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Cuando la respuesta contra el cambio climático está en la propia naturaleza

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CUANDO LA RESPUESTA CONTRA EL CAMBIO CLIMÁTICO ESTÁ EN LA PROPIA NATURALEZA

Cuando la respuesta contra el cambio climático está en la propia naturaleza
El último informe de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja (IFRC) y el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) analiza y señala el gran potencial de las llamadas prácticas centradas en la naturaleza como mecanismo para frenar el cambio climático y proteger a la sociedad de sus consecuencias más graves.

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Resulta inevitable pensar en la naturaleza en términos de cambio climático y percibir algo más que el gran daño colateral en el que tristemente se ha convertido o las graves consecuencias ambientales, económicas y humanas de los cada vez más comunes desastres repentinos relacionados con el recrudecimiento de la meteorología. La comunidad científica, por el contrario, ha visto en ella la capacidad de ser también parte de la solución. Así lo señala un reciente informe del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja (IFRC), que analiza un área de actuación conocido como prácticas centradas en la naturaleza, las cuales, según aseguran, tienen el potencial de reducir en al menos un 26 por ciento tanto la intensidad del cambio climático como las amenazas meteorológicas derivadas de sus efectos.

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¿Qué son las prácticas centradas en la naturaleza?

El informe las define como todas esas “medidas orientadas a proteger, gestionar de manera sostenible y rehabilitar los ecosistemas naturales o modificados, que permiten abordar de forma eficaz y adaptable algunos problemas que afectan a la sociedad, promoviendo simultáneamente el bienestar humano y los beneficios para la diversidad biológica”. En otras palabras, aprovechar y recuperar el potencial de la naturaleza como mecanismo de protección, regulación y adaptación al clima.

Un muy buen ejemplo es la restauración de la vegetación de las laderas. Su presencia contribuye a disminuir el flujo del agua de lluvia pero también sujeta el suelo, lo que se traduce en una disminución del riesgo de desprendimientos a causa de lluvias torrenciales. También la recuperación de los manglares y los arrecifes de coral, porque forman una barrera de protección que ejerce de defensa natural de las costas, frenando el impacto en caso de tormentas e inundaciones.

Las prácticas centradas en la naturaleza incluyen iniciativas planteadas con diferentes perspectivas, desde la protección medioambiental hasta su restauración o gestión sostenible, pasando por la creación de ecosistemas. La idea, según explica el informe, es ayudar a que la naturaleza continúe prestando esos ‘servicios’ que tienen la capacidad natural de proteger a las comunidades tanto del cambio climático como de los riesgos meteorológicos asociados. Y entre ellos también se incluye una función muy importante, la producción de alimentos, un factor clave para aumentar la tan necesaria resiliencia.

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La naturaleza al rescate

Aunque el limitado uso de estas prácticas complica la cuantificación de su impacto, varios estudios con medidas a menor escala demuestran la gran capacidad protectora de la naturaleza en contextos de desastres. También su potencial para reducir en al menos un 26 por ciento la intensidad del cambio climático y las amenazas meteorológicas y desastres repentinos. Una realidad, esta última, que causó 410.000 muertes entre 2010 y 2019, y que afecta especialmente a las poblaciones más vulnerables del mundo; hasta el punto de que el 91 por ciento de los fallecimientos relacionados con fenómenos climáticos entre 1970 y 2019 se registraron en países en desarrollo.

El potencial de la naturaleza como elemento regulador del impacto del cambio climático también repercute en la economía

El aumento de los desplazamientos y migraciones motivadas por el recrudecimiento del clima —30 millones de personas se vieron obligadas a dejar su hogar solo en 2020— es otra de las realidades que las prácticas centradas en la naturaleza tienen el poder de aminorar. Igual que la necesidad de asistencia humanitaria internacional a consecuencia de desastres (como inundaciones, sequías y tormentas), la cual se estimaba que alcanzaría anualmente los 150 millones de personas antes de 2030 y se prevé que aumente a 200 millones antes de 2050.

El potencial de la naturaleza como elemento regulador del impacto del cambio climático también repercute en la economía, un beneficio muy valioso sobre todo para los países en desarrollo, donde se calcula que los daños derivados del cambio climático supondrán entre 402.000 y 805.000 millones al año antes del 2030, y aumentarán hasta los 1,5 o 2,4 billones antes de que el calendario marque el 2050. La buena noticia es que el estudio asegura que la implementación de medidas centradas en la naturaleza supondría un ahorro de al menos 104.000 millones de dólares en 2030, y de 393.000 en 2050.

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Una carrera de obstáculos

Pese a los datos tan prometedores, las prácticas centradas en la naturaleza están todavía lejos de ser un mecanismo generalizado y extendido en la reducción del riesgo de desastres y la adaptación al cambio climático. La falta de financiación y de políticas que apoyen su puesta en práctica son dos de los principales obstáculos. Porque aunque cada vez reciben más apoyo, la realidad es que los presupuestos gubernamentales y la inversión continúan siendo insuficientes. 

La carencia de información en lo relativo a su aplicación es otro de los motivos que lastran la puesta en marcha de prácticas centradas en la naturaleza. E incluso, cuando se consiguen llevar a cabo, también se observan problemas en su ejecución o dificultades a la hora de realizar un seguimiento de su desarrollo o una evaluación de la misma.

Pero eso no significa que no haya un elevado número de casos de éxito, como un proyecto llevado a cabo en la localidad hondureña de Olancho que ha conseguido reducir considerablemente el riesgo de deslizamientos de tierra e incrementar la seguridad alimentaria y sanitaria de la comunidad mediante la implementación de un sistema sostenible de manejo de los recursos gracias a la bioingeniería. O el plan para limitar las inundaciones en Colombo (Sri Lanka) mediante la combinación de un sistema de infraestructuras y de recuperación de los humedales que ha beneficiado a 2,5 millones de personas. Y estos son solo algunos, y esperanzadores, ejemplos.

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Pensar en futuro, actuar en presente

El problema, como con todas las medidas contra el cambio climático, es que el tiempo también juega en contra de las prácticas centradas en la naturaleza. Urge no solo comenzar a aplicarlas, también hacerlo a una mayor escala, ya que si el calentamiento global supera el umbral de los 1,5º C, al medio ambiente le resultará muy difícil adaptarse y evitar daños, por lo que algunas estas medidas dejarán de ser tan eficaces. En este contexto, se producirían pérdidas en los ecosistemas y su capacidad para prestar servicios destinados a proteger a las comunidades quedaría seriamente mermada, lo que se traduciría en una mayor exposición a los desastres y, por tanto, haría más complicada la adaptación a la nueva realidad climática.

El tiempo también juega en contra de las prácticas centradas en la naturaleza. Urge no solo comenzar a aplicarlas, también hacerlo a una mayor escala

Para evitar llegar a este escenario, la propuesta de los expertos que han realizado este informe es, no solo aumentar de forma inminente la implementación de prácticas centradas en la naturaleza, también combinarlas con otras iniciativas, como la reducción del riesgo de desastres o la mitigación del clima. Y hacerlo involucrando a las comunidades a nivel local, puesto que su apoyo es clave para la ejecución, la sostenibilidad y el éxito del proyecto, pero también porque es necesario que se establezcan marcos jurídicos y normativos que brinden su apoyo. 

Conscientes de la urgencia y el potencial de las prácticas centradas en la naturaleza, IFRC y WWF se han unido en una alianza que permita aprovechar su gran trayectoria y presencia en 192 países para concienciar, promover y redimensionar esa forma de mirar a la naturaleza como gran parte de la solución al mayor problema al que se enfrenta la humanidad desde hace décadas: un cambio climático que ya está aquí.

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