Todo empezó en Solferino - Ahora
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- Hay días que lo cambian todo. Que marcan un antes y un después. Que son decisivos. Y así fue el 24 de junio del año 1859.
Viajamos atrás en el tiempo y nos trasladamos hasta Solferino, un pequeño pueblo situado al norte de Italia. A un lado, nos encontramos con el ejército austriaco de Francisco José I (alrededor de 100.000 hombres); al otro, con los ejércitos de Napoleón III de Francia y del Reino de Cerdeña comandados por Víctor Manuel II (en torno a los 118.600 hombres). El objetivo de ambos bandos: luchar por la unidad italiana. El resultado del cruento conflicto: un episodio de una violencia extrema que dejaría, tras 9 horas de batalla, más de 6.000 muertos y más de 40.000 heridos en el campo de batalla.
Fue el escenario con el que se encontró Henry Dunant de una forma totalmente inesperada. Dunant, un comerciante de origen suizo que quería hablar con el emperador francés Napoleón III debido a un problema con la concesión de unas tierras, se topó con la batalla sin pretenderlo. Cuando contempló con sus propios ojos lo que estaba sucediendo, dejó de lado sus propósitos iniciales, abrumado y consternado por los horrores de la guerra, y decidió actuar.
La situación era insostenible
La situación era insostenible. Los servicios sanitarios de los ejércitos resultaban insuficientes; los medios de transporte, inexistentes; y las cajas de vendas habían sido abandonadas en la retaguardia. Bajo el lema Tutti fratelli (todos hermanos), Dunant no dudó en ayudar a todas las personas heridas sin distinción de bandos. Para ello, el comerciante suizo organizó a la población civil (y especialmente a las mujeres y chicas jóvenes) con el fin de proporcionar asistencia a soldados heridos, mutilados y enfermos.
En una época en la que había más veterinarios que médicos en las filas de los ejércitos, Dunant curó heridas, dio agua a soldados sedientos, pagó de propio su bolsillo sábanas y alimentos e incluso registró las últimas palabras de los moribundos para transmitirlas a sus familias. Un impulso humanitario sin precedentes que causó una gran sorpresa y conmoción a su alrededor.
Henry Dunant recordaría la batalla de Solferino toda la vida. A su regreso a Ginebra, donde residía, su experiencia le llevaría a escribir un relato en el que volcaría su preocupación por establecer sociedades de ayuda voluntaria y sus inquietudes por crear un tratado internacional que protegiera a los heridos en la guerra bajo el amparo de la neutralidad. Ese relato sería el germen del mayor movimiento humanitario, ciudadano e independiente del mundo y de la fundación del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Hoy, 160 años después, la fuerza y la pertinencia de las ideas de Dunant se han impuesto y han brindado a millones de mujeres y hombres de todo el mundo los medios para prevenir y mitigar el sufrimiento humano. El Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, formado por 192 Sociedades Nacionales, tiene como objetivo aliviar el sufrimiento humano y prestar asistencia a las personas más vulnerables. Las opiniones políticas, los orígenes sociales y geográficos, el género o las creencias no son criterios de asignación de la ayuda: solo cuentan las necesidades.
Por desgracia, hoy en día no faltan los Solferino modernos ni los desafíos preocupantes que tiene la época en la que vivimos. El dolor humano sigue siendo el mismo, pero las actividades del Movimiento se han ajustado y adaptado a fenómenos mundiales como el cambio climático, los discursos de odio, la crisis alimentaria o el desarrollo de la tecnología.
Hoy en día no faltan los Solferino modernos
Los Principios de Cruz Roja, sin embargo, siguen vigentes. La Neutralidad que tanto defendió Dunant durante la batalla de Solferino, pero también la Humanidad, la Imparcialidad, la Independencia, el Voluntariado, la Unidad y la Universalidad siguen marcando el camino. Son valores eternos e inmutables.
Todo empezó en Solferino. El resto, como se suele decir, es historia.