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Érica Santillán: “La educación sexual debería ser un derecho garantizado, no una decisión personal”
BEGIRADAK
ÉRICA SANTILLÁN
“La educación sexual debería ser un derecho garantizado, no una decisión personal”
ÉRICA SANTILLÁN
25/11/2025
IDAZLEA:
ELKARRIZKETAGILEA:
Silvia Llorente

Humanidad

Imparcialidad

Unidad

25/11/2025
IDAZLEA:
ELKARRIZKETAGILEA:
Silvia Llorente

Humanidad

Imparcialidad

Unidad

Sexóloga

Cuando Érica Santillán era pequeña, la sexualidad le despertaba una curiosidad inmensa: buscaba respuestas en enciclopedias y diccionarios y compartía dudas con sus amigas para comprender un tema del que apenas se hablaba con claridad. Años después entendió que aquella inquietud infantil era el germen de una vocación y decidió dedicarse a la sexología. Hoy, además de sexóloga, es trabajadora social, mediadora y terapeuta sexual y de pareja, y centra su labor en acompañar y ofrecer herramientas para que cada persona pueda vivir su sexualidad con tranquilidad, libertad y placer. En esta entrevista conversamos sobre educación sexual, deseo, consentimiento y las claves para construir relaciones más sanas. 

En algunas ocasiones se ven vulnerados los derechos de las mujeres dentro de las relaciones de pareja. ¿Cómo podemos identificar qué es normal y qué no lo es en una relación de este tipo? 

Lo complicado es que, a veces, lo habitual no tiene por qué ser normal. Si en una relación siento que debo justificarme constantemente, que mis deseos o necesidades se limitan, se desprecian o se ningunean; o ni siquiera me veo capaz de ponerlos sobre la mesa por miedo a la reacción de mi pareja, estamos ante señales de alerta. También cuando aparece culpa, presión o una preocupación excesiva por cómo va a recibir la otra persona lo que digo. La sensación de “ni lo menciono, porque sé que le va a sentar mal”. Cuando hablar de algo importante se convierte en arriesgado, significa que pasa algo. 

Además, se han naturalizado dinámicas de control, celos y presión sexual. Se asume que, por ser pareja, hay que cumplir ciertos “requisitos”, y eso no es así. En esta fecha, el 25N, es clave recordar que la responsabilidad es colectiva. También de los hombres: mirar hacia dentro, revisar conductas aprendidas y reconocer que muchas vienen de tradiciones muy dañinas que debemos cuestionar. 

¿Por qué resulta tan difícil reconocer ciertas formas de violencia, especialmente la sexual, dentro de una relación afectiva o de pareja? 

Porque se nos ha transmitido la idea de que, si hay amor, no puede haber violencia. Las relaciones interpersonales (laborales, de amistad…) son complicadas de por sí, pero dentro de la pareja se han dado por naturales muchas dinámicas, especialmente en lo sexual. Se ha entendido que el sexo “tiene que existir” y que, si no, algo va mal. Y entonces me tengo que esforzar: tengo que dejar que esto ocurra. Eso convierte el sexo en una especie de validador de la relación: si hay, vamos bien; si no hay, yo estoy fallando. Y así se han normalizado presiones para mantener relaciones sexuales, o acceder aunque no apetezca. 

Además, hombres y mujeres hemos recibido educaciones emocionales muy distintas. A nosotras se nos ha enseñado más la complacencia, la sumisión y el cuidado del otro; a ellos, la independencia emocional y priorizar sus decisiones. Cuando juntas esto en una relación heterosexual, se genera un cóctel perfecto para estas violencias o dinámicas desiguales. 

Desde tu experiencia, ¿cómo influyen los mitos del amor romántico en la aceptación de conductas que pueden ser dañinas o invasivas hacia las mujeres? 

El amor romántico vende la idea de que “si nos queremos, todo es fácil”. Que no debería haber conflictos, cuando lo normal es que sí existan porque al final todos somos personas distintas. Eso sí, hay formas y formas de discutir. También se ha promovido que “el amor todo lo puede”: que hay que aguantar, perdonar, sacrificarse. Y que los celos son una prueba de amor; tanto en las aulas como en la calle se sigue escuchando. 

Vivimos en una sociedad que aún valora a las mujeres en función de si tienen pareja o no. Eso hace que muchas acepten migajas por miedo a estar solas o por la idea de que “las relaciones son así”. Con el tiempo, esto erosiona la autonomía e incluso la identidad: se centra todo en la pareja, que pasa a ser el eje del ocio, los apoyos y la validación; el sostén de todo. Muchas veces esperamos que sea así; que compartamos todo con ella, también por el mito de la “media naranja”. Y si no se cumple esa expectativa, se rompe y se busca otra persona. Esa insatisfacción generalizada (en hombres y en mujeres) está muy vinculada a los mitos del amor romántico. 

También pesa mucho el mito de la complementariedad: “Yo soy tranquila, él es visceral”. Pero a veces eso significa que una persona afronta los conflictos desde la pasividad y la otra desde la agresividad (aunque no sea una agresividad física, o insultos). Y ahí se cuelan desigualdades normalizadas. 

Se habla mucho de consentimiento, pero ¿qué confusiones existen sobre lo que significa realmente consentir en el ámbito sexual y afectivo? 

La palabra “consentimiento” tiene muchas interpretaciones. Puede sonar a “aceptar” algo, pero aceptar no siempre implica desear. Puedes “aceptar” desde muchos lugares; por presión, por miedo al enfado, por la idea de que “si soy una persona con una relación sana, debo tener sexo”, o para validar que la relación va bien. Se puede dar un consentimiento “viciado”: hacerlo no por deseo propio, sino por razones externas. 

Por eso me gusta hablar más de deseo: quiero estar aquí porque realmente quiero. El consentimiento no es un contrato, es un diálogo constante. Puedo consentir un encuentro, pero no una práctica concreta; puedo cambiar de idea; puedo parar. Y todo eso es válido. 

A nosotras se nos ha educado en no molestar y no incomodar; a ellos, en expresar sus deseos de forma directa. En relaciones heterosexuales, esa combinación es explosiva. 

¿Qué papel juega la educación sexual en la forma en que entendemos el consentimiento y el respeto dentro de la pareja? 

Es fundamental. Y no solo en la infancia o la adolescencia: hay una carencia enorme de educación sexual también en personas adultas. Muchos de los problemas que veo en consulta vienen de una educación sexual deficiente y llena de mitos. 

La educación sexual ayuda a desmontar roles y estereotipos de género, creencias sociales y culturales erróneas y miedos. Y la sociedad está muy tensa con esto. Cuando voy a institutos, veo un enorme interés por aprender. Sin embargo, también existe miedo a la reacción de algunas familias, que limita enormemente este trabajo. 

La educación sexual debería ser un derecho garantizado, no una decisión personal. La alternativa es Internet, donde, junto a información útil y cosas positivas, también hay discursos machistas, antidiversidad y profundamente dañinos.  

En ocasiones funciona mejor trabajar primero con las familias para que entiendan cómo hablar de sexualidad sin miedo ni prejuicios; no vamos a conseguir nada si damos algo en clase y las familias no están alineadas con eso. Tenemos que buscar que las familias se sientan cómodas, no juzgadas, y aprendan cómo hablar sobre estos temas en casa. Al final, agentes de educación sexual somos todo el mundo: quien hace una peli, quien escribe una canción, quien está en casa, quien va por la calle, los chicos y las chicas…   

¿Cómo influyen las redes sociales y las nuevas formas de comunicación en la percepción de la intimidad y los límites? 

El problema no son las redes, sino la falta de educación sexual que acompañe su uso. Lo que me sorprende es cómo se ha normalizado la desconfianza: pedir la ubicación a la pareja, exigir pruebas de dónde estás, controlar. No todos, pero hace 12 años todo el mundo te decía lo que querías oír; ahora siento que, incluso en una misma clase de un instituto, hay personas que hablan de las relaciones desde la posesión y los celos, y otras que tienen ideas muy chulas, de las que se puede aprender mucho. Todo está mucho más polarizado. 

Las tecnologías pueden facilitar, además, que se traspasen límites de intimidad. Detrás de una pantalla, la responsabilidad emocional parece diluirse. Hay que educar en que las relaciones o intercambios que se dan en las redes sociales es como si estuvieras cara a cara con esa persona y responsabilizarse afectivamente de eso. También hay un lado positivo: cada vez más creadoras y creadores cuestionan modelos de masculinidad y estereotipos y violencias. Antes dependía únicamente de tu entorno: ahora se convierten en comunidades de apoyo. 

El deseo sexual varía con el tiempo y las circunstancias. ¿Por qué se interpreta a veces esa variación como “rechazo” u “obligación” hacia la otra persona? 

Porque se da por hecho que el deseo debe ser lineal, y no lo es. Varía entre personas y en cada momento vital. No hay una vara de medir el deseo porque las personas somos muy diferentes. Y otra cosa importante: ¿deseo de qué? 

Muchas veces sí hay deseo, pero no del tipo de encuentro sexual que se espera, por ejemplo. Se ha aprendido que el sexo debe seguir una secuencia cerrada: besos, excitación, contacto genital y penetración. Pero a lo mejor tú no quieres esa concatenación de esas prácticas eróticas, así que dices que no. Ahí sí parece que estás firmando un contrato y que, si empiezas, tienes que terminar. Pero a veces no es falta de deseo. Quizá solo deseas un beso, un rato íntimo o una práctica distinta. 

Si alguien vive los encuentros sexuales como presión, su cuerpo reacciona alejándose: no se disfruta y el deseo disminuye. No siempre es “falta de deseo”, sino rechazo a una dinámica concreta que no cuida ni respeta.  

¿Qué herramientas de comunicación pueden ayudar a las parejas a dialogar sobre deseo y consentimiento de manera sana y respetuosa? 

Lo esencial es la escucha real: escuchar para comprender, no para responder o defenderse. También hablar desde el “yo” en lugar de acusar: “Cuando pasa esto, yo me siento así”. Es un entrenamiento, no algo que se consigue en dos sesiones de terapia o poniendo en práctica un par de ejercicios, por ejemplo. 

También me parece muy importante no hablar solo de lo negativo: también de lo que sí funciona y genera bienestar. Y tener claro que generar incomodidades a veces es inevitable; lo importante es cómo se gestionan. 

Además, reflexionando sobre la pregunta anterior, hay que revisar la forma en que atribuimos los problemas de deseo. Muchas veces se coloca la responsabilidad en quien “tiene menos ganas”, cuando muchas veces no siente deseo, a lo mejor, por las actitudes de la pareja. Es una cosa de los dos.  

Y no debemos confundir deseo con conducta. Yo puedo desear muchas cosas, pero eso no quiere significar que tenga que actuar en consecuencia de ese deseo, ni que ese deseo me lo tenga que satisfacer otra persona. Puedes pasar por una terraza, ver que están comiendo una ración de croquetas, que te apetezca mucho… y no meter la mano en el plato.  

Si una persona empieza a sentir que algo “no está bien” en su relación, pero no sabe cómo actuar, ¿cuál sería el primer paso para protegerse y buscar ayuda? 

Lo primero es escuchar esa intuición: si sientes que algo no va bien, probablemente sea así. No significa que sea irreparable, pero sí que requiere atención. Hablarlo con alguien de confianza, sin juicios, puede ayudar a poner luz y reducir la confusión. 

También hay una violencia machista con raíces estructurales y cifras que avalan seguir nombrándola. El patriarcado y el machismo están en nuestras relaciones, es inevitable. Y podemos revisarlo. Nombrarlo en voz alta puede aliviar esa confusión. Informarnos de los recursos que hay a nuestro alcance. No hace falta tenerlo todo claro para pedir ayuda o consultar. Los recursos existen precisamente para acompañar, explorar y entender qué está pasando sin precipitar nada. 

Y también me gustaría que los hombres entendiesen que pedir ayuda o revisar sus comportamientos no es una derrota, sino un acto de responsabilidad. Cada vez lo hacen más, pero aún cuesta. 

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