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Antonio Pampliega: “La labor de los sanitarios ha sido encomiable, pero es incomparable a lo que se vive en una zona de guerra”
BEGIRADAK
ANTONIO PAMPLIEGA
“La labor de los sanitarios ha sido encomiable, pero es incomparable a lo que se vive en una zona de guerra”
ANTONIO PAMPLIEGA
10/05/2021
IDAZLEA:
ELKARRIZKETAGILEA:
Lucía Díaz Madurga
10/05/2021
IDAZLEA:
ELKARRIZKETAGILEA:
Lucía Díaz Madurga
Periodista especializado en zonas de conflicto

Periodista y escritor, Antonio Pampliega lleva cubriendo zonas de conflicto desde el año 2008. Afganistán, Somalia, Sudán del Sur, Ucrania, Irak o Siria, donde fue secuestrado en 2015 junto a sus compañeros José Manuel López y Ángel Sastre por Al Qaeda durante 299 días, han sido algunos de los países en donde Antonio Pampliega ha trabajado sobre el terreno. Su labor como fotoperiodista ha sido siempre la de dar voz a los que parece que no existen para tratar de acercar sus historias a la sociedad de un mundo que, en ocasiones, se olvida de las realidades que viven otras personas. Pampliega ha publicado tres libros: Afganistán. La vida más allá de la batalla (2010), En la oscuridad (2017), un relato sobre los diez meses que permaneció secuestrado por Al Qaeda en Siria, y Las trincheras de la esperanza (2018), donde narra la historia real de un fisioterapeuta español que lleva tres décadas en Afganistán ayudando desde Cruz Roja a personas que han sufrido amputaciones en la guerra. En mayo de 2020, Antonio trabajó junto a Cruz Roja A Coruña en la elaboración de un documental sobre la pandemia de la COVID-19. ‘Regueiros’ es un valioso testimonio audiovisual que recoge las realidades a las que se han tenido que enfrentar diferentes personas que acudieron a Cruz Roja durante los meses de confinamiento. Hablamos con este fotoperiodista, cuyo trabajo ha sido publicado en numerosos medios y agencias nacionales e internacionales, y cuya labor profesional es esencial para que desde Occidente conozcamos la situación que se vive en otros países.

Periodista especializado en zonas de conflicto

¿Cómo ha llevado el confinamiento una persona que está acostumbrada a estar en constante movimiento?

Para una persona que pasa la mitad del año viajando, llevar desde enero de 2020 sin salir, sin coger un vuelo y sin ir a trabajar a terreno ha sido bastante complicado a nivel profesional. El confinamiento lo he llevado día a día, al final es algo mental. Vivimos en un mundo donde tenemos a nuestro alcance diferentes alternativas de entretenimiento, como plataformas y libros, y por esa parte no ha sido duro. Pero a nivel profesional se echa muchísimo de menos viajar.

No paró de dar visibilidad a historias que había visto en sus viajes a través de sus redes sociales

Sí, para que no se olviden esas otras zonas que parece que ya han desaparecido. El COVID-19 se lo ha comido todo.

En mayo de 2020, coincidiendo con la desescalada, viajó a Galicia a grabar un documental junto a Cruz Roja sobre la COVID-19.

Llevaba desde enero sin poder viajar y desde Cruz Roja A Coruña me propusieron contar un momento tan histórico como la crisis de la COVID-19. Además, no siempre he tenido la oportunidad de trabajar en mi país, así que lo acepté con los ojos cerrados. Más aún, sobre el tema de moda que es y sigue siendo el coronavirus y ver de cerca cómo Cruz Roja estaba trabajando.

Fue de las primeras personas en poder moverse por España, ¿cómo fueron esos primeros momentos?

Desde Málaga tuve que ir a A Coruña, de punta a punta. Fue una sensación muy rara. Iba con mis compañeros en dos coches, en ese momento ni si quiera podíamos viajar los cuatro juntos, y en la carretera de La Coruña saliendo desde Madrid no había absolutamente nadie. Estaba vacía. Paramos en una gasolinera para comer unos bocadillos, porque no había nada abierto, y dejamos la cámara grabando para ver cuántos coches pasaban. En una hora pasó uno. Y en el AVE, para subir a Madrid, lo mismo, iba yo solo en el vagón. Una sensación inquietante y perturbadora. Además, te preguntas: “¿Por qué estoy solo en el vagón y por qué estoy viajando? Pero era una oportunidad a la que no podía decir que no, y más de un tema como es la COVID-19.

Pusieron rostro a las historias de la pandemia y han creado un documental para la historia.

Cuando hablamos con Cruz Roja A Coruña, lo que teníamos claro era la línea y el enfoque que queríamos darle. La idea no era hacer un vídeo institucional, el objetivo era poner rostro, nombre y voz y, sobre todo, dar voz, a esas personas que están viviendo la pandemia, para que el espectador el día de mañana empatice con esas personas y se sienta identificado. Voces como la de Manuel, que te dice que al principio de la pandemia él estaba viviendo en la calle y alucinaba porque no había absolutamente nadie. O esa familia que tenía que ver a sus hijas a través de la puerta del salón y ellas, de 13 y 15 años, encargarse de una casa entera porque tú y tu marido estáis encerrados. O ese señor, el otro Manuel, que la única forma de hablar con su nieta es a través de videollamadas. Eso lo hemos vivido todos y queríamos retratar eso. Que da igual que seas gallego, asturiano o andaluz, que te vas a sentir identificado porque a todos nos ha pasado eso. Ese era el enfoque y las ganas que teníamos de imprimir ese trabajo para Cruz Roja.

Además, pudo ver de cerca la labor de Cruz Roja durante la pandemia.

Tuvimos la oportunidad de ver cómo trabaja Cruz Roja en una zona como es A Coruña. Yo creo que el espectador se va a sorprender de todas las cosas que hace la organización y que las hace en silencio. Una de las cosas que más me llamaba la atención haciendo el documental era el respecto que se le tiene a la Organización. A cada miembro del equipo nos dejaron un chaleco para poder movernos por A Coruña y que no nos llamasen la atención o nos estuvieran pidiendo constantemente el salvoconducto, y no imaginas el respeto que tenía la gente al símbolo de Cruz Roja y lo agradecidos que estaban. A nosotros, que íbamos con las cámaras, la gente nos decía “muchas gracias por lo que estáis haciendo” o “conozco a una persona que también necesita ayuda, por favor id”. Alucinábamos y pensábamos: “No pertenezco a Cruz Roja pero me gustaría por el respeto que le tiene la gente y lo bien valorada que está la marca”. Eso me sorprendió muchísimo.

En su libro Las trincheras de la esperanza (2018), narra la vida de un fisioterapeuta afgano que desde Cruz Roja ayuda a personas que han sufrido amputaciones durante la guerra.

En ese libro me inspiro en la figura de Alberto, el alma máter de Cruz Roja, que creo que debería ser símbolo dentro de la casa. Es un hombre que lleva 28 años dedicado en cuerpo y alma a las personas que han sufrido amputaciones de guerra en Afganistán y que ha vivido una guerra civil, la llegada de los talibanes, su retirada, la llegada de las tropas norteamericanas y vive ahora en medio de esta oleada de violencia con el Estado Islámico. A día de hoy, él sigue allí poniendo pies, brazos y ayudando a personas discapacitadas en todo el país. Afganistán es el país con más personas amputadas del mundo por culpa de las minas antipersona después de Camboya. Creo que hay una mina por cada dos afganos, es decir, 11 millones de minas. Es una persona admirable y su labor es admirable, eso es lo que quería poner en valor: que en medio de un sitio como Afganistán, que lo último que esperas es encontrar esperanza, encuentras a este señor y a toda la gente que ha ayudado. Y luego, lees el libro y conoces todas las historias y dices “no tengo derecho a quejarme”. Conocí a uno de las personas que limpiaba allí, le habían amputado una mano y un pie los talibanes y el señor se ganaba la vida limpiando en la sede de Cruz Roja. O la persona que trabaja junto a Alberto, que perdió las dos piernas siendo un niño cuando iba a buscar arena al río y pisó una mina antipersona. Hoy es el segundo al frente de la organización en Afganistán.

¿Ha trabajado antes con la institución?

Cuando hice el libro de Afganistán estuve un mes recorriendo con Cruz Roja cuatro provincias viendo los proyectos que tienen allí y buscando algunas historias que me había buscado Alberto. Y el pasado año el documental que grabamos en A Coruña.

Se ha equiparado la lucha frente de la COVID-19 con una guerra. ¿Es justo? Usted, mejor que nadie, puede hablar de esta comparación y los matices que tiene.

Es absurdo, sobre todo en el tema político. Que los políticos usen un lenguaje belicista para calificar la lucha contra la COVID-19 a mí me produce sarpullido, como usar temas como “estamos ganando la batalla” o “la primera línea”. La labor de los sanitarios ha sido encomiable y tenemos que estar muy agradecidos, pero es incomparable a lo que se vive en una zona de guerra. No te lo puedes ni imaginar. Si esto ha sido duro, que lo ha sido, no te puedes ni imaginar lo que es recibir cada día en un hospital de Alepo a 600 o 700 personas de las cuales al 80% les falta algún miembro.

"NO IMAGINAS EL RESPETO QUE TENÍA LA GENTE AL SÍMBOLO DE CRUZ ROJA Y LO AGRADECIDOS QUE ESTABAN"
FotoCita

Y con la mitad de los medios de los que tenemos aquí…

¡Uy, la mitad! En la provincia de Idlib, Siria, descubrí a un médico anestesista que operaba heridas de bala con cucharas soperas y espátulas de cocinar. Y en hospitales como Alepo lo que podían hacer era estabilizar a los pacientes, o si tenían heridas severas hacer la amputación, y trasladarlos a la otra parte de la ciudad donde están los hospitales del régimen para salvarles la vida porque no tenían absolutamente nada. Tampoco cámaras frigoríficas para los cadáveres, que los dejan en las calles para que la gente los reconozca y, si no, a los tres días los meten en una fosa común. Cuando ves en Alepo los cadáveres amontonados en las aceras, te das cuenta de que quién use ese lenguaje está faltando al respeto a mucha gente.

¿Existe algún tipo de preparación para un periodista de conflicto, física y mentalmente?

No. Yo creo, que el periodista de guerra no nace si no que se hace sobre el terreno. Y se hace precisamente con las cosas que ve. Recuerdo en Alepo, cuando colaboraba para Associated Press grabando vídeos, que me llamaron desde Londres para decirme que ya no necesitaban mi colaboración porque iban a mandar a un equipo. Y el muchacho, que ya había trabajado en lugares de conflicto, duró dos días. Entro en el hospital y dijo aquí no vuelvo a grabar. Y me volvieron a llamar para que yo me encargase del hospital y él de las historias de fuera.

¿Usted cómo lo ha llevado?

Cuando empiezas a trabajar en zonas de guerra lo idealizas pensando que tus fotos o vídeos van a cambiar la guerra, la van a parar y van a sensibilizar a la gente. Pero esto no ha ocurrido. Produce impotencia, es frustrante y al final te cabreas porque dices, para qué estoy grabando si no sirve para nada. Pero al final piensas que si tú no lo documentas, eso no se va a saber. Y a la pregunta de cómo lo llevas, lo llevas regular. En terreno lloras mucho mientras estás grabando y en casa te lo tienes que comer tú solo. Ahora hace mucho que no voy a una zona como Siria y las imágenes que grabé y que estaban en mi cabeza han ido poco a poco desapareciendo, pero al principio tenía que tomar cosas de herbolario para poder conciliar el sueño. Tenía pesadillas. Y tarde unos meses, por no decirte años, en revisar todo el material que tenía grabado de Siria.

En 2020 ganó el Premio Internacional de Periodismo Luchetta a favor de los derechos de los niños por un reportaje sobre el matrimonio infantil en Afganistán escrito para El Independiente. Un galardón que sirve para dar visibilidad a una realidad que viven miles de niñas en la actualidad y de la que se habla muy poco, o nada.

Apenas se habla de los matrimonios infantiles y de la situación que viven miles de niñas en todo el mundo. No solo en Afganistán, también en Bangladesh, en India o en otros países latinoamericanos, que parecen temas tabúes. Hay que empezar a poner el foco en eso y denunciarlo, porque es una realidad y no tiene nada que ver con la religión. Es una cosa tribal y, sobre todo, es una cosa comercial: “Yo te vendo a mi hija porque quiero dinero”. Pero hay tantos temas… como las niñas que son explotadas sexualmente. El premio sirvió para reconocer a esas niñas que parece que son invisibles para Occidente, porque son temas que no suelen aparecer en la prensa.

Estos problemas se combaten a base de educación y de una mejora económica en el país. ¿Se puede hacer algo más desde nuestra minúscula posición?

Visibilizarlo y denunciarlo, porque no puedes luchar contra lo que no se ve. Y lo que no se ve es porque no existe. Y esto existe. Hay que alzar la voz y hacer hincapié y después invertir económicamente en el país, invertir en educación y tener paciencia, porque esto no es una cosa que se cambie en una década o en dos. Esto son años y años de esfuerzo para que la gente que tiene una mentalidad arcaica entienda que sus hijas no son mercancía que puede cambiar por unas tierras o unas vacas. Para cambiar eso, además de a las mujeres, se necesita a los hombres, a ellos también hay que educarles.

Su labor siempre ha sido dar voz a los que no pueden hablar. En una ocasión decía que nos olvidamos de los niños y niñas y de su papel en los conflictos. ¿También lo hemos hecho desde el comienzo de la pandemia?

Su labor siempre ha sido dar voz a los que no pueden hablar. En una ocasión decía que nos olvidamos de los niños y niñas y de su papel en los conflictos. ¿También lo hemos hecho desde el comienzo de la pandemia?

¿Qué historia se le ha quedado más grabada de todo lo que ha visto?

Después de tantos años, elegir una historia en concreto es complicado. Cuando estuve en febrero de 2017 con Proactiva Open Arms, llamaba mucho la atención cuando entrevistaba a mujeres y me decían que a todas las habían violado y que a sus hijas les habían tenido que rapar la cabeza para hacerlas pasar por chicos para que ellas no sufrieran abusos sexuales. La realidad que tenemos aquí con la que tienen fuera, es tela. Una de las últimas historias que hice en Siria, “Los niños de Alepo”, era la historia de diferentes voces de niños y niñas en Siria y recuerdo a Fátima de 13 años, que estaba en una escuela clandestina en los sótanos de debajo de los edificios donde las bombas no llegan a alcanzar, mientras el resto de compañeros dibujaban a Bob Esponja o a Minnie, ella me hizo un dibujo que hablaba sobre la guerra. Básicamente, lo que decía es que le gustaría matar con sus propias manos a Bashar al-Ásad porque él mató a su madre y a su hermana. Que con 13 años diga una niña que quiere matar a alguien…

¿Cómo podemos darnos cuenta de lo afortunados que somos?

Metiendo a la gente en una patera o debajo de un bombardeo para que se den cuenta porque, por mucho que se lo digan, por muchos vídeos que les pongas, da igual. La gente vive su propia vida y se queja de cosas que no tienen sentido, como dice mi madre: “Tenemos problemas de gente sin problemas”. Y por más que tú intentes concienciar a las personas, a no ser que lo vivan en sus propias carnes, no van a ser conscientes.

Usted, Antonio, que ha visto la guerra de cerca, ¿cree que después de esta pandemia saldremos reforzados como sociedad?

No, qué va, esos son eslóganes de marketing y publicitarios que quedan genial. Esto ha demostrado que como raza y como especie no valemos nada. En estos momentos que ha sido donde más teníamos que haber aunado fuerzas, nos da exactamente igual. Todas las semanas hay fiestas ilegales. Y si nos da exactamente igual todo esto, no nos merecemos nada. https://www.youtube.com/watch?v=yfvQbivTPY8

"NO PUEDES LUCHAR CONTRA LO QUE NO SE VE. Y LO QUE NO SE VE ES PORQUE NO EXISTE. Y ESTO EXISTE"
FotoCita

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