Maysun: “La injusticia social es lo que me mueve” - Ahora
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Maysun es una periodista visual independiente y directora de fotografía cinematográfica con raíces españolas y palestinas. Es especialista en reportaje documental y lleva desde 2005 cubriendo conflictos sociales, políticos o desastres naturales en Europa, Balcanes, Sudeste Asiático o Norte de África. Ha recorrido especialmente las zonas en conflictos de Oriente Medio con la intención de sensibilizar a la sociedad. Fue nominada por la European Pressphoto Agency al Premio Pulitzer en 2013 por su cobertura de la Guerra Civil de Siria. Sus trabajos han sido publicados en revistas como Time, The New York Times, The Guardian, The Washington Post, Los Ángeles Times, ABC News, Al Jazeera, El País y El Mundo, entre otros.
¿Qué te aporta el género documental para haber dedicado una buena parte de tu vida a él?
Esta profesión siempre ha sido una necesidad vital para mí, una responsabilidad personal. Empezó como una manera o herramienta que me permitía no solo conocer el mundo que me rodeaba y aportar algo a ese mundo, sino conocerme a mí misma y a mi propia identidad con temas que me tocan muy de cerca como hispanopalestina. Primero exploré este oficio de forma más personal y luego me profesionalicé y me dediqué a temas que tienen que ver con la injusticia social, que es lo que me mueve.
La intención siempre ha sido aportar a la sociedad mi granito de arena. Considero (y es lo que he recibido en mi educación desde pequeña) que es importante trabajar por el bien común. Somos individuos en una sociedad, pero somos una sociedad plural que necesita ser igualitaria. Eso es lo que me ha movido siempre, y lo sigo pensando.
¿Qué significa la identidad y el arraigo para ti, y por qué han tenido tanta importancia en tu trabajo?
La identidad es una construcción social que realmente no solo te viene dada cuando eres niño o adoscelente, sino que se va construyendo y va cambiando durante toda tu vida. Siempre he sentido, desde muy pequeña, tanto el concepto de desarraigo como el pensar que necesitaba sentir un arraigo. Al principio consideraba que era un tema geográfico, “cuando encuentre mi lugar”, pero lo que he ido averiguando y construyendo por el camino es una identidad cultural, social y, sobre todo, ética.
Esa ética la he recibido también de personas como mi padre, por ser palestino, por el desarraigo cultural, por el trauma generacional que ha vivido con el tema de Palestina, pero también por parte de la familia de mi madre española y sobre todo de mi abuelo, que luchó en la guerra civil española y que también sufrió un desarraigo. Toda esa generación sufrió muchísimo.
Todo esto me ha hecho plantearme preguntas que durante toda mi carrera he intentado contestar no solo a nivel personal, sino extrapolándolas a otros reportajes de otras personas, y tratando de entender el mundo, otras identidades y pueblos… desde el punto de vista de búsqueda personal condicionada por la sociedad, por la falta de igualdad o de género; por cuestiones raciales; de eso que he ido entendiendo por “identidad”. Es una búsqueda que dura toda la vida. Vamos viendo cómo somos y hacia dónde vamos.
¿En qué momento decides retratar las injusticias o los temas sociales, y con qué fin?
No elegí dedicarme a esto. La decisión me pilló con la cámara en la mano, literalmente. Me gustaba mucho la fotografía desde siempre, desde pequeña, pero desconocía que fuera una herramienta mediante la que se pudiera contar o aportar al bien común.
Tenía cerca de 19 años cuando esas preguntas sobre mi identidad, sobre el desarraigo que había vivido… empezaron a hacerse más fuertes. También había vivido bullying por mi procedencia palestina, tenía demasiadas preguntas en el bolsillo, y todo eso salió a través de la fotografía. Comencé a fotografiar a paisanos de mi padre de la comunidad palestina en Zaragoza. No era para nada buena fotógrafa, fue poco a poco, como la identidad, se va desarrollando con el tiempo y la experiencia.
En 2006, cuando ya estaba estudiando fotografía en Barcelona, hice un trabajo sobre la comunidad palestina que había allí y fue cuando conocí a otras personas como yo, españoles-palestinos de segunda generación y tenían ya esa construcción identitaria diferente a lo que yo había conocido hasta ese momento. Me permitieron mirarme al espejo, “esta persona es un poco como yo”. A través de ellos viajé por primera vez a Oriente Medio; a Palestina, Jordania, Egipto.., y ahí fue cuando observé la injusticia, mis primeros bombardeos y disparos.
Era la primera vez que salía de Europa y me di cuenta de que el mundo no eran los algodones entre los que yo había vivido. Fue un shock tremendo, y dije: “Necesito contar esto, quiero contar historias”. Y pensé: “Esto es fotoperiodismo, a lo mejor necesito ser fotoperiodista”. Me pilló en el terreno hasta que lo reflexioné… y aquí sigo. No fue algo premeditado.
¿Qué atributos crees que debe tener una reportera de guerra?
Creo que tiene que tener un sentido de la justicia, de la ética, muy marcado. Nadie tiene la verdad absoluta, pero tiene que valorar el concepto de justicia social. Le tiene que preocupar la igualdad de las personas. Yo no sé ser fotoperiodista, mujer o persona sin ser feminista. Para mí el feminismo engloba todo eso: la ética social; la búsqueda de la igualdad de derechos, oportunidades y deberes para todas las personas por igual independientemente de su género, su religión, su condición sexual… Eso tiene que ser algo básico para alguien que se quiera dedicar a esto.
Y hacer este trabajo pensando en que lo que necesitamos mostrarle a la sociedad es lo que está mal para que, precisamente, podamos reflexionar sobre ello y cambiarlo. Necesitamos ser el espejo de esa reflexión. También hay que ser una persona muy curiosa, muy tenaz; tener una paciencia infinita y no dejarse amedrentar por las personas que te dicen que no puedas hacer algo, sobre todo si eres una mujer (en esta sociedad tan patriarcal nos suelen decir que no podemos hacer muchas cosas, y más si es en sitios peligrosos).
Es una profesión que va a requerir cierto nivel de sacrificio, así que es importante tener esa tenacidad y fuerza de voluntad. Hay un punto de ser soñador, de pensar que un mundo mejor es posible, pero siendo realista y sabiendo que los resultados no van a llegar mañana, que quizá ni siquiera los vas a ver. A lo mejor tus fotos no van a cambiar el mundo, pero las fotos de mucha gente sí. Esta profesión es de hormiguitas; no debería ser una profesión individual.
¿La fotografía puede cambiar el mundo?
Sí, pero vivimos en un momento en el que estamos tan empachados de imagen que es mucho más complicado sensibilizar a las personas que, por ejemplo, cuando la guerra de Vietnam, el primer conflicto en el que se mostraba una guerra tal cual era, con la muerte y la pérdida que eso conllevaba. Antes, en la Primera Guerra Mundial, en la Segunda; o en la de Crimea, que fue la primera que se cubrió, la fotografía era propaganda de los gobiernos; contrataban a fotógrafos para que subieran la moral de las tropas.
A partir de Vietnam fue cuando los fotógrafos tuvieron un acceso inusitado y se dedicaron a contar la historia como era. Ese momento histórico afectó a mucha gente que no estaba acostumbrada. Ahora, en el siglo XXI, con este nivel de imágenes que consumimos a diario es complicado generar ese impacto, pero no imposible. Es cuestión de plantearnos qué tipo de imágenes necesitamos o cómo necesitamos absorber la información para que cumpla esa función.
Es una reflexión que necesitamos hacer desde la industria del fotoperiodismo. No siempre la misma forma de trabajar va a servir, y hay que plantearse constantemente ese cambio. En ello estamos.
Estar presente en medio de un conflicto bélico debe entrañar muchos retos; ser mujer en según qué escenarios y contextos de violencia, también. La reportera Clarissa Ward señalaba que ser mujer en algunos escenarios le permitía acceder al ámbito doméstico, especialmente en Oriente Medio, que quizá no resultaba tan sencillo para los hombres. ¿Cómo lo vives tú?
La verdad es que la pregunta me cansa un poco. Siempre me preguntan esto y considero que a los hombres no les preguntan “cómo es ser hombre en una sociedad”. Estoy de acuerdo con ella: ser mujer, precisamente, me abre las puertas en muchas situaciones en cuanto a historia. He tenido más acceso por ser mujer, sobre todo en Oriente Medio, y siento que hay compañeros que se han quedado sin hacer alguna historia porque no les permitían entrar en determinados lugares.
Otra cosa es que se nos invisibilice a las mujeres y a nuestro trabajo dentro de la industria del fotoperiodismo. Pero no solo a las fotoperiodistas: se nos invisibiliza a las mujeres en general: a las atletas, a las médicas, a las científicas… creo que es importante hablar de esto pero sin centrar la atención en esas preguntas que se hacen solo por ser mujer.
Has cubierto muchos conflictos bélicos, ¿qué te llevas de esa experiencia profesional y personalmente? ¿Cómo se separa lo profesional y lo personal en este ámbito?
Se mezcla totalmente cuando estoy en un espacio en el que puedo dejar que mis emociones salgan. Cuando estoy trabajando en el terreno no dejo que mis emociones se mezclen: necesito poner una barrera. Si no, no podría hacer mi trabajo. Cuando estoy trabajando in situ me dedico a lo que estoy haciendo, a fotografiar, a contar la historia. Se lo debo, por respeto, a las personas que estoy fotografiando. No estoy ahí para ser la carga emocional de nadie: trato de hacer una labor.
Luego, cuando me voy a casa y edito las fotos suelto todo lo que tenga soltar. Ahí es cuando lo emocional, mis ideales, se llegan a tocar y se mezclan. ¿Lo que me llevo de esos sitios? Muchas cosas, mucho dolor; el dolor de la gente, no solo el mío, porque al fin y al cabo yo elijo estar ahí, pero esas personas no. No me gusta centrarme en mí porque al fin y al cabo es mi elección y me siento privilegiada de contar las historias de personas.
También me llevo su resiliencia y me sorprendo de la capacidad de soportar ciertas situaciones, sobre todo por parte de las mujeres. En 20 años de trabajo me he dado cuenta de que las guerras las hacen los hombres y las sufren todo el mundo: ancianos, mujeres, niños, animales, el medio ambiente… Las mujeres no son bélicas, y eso es algo que he aprendido. Y me llevo el respeto absoluto que siento por esas personas.
Me han enseñado que es posible tener sentido del humor en una guerra, la fortaleza de espíritu de tantas personas. Gente que se ven engullidas por una situación de la que no pueden escapar, como ahora en Gaza, que no pueden salir de allí; o en Ucrania, donde los hombres tenían que quedarse a luchar quisieran o no. Me quedo con la capacidad de las personas de sobrevivir, de avanzar en la vida… aunque estén en un infierno.
¿Qué implica la edición o la posproducción de fotos de un conflicto?
La imparcialidad viene de tratar de contar lo que tu ojo ve sin dar una opinión al respecto. Evidentemente, estás utilizando tu ojo y eso de por sí es un elemento subjetivo. Es imposible ser imparcial al 100% porque no somos máquinas.
Hay una diferencia al hacer breaking news, por ejemplo, porque eso es algo muy inmediato en donde estás contando lo que sucede. Y contando algo de un momento dado, sin contexto porque no hay tiempo: son fotos de consumo más rápido y una vida más corta. Hablas de un momento, de un lugar y de una acción congelada en el tiempo, pero no aportas contexto ni exploras las consecuencias de esa situación. Es como una postal.
Si construyes un reportaje fotográfico es más como un libro: introducción, nudo, desenlace. Evidentemente, hay que seguir unas pautas, una ética fotoperiodística. Existen ciertas licencias artísticas, pero no sería ético emplearlas. La deontología periodística está muy marcada: no puedes borrar elementos, no puedes manipular el mensaje. Tienes que contar lo que hay: lo que has visto. Pero al construir un reportaje sí que hay una narrativa visual que puedes utilizar, ciertas herramientas muy leves artísticas, para no solo dar información sino plantear preguntas o dar un contexto histórico que ayude al lector a entender la historia. Como si leyesen un libro en imágenes.
El timón para construir una narrativa visual es la ética periodística, es lo que nos tiene que conducir. Depende de la historia también que te toque hacer, pero siempre tienen bastantes elementos parecidos: fotografías que muestren el sitio, un personaje concreto (“esta es la persona de la que vamos a hablar: es su historia”)... y se va desarrollando poco a poco. Esa narrativa permite al observador mantener el interés por acabar la historia entera y no quedarse en la segunda foto.
No es algo que pueda hacer cualquiera: necesitas haber estudiado cómo hacerlo, haber aprendido. Con el tiempo el ojo se va educando para construir esa narrativa.