Abordar el bienestar emocional como un reto estructural y colectivo - Ahora
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- La Fundación Cruz Roja Española celebró el 28 de noviembre el SUMMIT25 #ConversacionesHumanitarias, un espacio pensado para detenernos a mirar algo que a menudo queda en segundo plano: cómo estamos, de verdad, por dentro.
Científicos, tecnólogos y personas del ámbito social se reunieron para analizar los factores que hoy condicionan el bienestar emocional de la ciudadanía.
La jornada se abrió con las palabras de Miguel Carballeda, presidente del Grupo Social ONCE y patrono de la Fundación Cruz Roja Española, quien remarcó la importancia de abordar la salud emocional desde una perspectiva colectiva. “Es tiempo de mirar por quienes más lo necesitan, de construir entornos donde nadie se sienta solo”, señaló, situando desde el inicio un mensaje que se repetiría a lo largo del encuentro.
Con la comunicadora Tania Llasera como moderadora, el SUMMIT25 tomó como punto de partida los hallazgos del informe Bienestar Emocional y Vulnerabilidad, presentado por la Fundación Cruz Roja Española. Las cifras hablan de un país donde 3 de cada 10 personas presentan un bienestar emocional negativo, donde la soledad no deseada afecta ya al 20% de la población —y sube hasta el 34,6% entre la juventud— y donde la brecha digital y las desigualdades económicas actúan como nuevos factores de vulnerabilidad. “Vamos a hablar de cómo cuidarnos, de cómo cuidar de los demás y de cómo construir comunidades más humanas”, avanzó la moderadora.
La primera mesa miró hacia los vínculos, ese tejido invisible que sostiene nuestra salud emocional. El doctor Francisco Collazos, del Hospital Vall d’Hebron y Fundación Hospitalarias Barcelona, describió el desgaste que genera vivir en sociedades “aceleradas y fragmentadas”, donde sentirse parte de algo se ha vuelto casi un lujo. “Pertenecer a una comunidad hoy, más que nunca, es un factor determinante”, apuntó. La investigadora Silvia Prieto, del Instituto de Investigación de Políticas de Bienestar Social de la Universidad de Valencia, profundizó en esa frontera fina entre estar solo y sentirse solo, un matiz que define la soledad no deseada. Ambos coincidieron en que reforzar la comunidad no es un complemento, sino una urgencia.
La segunda mesa viró hacia lo digital, un territorio que promete conexión pero que también genera nuevos vacíos. Luis Muñoz, del Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad (ONTSI), pidió mayor responsabilidad en el diseño de herramientas tecnológicas: “Deberíamos aspirar a que las empresas tecnológicas piensen en las repercusiones desde el momento en que se diseñan las aplicaciones”. La investigadora Liliana Arroyo, de ESADE, llevó la conversación hacia la raíz: “Tenemos que poner las necesidades de las personas en el centro de la tecnología”. Por su parte, el profesor Manuel Armayones defendió una tecnología “sostenible desde un punto de vista ético”, mientras que la filósofa Eulalia Pérez Sedeño (CSIC) recordó algo que muchos intuimos: podemos estar hiperconectados y, aun así, profundamente aislados. La mesa dejó clara una idea: lo digital puede ser una palanca de derechos o una amplificadora de desigualdades; la diferencia la marcará la alfabetización y la transparencia.
La última mesa llevó el diálogo al terreno más estructural: condiciones socioeconómicas, acceso a cuidados, desigualdad, vivienda, empleo y salud mental. Mari Satur Torre, gerente de la Fundación Cruz Roja Española, defendió una mirada integral en este asunto. “Cuidar el bienestar emocional es proteger la convivencia, la dignidad y el futuro de nuestras comunidades”. El paleontólogo Ignacio Martínez Mendizábal, catedrático de la Universidad de Alcalá, devolvió la conversación a nuestra raíz evolutiva. “Nuestra especie ha sobrevivido siempre gracias a su capacidad de cuidarse y cooperar; cuando esos lazos se debilitan, aparece el malestar”.
El SUMMIT25 culminó con las palabras de Pilar Roy, vicepresidenta de Cruz Roja Española, quien subrayó el valor de lo compartido. “Solo desde la colaboración y la sensibilidad social podemos construir comunidades más fuertes, más humanas y más resilientes”.
El encuentro dejó un consenso claro y es que el bienestar emocional no puede abordarse en compartimentos estancos. Es un reto que atraviesa políticas públicas, comunidades, entornos digitales y formas de convivencia. Solo desde un diálogo sostenido entre ciencia, instituciones y ciudadanía será posible construir sociedades más cohesionadas y preparadas para los desafíos del siglo XXI.
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