Lo extraordinario de ser voluntario: la historia de Gonzalo Fernández - Ahora
Publicador de contidos
- Gonzalo Fernández tiene 68 años y muchas ganas de aportar su granito de arena. Es voluntario de Cruz Roja Sevilla desde 2011, y asegura que el trabajo de la Organización le motiva a seguir adelante. Para él la palabra “limitación” no existe.
En 2011, cuando Gonzalo Fernández alcanzó los 57 años de edad, lo decidió: iba a hacerse voluntario de una vez por todas. Sociólogo de profesión (ha estado 32 años en el programa de salud mental del Servicio Andaluz de Salud), entre el trabajo y responsabilidades familiares este sevillano de Cuenca admite que “siempre encontraba excusas” para aportar su granito de arena. Hasta ese momento.
Entró entonces a formar parte de Andalucía Compromiso Digital, una iniciativa de la Junta de Andalucía y Cruz Roja, que pretendía sentar las bases para manejarse con la tecnología. “Yo no soy informático”, matiza Gonzalo, “pero fue el proyecto donde me encontraba más cómodo”. En él, ayudaba frecuentemente a personas mayores a comunicarse con su familia utilizando las pantallas. “Veías el progreso de la gente y la ilusión por compartir ese espacio con sus nietos y nietas y lo que suponía para ellos tenerlos cerca aunque estuvieran lejos; ya fuera en la misma ciudad, o cuando los nietos y nietas se iban a estudiar al extranjero”, explica. Preguntado por la brecha digital, Gonzalo reconoce que no tiene ningún problema con “lo elemental”, pero “si le preguntas a mi hijo, te dirá que soy un ignorante”, responde.
“Ser voluntario me aporta una enorme satisfacción”
Cuando arrancó la pandemia, Gonzalo se apartó durante un tiempo y hace poco que, nuevamente, se ha vuelto a incorporar como voluntario. En esta ocasión, y con los 68 años cumplidos, su labor se centra en la clasificación y reparto de alimentos a personas necesitadas y en un par de módulos que imparte en los cursos de recuperación del carnet de conducir.
Todas las tareas en las que puede ayudar le aportan una “enorme satisfacción”. “Sobre todo desde un punto de vista egoísta, porque conozco a gente magnífica, de todas las edades… gente admirable”. Una de ellas, Carmen, que, como Gonzalo, participó en la nueva campaña de la Organización para promover el voluntariado, Encrucijada: el casting. “Una mujer de 73 años con una fortaleza, un espíritu, unas ganas de colaborar impresionante… merece una cursilada: daba mucha luz y alegría”, dice sonriendo.
Del rodaje de Encrucijada: el casting, por cierto, Gonzalo se llevó algún que otro recuerdo curioso. “La mayor parte de quienes estábamos en mi grupo teníamos dificultades para ponernos el chaleco mientras caminábamos hacia el frente del escenario”, explica. Gonzalo, que también practica tenis y bailes de salón, reparó entonces en el pasodoble, donde había una figura que encajaba perfectamente con lo que tenían que hacer. “Metimos la mano izquierda, levantamos el chaleco por encima de la cabeza, y después metimos la derecha. Parece difícil así dicho, pero es muy fácil, y sencillo de combinar mientras caminas. El resultado, por tanto, fue estupendo”, cuenta.
Gonzalo es el vivo ejemplo, además, de que la voluntad mueve montañas. Diagnosticado de parkinson desde hace 10 años, eso nunca le ha impedido seguir con su vida. Incluso las actividades que está realizando de voluntario le sirven como revulsivo. “La actividad de clasificación de alimentos me va muy bien, porque es un ejercicio donde trabajo la motricidad, y me sirve de entrenamiento y rehabilitación”, cuenta. En estas tareas normalmente coincide con Víctor, otro voluntario. “Siempre digo que somos pareja de hecho, porque trabajamos mucho juntos”, bromea Gonzalo.
Escoger una única anécdota de estos últimos años no le resulta fácil, así que prefiere quedarse con emociones, sensaciones y momentos. “Hay personas que me han impactado especialmente, como las personas migrantes que no tienen ningún recurso y están recibiendo ayuda de Cruz Roja y quieren compensar esa ayuda aportando su propio trabajo. También es admirable”, comenta. “O algo tan sencillo como clasificar alimentos en una caja entre dos personas, haciendo cadenas, tirándonos los paquetes con coordinación, ganando tiempo y disfrutando. Ese tipo de cosas, de pequeñas cosas, son las que hacen que la vida sea extraordinaria”, concluye.
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