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José Antonio Ritoré: ¿Existen las buenas acciones desinteresadas?
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¿EXISTEN LAS BUENAS ACCIONES DESINTERESADAS?
José Antonio Ritoré
¿EXISTEN LAS BUENAS ACCIONES DESINTERESADAS?
A veces la cultura popular explica en apenas unos minutos lo que la ciencia ha estado investigando y divulgando durante años.

En el capítulo 4 (SE05) de Friends Joey está contento porque le han seleccionado para presentar un telemaratón. En una de las primeras escenas comparte su alegría con Chandler, Mónica y Phoebe. Se siente bien porque va a participar en un programa solidario y, por tanto, considera que está haciendo una buena obra. Para Phoebe eso no es una acción desinteresada, es puro egoísmo, simplemente quiere salir en televisión. Entonces Joey, enfadado, le recuerda que ella decidió quedarse embarazada y dar a luz a unos bebés para su hermano y que esa acción fue totalmente egoísta, lo hizo para ayudar a un familiar, pero también para sentirse bien. Joey concluye que no hay buenas acciones totalmente desinteresadas y reta a Phoebe a que le muestre una sola. Durante todo el capítulo ella se esfuerza por encontrar algún ejemplo y, al final, tiene que dar la razón a su amigo. 

Egoísmo y altruismo. 

Numerosos científicos e investigadores sociales del siglo XIX y XX dedicaron buena parte de su trabajo a buscar la explicación de los comportamientos altruistas

Durante casi cien años, la comunidad científica se volcó en buscar la explicación a una anomalía absoluta a las teorías de Charles Darwin: los insectos “sociales”, las abejas, las avispas y las hormigas, animales capaces de sacrificarse por su comunidad. Darwin se volvió loco con este escollo a sus tesis y en su libro “El origen de las especies” apuntó que la existencia de estos seres estériles dispuestos a morir por los demás era una dificultad muy especial. 

Por fin, en 1963, el biólogo británico William D. Hamilton creó una fórmula que podía explicar la razón de que algunos animales antepongan la vida de los demás a la suya propia y que, además, aclara el motivo por el cual ese comportamiento altruista se transmite de generación en generación. Consideró tres variables: la relación genética o de parentesco que existe entre los individuos afectados por el acto de altruismo, el coste del acto en sí para el que lo realiza y, por último, el beneficio que obtiene el receptor. Su fórmula establece que el altruismo evoluciona cuando suficientes parientes reciben los beneficios necesarios para compensar el coste que tuvo para el que lo realizó. Es decir, para Hamilton, el altruismo y el parentesco están inevitablemente vinculados. El altruismo solo permanece si hay beneficios para los nuestros. Eso es egoísmo.  

Por tanto, la teoría de Joey no es descabellada. Decenas de activistas y voluntarios me han confesado a lo largo de veinte años que una de las razones de su altruismo es el bienestar, la inmensa satisfacción que les produce a ellos el hecho de ayudar.  

Activistas que han cambiado leyes y desafiado al poder, voluntarias que durante años han acompañado a personas sin hogar o  a personas mayores, socios y donantes de grandes y pequeñas ONG, han sido felices con sus comportamientos altruistas. Muchos de ellos han recibido el reconocimiento que no habían tenido en otras facetas de su vida, algunos se han sentido integrados y conectados a nuevas amistades que les han llenado de alegría y paz, otros han descubierto valores y emociones que no habían sido capaces de exteriorizar.  

Conexión, bienestar, satisfacción, felicidad.  

También es cierto que, normalmente, la chispa que enciende la semilla de la solidaridad está más conectada al puro altruismo, al auténtico desinterés. Nos ocurre o vemos algo que nos indigna o nos conmueve y reaccionamos ofreciendo nuestro tiempo, talento, esfuerzo o dinero. Conforme convertimos ese voluntariado, ese activismo o esa donación en una rutina, nos damos cuenta de la enorme satisfacción personal que nos provoca. Y ya no podemos parar.  

En el altruismo palpita cierto egoísmo, pero no ese que nos causa rechazo, ese que la Real Academia Española (RAE) define como «inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás». No, nada de eso. Este es un nuevo y revolucionario egoísmo, uno que además de proteger y velar por uno mismo, atiende y busca el bien común. Por eso me gusta llamarlo egoísmo del bueno.  

 

* Las opiniones de los colaboradores y colaboradoras que se publican en AHORA corresponden únicamente a sus autores y podrían no coincidir con los valores y principios de Cruz Roja, que fomenta la participación, el debate y la libertad de expresión para contribuir a crear una sociedad plural e informada.

José Antonio Ritoré
José Antonio Ritoré
José Antonio Ritoré ha trabajado con más de mil activistas, voluntarios, madres coraje y emprendedores sociales. Primero como periodista, más tarde como experto en comunicación pública y finalmente como director de change.org, la mayor plataforma de peticiones del mundo, en la que durante cinco años acompañó a decenas de ciudadanos anónimos que han cambiado leyes y agitado los despachos de poder en España. Su libro “Egoísmo del bueno” es un viaje que parte desde la pérdida y nos conduce hasta la victoria personal y social, un alegato en favor del altruismo y el empoderamiento colectivo que ofrece claves, ideas e historias inspiradoras para convertir los obstáculos de la vida en oportunidades para conectar con uno mismo y con los demás. Imagen de Fondo

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