El voluntariado es familia: la historia de Hugo Domínguez - Ahora
Publicador de contidos
- Hugo Domínguez se enorgullece de tener 20 abuelas. Son las personas que participan en los talleres para personas mayores que el joven capitanea desde Cruz Roja Alcantarilla (Murcia). Una relación que demuestra que ser familia va más allá de compartir genes.
En lugar de una, veinte. Ese es el número de abuelas que tiene Hugo Domínguez, un joven de 19 años estudiante de Integración Social y auxiliar técnico educativo que es voluntario en Cruz Roja Alcantarilla (Murcia). Hace un par de años, cuando estalló la pandemia, Hugo decidió acercarse a la Organización para ayudar. “El área de mayores era lo que más me atraía”, cuenta. Desde entonces, esas personas y Cruz Roja se han convertido en una parte más de su familia. Una familia por la que lo ha dado todo.
Creó el proyecto Sempiterno, una iniciativa que aúna diferentes talleres de manualidades, teatro, memoria o prevención, especialmente destinado a personas mayores, pero donde también intervienen (en el de memoria y teatro concretamente) personas con diferentes discapacidades. El pasado diciembre, los talleres tuvieron que sufrir una pausa ante el avance imparable (y demoledor) de la COVID-19, pero Hugo confía en que sea cuestión de tiempo que regresen. “No queremos poner a nadie en riesgo”, expresa.
“Siento que he nacido para ayudar a los demás”
La historia de Hugo está llena de Humanidad, uno de los principios que más defiende y define Cruz Roja. Sufrió bullying cuando era pequeño, y superó dos microinfartos con 15 y 16 años respectivamente. Pese a ello, siempre ha tenido claro que la vida es un regalo. “Aunque solo tenga 19 años, siento que he nacido para ayudar a los demás”, cuenta. La abuela de Hugo falleció ocho años después de que le diagnosticaran alzhéimer. Por eso, el joven también explica que el proyecto le ha ayudado a tener 20 abuelas. “Su cariño me da la vida”, declara.
Hugo, que también participó en Encrucijada: el casting (la nueva campaña de la Organización para promover el voluntariado), no duda en señalar que el voluntariado para él es prácticamente una necesidad. “Si no hacemos voluntariado, vivimos en un mundo paralelo, no somos conscientes de la realidad. Ayudando a los demás, puedes mantener los pies en el suelo”, apunta. Y eso implica comprometerse. “He llegado a ir dos o tres veces por la mañana a la sede todas las semanas. Recuerdo que había gente que me decía que parecía que vivía en Cruz Roja. O coger el bus a las 15 h. de la tarde y llevarme un bocata para comer y poder llegar. O renunciar a tiempo, quizá de estudio, para ir a Cruz Roja, porque es mi vida”, cuenta, emocionado.
En los talleres también ha vivido muchos momentos imborrables. “Estábamos hablando de las emociones, y dos señoras, sin conocerse, empezaron a contar cómo ambas habían afrontado la muerte de sus hijas. Fue muy fuerte, porque no se conocían de nada. Salimos casi todos llorando”, recuerda y advierte: “No nos aburrimos”. “Por ejemplo, siempre les suelo preguntar si están abiertas al amor…”, sonríe el joven. Además de ejercitar la memoria, estos talleres tienen un fuerte componente sentimental, puesto que se trata de que las personas mayores puedan hablar, expresarse, decir qué necesitan”.
“En los talleres de prevención, por ejemplo, hemos hecho concienciación sobre cáncer de mama, o alzhéimer (que es algo sobre lo que se tiene muchas dudas). Me llamó la atención que ellas pensaban que si tenías un ictus no te podías recuperar, y vino un chico que había tenido una muerte cerebral y solo se había quedado sin movilidad en un brazo. La esperanza de seguir luchando, y que sepan que, si les pasa cualquier cosa, hay recursos y personas que les vamos a ayudar”, incide Hugo.
Y es que la edad no es lo único que marca a una persona. “En el taller de memoria, la mujer que lleva mejor todas las fichas y de forma más rápida, tiene 91 años. Es alucinante, porque además no ha tenido formación ni ha podido ir a la escuela”, revela Hugo. En ese sentido, el empoderamiento también resulta crucial. “Hablamos sobre temas feministas; también sobre los prejuicios hacia las personas mayores, que intentamos romper, porque están siendo cada vez más activas”, dice. “Una señora me cogió de la mano y me dijo que este proyecto era lo mejor de su semana”, añade.
La teleasistencia fue el formato en el que Hugo comenzó en Cruz Roja (en mitad de la pandemia) y, seguramente, mediante el que siga colaborando en el futuro más próximo, puesto que en febrero se va a trabajar a Alemania en una escuela de educación especial. “Cuando nos despedimos en diciembre, una de las señoras me dijo si me podía seguir llamando aunque me fuera. Le dije que por supuesto que sí, porque no quiero perder esa relación”, expresa Hugo. Por ese motivo, no descarta, desde Alemania, poder seguir colaborando.
Al fin y al cabo, ellas son ya parte de su familia, y siempre lo serán. “Es un orgullo ir con ellas por la calle. Cuando me preguntan quiénes son, les digo que son mis abuelas de Cruz Roja”, sostiene, y lanza un mensaje contundente y lleno de optimismo: “Ser mayor no significa renunciar a vivir”.
a más gente, compártelo.