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Ángeles Espinosa: Afganistán se hunde en la miseria un año después del regreso de los talibanes
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AFGANISTÁN SE HUNDE EN LA MISERIA UN AÑO DESPUÉS DEL REGRESO DE LOS TALIBANES
Ángeles Espinosa
AFGANISTÁN SE HUNDE EN LA MISERIA UN AÑO DESPUÉS DEL REGRESO DE LOS TALIBANES
Las restricciones de los fundamentalistas a las mujeres repercuten en la salud de todos los afganos.

El 15 de agosto se cumple un año del regreso al poder de los talibanes en Afganistán. En aquella fecha, todos los ojos se pusieron en las afganas. Quienes habíamos visitado el país durante su primera dictadura (1996-2001) recordamos el (mal) trato que los fundamentalistas dieron a las mujeres. Doce meses después, ha desaparecido cualquier esperanza de que hubieran evolucionado. Su misoginia no sólo dificulta que la comunidad internacional levante las sanciones económicas y reanude la asistencia al desarrollo, sino que está dañando a las familias y minando el ya de por sí precario sistema sanitario del país.

Afganistán afronta una de las peores crisis humanas del mundo. Tres cuartas partes de sus 40 millones de habitantes se han sumido en la pobreza absoluta, el doble que un año antes. El hambre ha sustituido a la falta de seguridad como principal preocupación de los afganos: el 97% no tiene suficiente para una alimentación decente y la ONU estima que 4,7 millones corren el riesgo de sufrir malnutrición severa. Además, dos tercios de la población carece de asistencia sanitaria porque hospitales y clínicas se han quedado sin medicinas y personal ante el corte de los fondos extranjeros. 

Si la facilidad con la que los talibanes tomaron Kabul tras la retirada de las tropas estadounidenses les sorprendió incluso a ellos, la reacción internacional ha atrapado a los afganos en un nudo gordiano. Estados Unidos y sus aliados, que financiaban el frágil Gobierno de Kabul, castigaron la osadía de la milicia con la suspensión inmediata de la ayuda económica. Para levantar las sanciones y reconocer al régimen talibán, exigen a los nuevos gobernantes que respeten los derechos humanos, en particular los de las afganas. Sin embargo, los fundamentalistas se han negado al menor gesto. 

En un decreto publicado a principios de mayo, los talibanes prohibieron a mujeres y niñas salir de sus casas “a menos que sea necesario” y, en tal caso, siempre con el cuerpo cubierto de la cabeza a los pies, incluida la cara. La medida culminaba un proceso contradictorio con las promesas de respetar los derechos de las mujeres “dentro del marco de la ley islámica” que hiceron poco después de tomar el poder en una inusitada conferencia de prensa retrasmitida en directo. A través de los periodistas allí presentes, intentaban convencer al mundo de que habían cambiado. Las más veteranas entre las feministas afganas desconfiaron y los hechos les han dado la razón. 

Fueron ellas quienes dieron la voz de alarma cuando los fundamentalistas pidieron a los funcionarios que regresaran a sus puestos, pero sólo a los varones. También, cuando al inicio del curso escolar pusieron pretextos para impedir la educación de las niñas a partir de los 11 años. Sus protestas fueron reprimidas con severidad como pude ser testigo durante los casi tres meses que pasé en Afganistán entre agosto y diciembre del año pasado. 

Al mismo tiempo, el nuevo Gobierno no incluyó una sola fémina y, como si el país no tuviera problemas más urgentes, una de sus primeras decisiones fue sustituir el Ministerio de Asuntos de la Mujer por el Ministerio para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio. Este departamento es el que exige que las afganas no salgan de casa, tras haberles prohibido que viajen solas. 

La exclusión de las mujeres de la vida pública no sólo viola sus derechos, sino que está teniendo consecuencias para toda la población. De entrada, el decreto que las confina al hogar ha convertido a sus familiares varones en carceleros, ya que sobre ellos recae la responsabilidad de mantenerlas encerradas, y el castigo si no lo consiguen. 

Más grave aún, la mayoría de las afganas activas trabajaban para el Estado, donde suponían un tercio del funcionariado. En un país con una elevada proporción de viudas tras cuatro décadas de guerra, muchas de ellas eran la única fuente de ingresos de sus familias. Es la desesperación que me trasmitió Asila, quien tras esperar varios meses no ya a recuperar su puesto en el Ministerio de Exteriores sino “cualquier otro trabajo”, optó por emigrar, dejando atrás a su madre, ya anciana, y a varios parientes más que dependían de ella. 

Al igual que ella, numerosas las mujeres profesionales han tomado ese camino. Su salida ha resultado especialmente sangrante en la Sanidad, donde tenían una gran presencia. De hecho los talibanes, tuvieron que dar marcha atrás y hacer una excepción a la prohibición de que trabajaran cuando se percataron que la mayoría de los hospitales no podían funcionar sin médicas, matronas, enfermeras, limpiadoras y otras auxiliares. Gran parte de la atención primaria, sobre todo en las zonas rurales (donde viven tres cuartas partes de los afganos) recaía sobre ellas. Las limitaciones a su movilidad sólo pueden dar la puntilla a un sistema sanitario al borde del colapso tras perder la ayuda extranjera. 

Durante las dos décadas anteriores, Afganistán vio aumentar la esperanza de vida y reducirse la mortalidad de madres, recién nacidos y niños de forma significativa. La Organización Mundial de la Salud ha advertido del riesgo de que se pierdan esos avances. Ante la gravedad de la situación, la ONU y otras organizaciones internacionales, como el Comité Internacional de la Cruz Roja, intentan mantener los servicios esenciales con asistencia humanitaria (excluida de las sanciones), pero apenas están logrando mitigar la crisis. 

Recuperar los flujos de financiación previos a la llegada de los talibanes parece, no obstante, imposible mientras los fundamentalistas mantengan sus políticas misóginas. Incluso a la hora de ofrecer ayuda humanitaria los donantes se lo piensan porque temen que acabe en manos de aquellos. Además, desde febrero, su atención se ha desviado a la guerra en Ucrania. Atrapados entre las decisiones de unos y otros, los afganos van a seguir sufriendo. 

 

* Las opiniones de los colaboradores y colaboradoras que se publican en AHORA corresponden únicamente a sus autores y podrían no coincidir con los valores y principios de Cruz Roja, que fomenta la participación, el debate y la libertad de expresión para contribuir a crear una sociedad plural e informada.

Ángeles Espinosa
Ángeles Espinosa
Ángeles Espinosa es una de las referentes del periodismo español. Ha trabajado durante las tres últimas décadas en Oriente Próximo, desde donde ha informado al resto del mundo sobre conflictos tan dispares como los de El Líbano, Palestina, Irán, Irak, Estado Islámico o Afganistán. Es periodista y excorresponsal de El País en Dubai, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. También es autora de ‘El tiempo de las mujeres’, ‘El reino del desierto’ y ‘Días de guerra’. Imaxe de Fondo

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