de trabajar en un proyecto de salud mental, y he aprendido muchísimo de psiquiatras espectaculares. Una psiquiatra especializada en personas mayores decía que es bueno que intentemos no infantilizar, porque a lo mejor una persona mayor puede ser una eminencia, una catedrática o una científica maravillosa, y ahí estamos, diciéndole “tómese su pastillita”, actuando como si fuera un bebé. Y así la denigramos. Si una persona mayor está lúcida, está perfectamente bien, me parece terrorífico infantilizarla, porque le estás quitando todavía su autoridad.  

Sin embargo, como me gusta mucho el lenguaje y leo mucho, también he leído a antropólogos, sociólogos, psicólogos que dicen lo siguiente: cuando nos acercamos a un bebé, tendemos a hablar con la voz aguda, con diminutos. Yo antes pensaba que esto era estúpido, ¿por qué los tratamos con esas musiquitas? Pero en realidad nos sale así porque es instintivo. Los bebés prestan atención a la prosodia, a la musiquita de las palabras. Y cuando una persona es muy mayor, lo que necesita más que información, es cariño, porque se está volviendo débil, y por eso creo ahí deberíamos seguir el instinto. Somos tan racionales que a veces se nos olvida esto. 

A mí me pasa. Cuando me acerco a una persona débil (quizá porque los andaluces somos muy tocones también), enseguida me sale acariciarle el brazo, o alguna palabra más dulce sin pensar. En ese caso, creo me dejaría guiar por el instinto natural. Cuando vemos un bebé y lo abrazamos; cuando vemos a una persona desvalida, y queremos dedicarle un diminutivo o apretarle las manos. Creo que lo hacemos porque es un gesto humano, y lo primero que somos es humanos. Y luego hablamos y racionalizamos. Pero si a ti te nace darle un achuchón… pues lo haces.  

Eres cofundadora del sello de podcast El Extraordinario, donde contáis, entre otros temas, una variedad de historias que precisamente ponen el foco en eso tan especial que hacemos a veces los seres humanos. ¿Es el ser humano verdaderamente extraordinario? 

Antes puede que haya sido un poco pesimista, pero sí, por supuesto: el ser humano es extraordinario. Cuando vemos las cosas que hemos conseguido te das cuenta. Una de las cosas que más admiro es la ciencia. La ciencia es el afán de superación por hacer la vida mejor; reducir enfermedades, la mortalidad…  

Pero, más allá de eso, a mí lo que más me conmueve es lo pequeñito, lo que pasa en tu barrio, en tu familia. Ese pequeño gesto. “Te he traído esto porque me he acordado de ti, porque dijiste no sé qué”. Un mensajito. Ese pequeñísimo esfuerzo que vale tantísimo para mí es lo más extraordinario.  

Otras cosas que a mí me hacen muy feliz son esas luces que van sosteniendo el día. Que alguien te escriba, encontrarte a alguien inesperado, reírte… esos pequeños momentos forman la grandeza de la vida. Es espectacular. A veces nos perdemos porque tendemos a quejarnos mucho, pero solamente mirar el sol que entra por mi ventana, estas plantas preciosas que tengo aquí, estar tomándome mi té favorito… esas pequeñas cosas son la verdad de la vida.  

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