Unos minutos con Sara Escudero - Cruz Roja
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Unos minutos con...
Sara Escudero
SUBTÍTULO - Sara Escudero
“El día que no sintamos, que no nos emocionen las situaciones que vemos o vivimos, que no nos rompamos ante el dolor, será el momento de cambiar de rumbo”
CWB - INTRO MINUTOS CON SARA ESCUDERO
Diciembre de 2003. Un terremoto de 6.3 grados en la escala de Richter sacude la población iraní de Bam. Se activan los mecanismos de respuesta de las distintas agencias humanitarias, entre ellas, la Media Luna Roja Iraní. En esas primeras horas no se alcanza a atisbar la magnitud real de la tragedia. Dejará más de 45.000 personas fallecidas.
Una joven abulense de 25 años llega al aeropuerto de la capital iraní como parte del operativo humanitario de Cruz Roja Española. Pertenece a la Unidad de Emergencias de Agua y Saneamiento. Cuando ve los cuerpos apilados al bajar del avión se plantea qué hace allí. Pero es su trabajo, se ha preparado para ello.
Es la primera misión de emergencia de Sara Escudero. Desde entonces, y hasta su posición actual como delegada internacional en Polonia por el conflicto de Ucrania, esta ingeniera civil, especializada en hidrología, ha trabajado en muchas de las principales catástrofes y crisis humanitarias que han afectado al planeta, ya sean terremotos, tifones, tsunamis, crisis de refugiados o epidemias como las del ébola. Y, siempre, con una sonrisa.
Si le preguntas a Sara cuándo comenzó su relación con Cruz Roja, nunca te dirá la fecha exacta. Digamos que, ‘no tuvo opción’. Es ‘tercera generación’, su abuela y su madre ya colaboraron con la organización humanitaria. De hecho, de pequeña, Sara hacía los deberes en la sede de Cruz Roja Española en Ávila.
CWB - ENTREVISTA MINUTOS CON SARA ESCUDERO
Sara, ¿qué impresiones conservas más nítidamente de tu primera misión en Irán? | ¡La primera misión! Eso no se olvida nunca. Recuerdo nítidamente cuando me alertaron, me llamaron, cuando preparé la maleta… cada momento lo viví con la intensidad y la importancia que merecía. Llevaba 2 años y medio preparándome para ese momento. Y siento un enorme agradecimiento por haber tenido la oportunidad que marcó mi vida para siempre. La manera de medir el tiempo puede ser en años o en momentos. En años te diría que no ha pasado casi tiempo, aunque 21 primaveras desde entonces no engañan al calendario. Pero en momentos vividos, me parece haber vivido una eternidad. Te puedo confesar que de mi primera misión puedo recordar olores, sabores, incertidumbres… y muchas fotos que pasan por la cabeza como un videoclip cada vez que pienso en la Navidad del 2003. Siempre el primer baile se recuerda de una manera especial y en mi caso fue un antes y un después en una manera de vivir y de sentir, tanto en el plano personal como en el profesional. |
¿Cómo ha cambiado esa cooperante o delegada al cabo de tantas misiones de emergencia? | ¡Más arrugas seguro! Todo cambia, nada es permanente. Nos pasamos la vida errando, aprendiendo, cambiando y vuelta a empezar. Entrenamos para estar preparados para el cambio, siempre confiando que se sea para mejor. Que cada año podamos instalar una mejor versión, un nuevo modelo que se basa en la experiencia, de lo que quieres desaprender y lo que no quieres desterrar de tu camino. Claro que he cambiado en muchas cosas, pero hay una parte de la esencia de cada persona que permanece. Estamos ante cambios continuos, ante escenarios cada vez más complejos. Pero nuestra responsabilidad es estar siempre listos, sin dejar de aprender por el camino para responder mejor a los conflictos complejos a los que nos enfrentamos en la actualidad. |
Ante situaciones de tanto dolor, ¿te has roto alguna vez? | Muchas. No llevo la cuenta para no derrumbarme…. Pero sí, en realidad, las recuerdo todas y cada una. Están las roturas que te parten por la mitad. Y luego hay microrroturas del día a día, que te emocionan, te sitúan en la vida, te replantean las cosas… Te rompes y te tienes que coser de nuevo. Porque es un día tras otro. No puedes permitirte estar mal ni por las personas que están en una situación de extrema vulnerabilidad, ni por tu equipo, ni por ti misma. Creo que de ahí puede venir mi afición a la costura. Porque somos expertas en remiendos, bordados y poner nombres a punto de cruz en el corazón. |
¿Tienes alguna técnica o dinámica para hacer frente a ese dolor y que, finalmente, te permita seguir siendo operativa y hacer tu trabajo? | Creo que la técnica es dejar que la cosas te afecten. El día que no sintamos, que no nos emocionen las situaciones que vemos o vivimos, que no nos rompamos ante el dolor, será el momento de cambiar de rumbo. Dejar que las cosas nos afecten es seguir luchando por las injusticias, por humanizar y dignificar los contextos y a las personas. No quiero tener una armadura. Quiero seguir sintiendo porque eso me mantiene alerta y viva. Soy una persona muy emocional en una mente de ingeniera. Me encanta estructurar y planificar, pero mi corazón le planta batalla a mi mente y dice que ser operativa se gana con la mente y siendo humana, son cosas del corazón. Y las cosas del corazón y del alma no se pueden solucionar con una ecuación matemática. Así que convivimos la mente, el corazón y yo, manteniendo algo de cordura y muchas locuras con alma. |
Entre las emergencias en las que has trabajado está la epidemia del ébola en África. Tú, de hecho, participaste en la construcción de dos centros de tratamiento del ébola en Sierra Leona. ¿Supuso un cambio en tu forma de trabajar, más allá de los condicionantes de los equipos de protección individual que teníais que llevar puestos? | Sierra Leona. Un cambio de 180 grados en todos los sentidos de la vida. Primero por el contexto, la expectación, el desconocimiento. Después de haber vivido la epidemia del COVID-19 ya a nadie le parece raro que les cuente que estuvimos en cada misión semanas enteras sin abrazar, sin un golpecito en la espalda, cerca pero lejos al mismo tiempo. Hace 10 años de aquello, pero te aseguro que aquel agosto del 2014 las cosas eran muy diferentes. Marcó mi vida, la de mi familia, la de mis amigos. Posiblemente también dejó huella en el hecho de humanizar cada espacio, construir para la vida y la dignidad. No era cuestión de números, era un tema de calidad, seguridad, dignificar. Tuve la oportunidad de participar en la construcción del primer centro de tratamiento de Ébola en Kenema, en agosto del 2014. Y después nos volvieron a llamar para un segundo centro en Kono, que construimos en plenas navidades entre diciembre del 2014 y enero del 2015. Dos experiencias únicas e irrepetibles. Aprendí tanto y lo vivimos con tanta intensidad que los días los contábamos como semanas. Eché de menos el pasar tiempo con el equipo a pesar de estar juntos, abrazarlos cada mañana, sentirte acompañada en los momentos bajos o en los momentos de alegrías. Fue una misión muy dura y solitaria, aunque estábamos en equipo. Pero al mismo tiempo, fue una de las misiones donde el aprendizaje es una gran lista y gana por mucho a las dificultades o las incertidumbres vividas. Y no hablo solo de la misión en sí, sino también de cómo superar el día a día durante el periodo de cuarentena ya a la vuelta, cuando todos los nervios y vivencias salen a la luz. Mi teoría es que vivimos las misiones 3 veces: cuando estás allí, cuando pasas el duelo a la vuelta queriendo recuperar una normalidad que no llega y que posiblemente no volverá porque ya no eres la misma persona que te fuiste y la vida a tu alrededor no se ha parado. Esta es la etapa que yo llamo cómo “posos de café”. Y por último cuando la recuerdas, sabiendo analizar los buenos momentos y olvidar por un momento los malos. En esta misión el duelo fue complicado y necesitamos estar arropados en todo momento para superar la fragilidad que supuso un contexto muy difícil, muy mediático y lleno de incertidumbre. El miedo a lo desconocido es nuestro peor enemigo. |
Habitualmente, o casi siempre, se te ve sonriendo, pese a la dureza de algunas misiones. ¿Lo llevas de fábrica o es una técnica estudiada? | No sonreír sería injusto. Nos movemos en contextos complejos en los que una sonrisa puede cambiar tu mundo. Hay veces que sonreír, ser amable, parece que significa ser menos profesional. Sonreír es decirle al mundo la suerte que tenemos por vivir, por estar, por ser y lo más importante para mí, por el hecho de sentir. Hasta cuando corro sonrío, aunque pierda las únicas fuerzas que me queden. Por eso, te hace decirle al mundo que hay esperanza y que somos del bando de los que intentamos hacer del mundo un sitio más humano y más feliz. Y si te devuelven otra sonrisa, ya has ganado otra batalla. En el metro, cuando te cruzas con alguien…. Somos los del bando de no ir de agrío por la vida. Un día leí que el maratoniano Kipchoge sonríe cuando ya no tiene fuerzas o es más vulnerable. Y así le dice a su cabeza que sigue vivo y que puede conseguirlo. Así que llevar la sonrisa de serie es plantarle cara hasta a tus miedos y tus luchar internas. Si él hizo un maratón en dos horas… yo que me conformo con bajar de las 4 horas, no le voy a contradecir, ja,ja,ja. Otras veces hay que cambiar las sonrisas por lágrimas. Entonces canto para que no se me olvide estar agradecida a la vida de todo lo bueno que tenemos y que podemos ofrecer. |
Y, hablando de sonrisas, echando la vista atrás, ¿nos podrías mencionar algunas situaciones, durante esas misiones, que todavía hoy en día, al recordarlas, te generen una sonrisa franca y abierta? | Estas siempre son las mejores historias, porque me llenan de calma. Te diré que, en medio de la crisis humanitaria de Bangladés, en mi mar de plásticos, volé una cometa. Mi primera cometa. 6 palos de bambú, un trocito de cuerda y una bolsa de plástico fina. Los niños me enseñaron a volar su cometa, a lanzar sus sueños a las nubes, a hacer algo nuevo, a volver a soñar como una niña. Ese recuerdo me hace sonreír. Nunca más he vuelto a volar una cometa, pero estoy segura de que aprenderé. Les traje una a mis hijos, y aún la conservo.Recuerdo también, en Mozambique, la llegada a los campos, rodeada de niños, con lo ruidoso de sus días y las dificultades de sus noches. Pero me quedo con esa alegría de sobreponerse a lo desconocido una vez más. Lo llamamos resilientes. Yo los bauticé como los dueños del tiempo, aunque ellos no saben que son los dueños de parte de mi corazón. Esto momentos también me saca alguna lágrima de las de ternura. Pero esas lágrimas me encantan y no las puedo ocultar. El agua, limpia, así llorar es parte de la depuración y de la vida. Mis gafas son mis alidados para este y otros momentos de la vida.
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Más de una decena de misiones... ¿Cuántas? Imagino que también habrá habido momentos, pocos o muchos, que te sigan dando punzadas bien adentro, ¿verdad? | Mejor no decir cuantas, que ya hemos desvelado que llevo demasiados años…. Pero creo que en bingo ya superamos “la niña bonita” Ja, ja, ja. ¡Que te voy a contar a ti, que no sepas! Hay situaciones por las que no puedes pasar desapercibido. Que quieres cruzarlas de puntillas, como si no quisieras despertarlas de nuevo. Pero, el corazón también da portazos de vez en cuando, y se despiertan. En ese momento, ya solo puedes cantar una canción de cuna, intentar acurrucarla junto a ti y acunarla. Hay momentos tan duros, heridas tan profundas, que sangran aún sin querer. Para todo, tiempo y cariño. Para lo que no se puede curar, al menos cariño para poder pasar página y pensar en capítulo siguiente. |
¿Has temido por tu vida en alguna operación humanitaria? | Hemos pasado dificultades, eso seguro. Temer por la vida no. Una de las cosas que aprendemos siempre es dar lo mejor de ti sin poner en riesgo ni a tu equipo ni a ti mismo. No es un tema de valentía, es un tema de no correr riesgos innecesarios que harían que la misión se tuviera que interrumpir y, por tanto, tu trabajo no lo pudiera hacer nadie. Tener los pies en el suelo para hacer un equilibrio entre la temeridad, el extra de valentía y el contexto es difícil. Pero siempre hay que valorar la seguridad del equipo y personal por encima de todo. Un ejemplo claro es del que hemos hablado ante de la construcción de los centros de tratamiento de ébola: un riesgo podía conllevar tu contagio y el riesgo para tu vida, en la parte personal. Pero en la parte de equipo, podía suponer contagiar al resto de los miembros, ponerles en riesgo y tener que evacuar el equipo. Eso implica también un posible retraso en la apertura de los centros y, por tanto, el posible fallecimiento en condiciones indignas de cientos de personas. Un acto no medido puede llevar riesgos con dimensiones incalculables. Creo que la prudencia y la medida de los riesgos es algo que también aprendemos con el tiempo y tiene que ser siempre una prioridad, para no caer en la temeridad. |
Casada y con dos hijos. ¿Nunca te han puesto pegas o cierta resistencia por tus ‘desapariciones’ periódicas y ante situaciones tan adversas o complejas? | La verdad es que no. Al contrario. Creo que he recibido más apoyo que el que yo hubiera podido dar en caso contrario. Mis padres, mi marido, mis hijos, mis hermanas, mis amigos… Siempre he sentido apoyo, respeto y ganas tremendas de ayudar cuando yo me iba. Hablo mucho del equipo cuando estamos en una misión, porque tu equipo es tu todo en una situación compleja y te estabiliza en situaciones vitales. Pero el otro equipo, el que se queda cuidando, esperando, aguardando un mensaje, ese es también clave para la estabilidad emocional y que tú tengas toda tu concentración sólo en lo que estás haciendo. Sabiendo que, en casa, todo va bien. Ese otro equipo es esencial y, sin él, no hubiera podido continuar. Sin el equipo que juega en casa, no se pueden jugar partidos fuera. Alguna vez mis hijos pidieron a los Reyes Magos que volviera a casa. Y eso te rompe el corazón. Pero también nos enseña, te hace aprender y te hace mirar el mundo de otra manera. Te sitúa en el podemos perder todo en cualquier momento o no todas las personas tienen la buena suerte de nacer en código postal adecuado. Todas las experiencias nos han hecho crecer como familia y como personas.
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¿Crees que, en el sector de las emergencias, tradicionalmente muy masculinizado, la mujer ha alcanzado una participación adecuada? En tu caso, ¿te has sentido alguna vez ninguneada por ser mujer? | Pues en realidad creo que depende mucho de los sectores. En el 2001, cuando empecé a formarme en las emergencias con Cruz Roja Española, éramos muy pocas chicas en mi sector de agua, saneamiento y promoción de higiene. Quizá el espejo de las mujeres que cursaban ingenierías hace 25 años. Afortunadamente, todo va cambiando y evolucionando. Hoy en día es más sencillo encontrar mujeres en perfiles diferentes. En nuestra primera misión en Bam fui la única mujer. Ahora ya es raro que no salgan dos, por ejemplo. Los equipos tienen que tener diferentes perfiles, diferentes puntos de vista… Pero es cierto que las mujeres aún tenemos un largo camino que resolver porque en muchos casos seguimos teniendo el rol cuidador, que dificulta compaginarlo con otras actividades sin tener que renunciar a uno de los dos. La conciliación sigue siendo compleja y es una realidad social. Afortunadamente no es mi caso, pero si lo es para muchas mujeres. Nos pasamos la vida demostrando que valemos para los trabajos, que podemos cuidar de nuestras familias… siempre hay un plus de demostrar y justificar que tenemos que evitar. Cuando me iba al principio a alguna misión, siempre me preguntaban con quién dejaba a mis hijos. No creo que esa pregunta se la hubieran hecho a un padre. Pero como digo, las cosas cambian. Y no, no me he sentido jamás de menos en un equipo por ser mujer. Creo que en la Cruz Roja afortunadamente, tenemos ya mucho terreno ganado y conquistado. Y estoy segura de que nuestras hijas nos agradecerán las barreras que hemos roto en la medida de nuestras posibilidades, al igual que yo le agradezco a mi abuela y a mi madre la lucha por hacer este mundo más equitativo e igualitario.
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¿Animarías a otras personas a ser cooperantes o delegadas de emergencias? ¿O mejor un trabajo más tranquilo? | Bueno para gustos los colores y los momentos. Desde luego yo lo recomendaría porque me ha cambiado la vida de manera muy positiva. Me he llenado de muchas vivencias y experiencias, y también he aprendido más de lo que nunca hubiera imaginado. En mi mente configurada para la ingeniería diría que me gustan las rutinas, tener todo planificado y procedimentado. Pero mi corazón me dice que, lo que realmente me llena es poder poner el conocimiento y la experiencia al servicio de los demás. El agua y el saneamiento puedan cambiar la vida de las personas. Poder contribuir a los objetivos de desarrollo sostenible, que tus años de estudio valgan la pena, que la calidad de vida de las personas mejore. Jamás pensé que mi vida profesional pudiera ser tan plena. Y eso lo recomendaría siempre. En mi caso, no me arrepiento de ningún paso dado. Todos me han enseñado y me han conducido a este camino. Jamás lo cambiaria por un trabajo más tranquilo. Aunque es necesario mantener un equilibrio entre las dos facetas de la vida diaria y la vida en emergencias.
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Además de las catástrofes, cada vez más frecuentes y con mayor impacto, no cesan los conflictos armados, unos 120 según el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). ¿Tienes esperanza en la condición humana? ¿Hay algún motivo para el optimismo o estamos inmersos en el mito de Sísifo? | Siempre hay un motivo para el optimismo. Creo en la humanidad y en las vueltas de tuerca. Creo que entre todas las personas podemos cambiar el rumbo de muchas cosas. Pero para ello, es necesario focalizar lo pequeño, cambiar nuestros entornos, abrirnos al mundo y dejar de pensar que somos el ombligo del mundo. Creo que hay espacio para ser mejores (mucho margen). Que las páginas de la historia merecen ser escritas de otra manera. Que nuestros hijos e hijas merecen un legado basado en la no violencia y el compromiso. Creo que ser optimistas es de valientes, porque a pesar de ver la botella medio llena, se tiene la valentía de querer seguir llenándola de vida y de buenos momentos. Cada día estamos rodeados de noticias maravillosas que no se cuentan o a las que se le dedica menos tiempo, pero que emocionan y nos hacen sentir. Y por eso, no tiro la toalla y siempre creo en quienes crean magia y fabrican sueños.
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