Santiago Moreno: “Tratar el VIH hoy es más seguro y manejable que tratar muchas otras enfermedades crónicas” - Ahora
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Santiago Moreno es uno de los referentes en España en el estudio y tratamiento del VIH. Médico especialista en enfermedades infecciosas con más de 30 años de experiencia, ha sido testigo de la transformación del virus de una sentencia de muerte a una enfermedad crónica controlable. Además de su labor clínica, Moreno participa activamente en la educación y sensibilización sobre VIH, abordando tanto los avances médicos como los retos sociales, incluyendo la prevención, la salud mental y la lucha contra el estigma que todavía persiste.
Has sido testigo de la evolución del VIH desde sus inicios en España. ¿Cómo ha cambiado su enfoque clínico y humano a lo largo de las últimas décadas?
La evolución ha sido extraordinaria. Al principio nos enfrentábamos a una enfermedad desconocida, causada por un virus nuevo y altamente infeccioso, para el que no existían ni métodos diagnósticos ni tratamientos efectivos. Durante los primeros quince años, hasta mediados de los 90, vimos un aumento progresivo de diagnósticos y muertes. Era un verdadero tormento: no importaba lo que hiciéramos, no podíamos aliviar el sufrimiento ni mejorar significativamente la supervivencia de los pacientes.
El gran cambio llegó en 1995, con lo que muchos llamaron un milagro: se descubrió que combinando varios fármacos se podía controlar el virus. Ese fue el inicio del tratamiento antirretroviral de alta actividad. Desde entonces, las noticias han sido buenas: los tratamientos han evolucionado hasta ser mucho más eficaces, mejor tolerados, menos tóxicos y, además, más accesibles económicamente. Hoy, existe una sola pastilla diaria que, si se toma correctamente, controla el VIH en prácticamente todos los pacientes, con muy pocas reacciones adversas y sin causar daño a órganos del cuerpo.
Incluso la investigación continúa avanzando: ya contamos con inyecciones que se aplican cada dos meses, lo que reduce la medicación a seis aplicaciones al año. Por tanto, imagínate la diferencia: de aquellos primeros años en los que un diagnóstico era casi una sentencia de muerte, hemos pasado a un escenario en el que, en lugares con recursos suficientes, nuestro principal reto ya no es mantener con vida a los pacientes, sino prevenir nuevas infecciones.
Los tratamientos antirretrovirales han convertido al VIH en una enfermedad crónica. Desde tu perspectiva, ¿cuáles son los avances más significativos en el tratamiento?
Los tratamientos han transformado el VIH en una enfermedad crónica, no mortal. Hace quince años, lo más urgente era evitar que los pacientes murieran; hoy, el enfoque ha cambiado completamente. La medicación es mucho más eficaz, menos tóxica y más cómoda de administrar. Además, los períodos entre dosis se han ampliado considerablemente: como decíamos, actualmente se puede controlar el virus con una sola pastilla diaria o incluso con inyecciones cada dos meses.
En este sentido, tratar el VIH hoy es incluso más seguro y manejable que tratar muchas otras enfermedades crónicas, como la diabetes, la hipertensión o algunas patologías neurológicas o cardiovasculares. De hecho, entre las enfermedades crónicas que no se curan, el VIH es la que cuenta con el tratamiento más avanzado y tolerable para los pacientes.
El desarrollo de una vacuna contra el VIH sigue siendo un reto. ¿Qué obstáculos científicos y técnicos se deben superar para lograr una vacuna eficaz?
Desarrollar una vacuna preventiva contra el VIH sigue siendo uno de los grandes ‘santos griales’ de la investigación. Sería fantástico contar con una vacuna eficaz, y se viene investigando desde que se descubrió el virus.
A diferencia del coronavirus, frente al cual se pudieron desarrollar varias vacunas en tiempo récord, el VIH es mucho más complicado. El principio de todas las vacunas es similar: se introduce al cuerpo un componente del virus para que el sistema inmunitario genere defensas dirigidas contra él, ya sea mediante anticuerpos o activando células que luchen contra la infección.
El problema del VIH es que se trata de un virus extremadamente variable. Para que una vacuna funcione, se necesita identificar partes del virus que sean constantes en todas sus variantes. El VIH no solo cambia continuamente, sino que además tiene mecanismos para ‘esconder’ esas partes frente al sistema inmunitario. Por eso, todos los ensayos clínicos realizados hasta la fecha han fracasado, a pesar de la enorme inversión de recursos y tiempo.
Podríamos compararlo con la gripe: cada año el virus cambia, por lo que es necesario desarrollar una nueva vacuna anual. En el caso del VIH, esta variabilidad no es estacional, sino intrínseca al virus, lo que hace que diseñar una vacuna eficaz sea un desafío mucho mayor.
A pesar de los avances médicos, persiste el estigma hacia las personas con VIH. ¿Qué estrategias considera necesarias para combatir este estigma en la sociedad?
Hemos vivido avances médicos extraordinarios que quedarán registrados en la historia, pero los progresos sociales no han ido al mismo ritmo. Hoy sabemos perfectamente cómo se transmite el VIH, y, sin embargo, las personas que viven con él siguen sufriendo estigma y discriminación.
Si lo comparas con otras enfermedades, como un cáncer de mama tratado con quimioterapia, se percibe la diferencia: un joven con VIH y bajo tratamiento antirretroviral, puede vivir con salud plena, pero la sociedad todavía no lo reconoce de la misma manera. Esto se debe, en parte, a que las enfermedades transmisibles siempre han generado estigma. Piensa en la lepra o la tuberculosis: aunque sean tratables y curables, históricamente provocaban miedo y rechazo social.
En el caso del VIH, se suma otra capa: el virus se transmite a través de prácticas sexuales o el uso compartido de drogas inyectables, lo que se combina con prejuicios hacia las personas que practican estas conductas, como hombres que tienen sexo con hombres o consumidores de drogas. Por eso, el estigma hacia el VIH no desaparece solo con información científica: es la suma de ser una enfermedad transmisible y la moralización de ciertos comportamientos.
Combatirlo requiere un camino largo: educación, visibilización y normalización de la vida de las personas con VIH, para que la sociedad deje de juzgar y discriminar a quienes viven con el virus.
La salud mental es un aspecto crucial en el manejo del VIH. ¿Qué intervenciones consideras efectivas para abordar los problemas de salud mental en personas con VIH?
No hay duda de que la salud mental es un tema crucial en el manejo del VIH y está ampliamente estudiado. La incidencia de trastornos como ansiedad, depresión o insomnio es significativamente mayor en personas con VIH que en la población general. Esto se ha documentado de forma consistente, y existen incluso simposios y jornadas anuales dedicados exclusivamente a la salud mental en el contexto del VIH.
En muchas consultas especializadas en España y en el mundo, contamos con la colaboración directa de psiquiatras y psicólogos. Durante años, algunos psiquiatras formaban parte de la consulta de manera presencial, especialmente en los tiempos en que la enfermedad estaba menos controlada y los problemas psiquiátricos graves eran más frecuentes. Hoy, seguimos ofreciendo apoyo psicológico diario y referimos a especialistas a los pacientes que lo necesitan.
En definitiva, la salud mental de las personas con VIH se ha convertido en un área de especial importancia dentro de los cuidados globales, y abordarla de manera integrada es clave para garantizar una atención completa y de calidad.
La educación sexual y la prevención son fundamentales. ¿Cómo evalúas la eficacia de las campañas de sensibilización y programas educativos actuales sobre VIH en España?
Actualmente, las campañas de sensibilización son escasas y poco intensas. Sin embargo, creo que la mayoría de los adolescentes ya tiene una comprensión básica de cómo se transmite el VIH y de los riesgos asociados a las relaciones sexuales sin protección. Esto no significa que no sea necesaria la educación sexual formal: todo lo contrario. Las escuelas son el lugar ideal para garantizar que todos los jóvenes conozcan los riesgos del VIH y otras infecciones de transmisión sexual (ITS) y aprendan a prevenirlos.
El problema es que si nos centramos únicamente en la educación sexual tradicional, basada en el riesgo y las medidas preventivas, es probable que sigamos fracasando. La evidencia lo demuestra: aunque hubo una disminución de las ITS por el miedo al sida o con el uso del preservativo, desde finales de los años 90 las infecciones como sífilis, clamidia o gonorrea han vuelto a aumentar.
Por eso, necesitamos adoptar un enfoque más completo. Además de enseñar métodos de barrera, como el preservativo, debemos incorporar otras herramientas preventivas basadas en la evidencia, como la profilaxis preexposición (PrEP), que protege frente al VIH. Es ineludible garantizar, de manera organizada e institucional, que todos los escolares aprendan sobre prevención a edades adecuadas, combinando educación sexual con medidas y medicamentos demostrados eficaces.
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