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Sergio del Molino: “Sin campesinos, no va a haber pueblos”
A MIRADA DE
SERGIO DEL MOLINO
“Sin campesinos, no va a haber pueblos”
SERGIO DEL MOLINO
04/10/2021
ESCRITO POR:
ENTREVISTA POR:
Silvia Llorente
04/10/2021
ESCRITO POR:
ENTREVISTA POR:
Silvia Llorente
Periodista y escritor

Si hay alguien que sabe sobre la España despoblada en nuestro país es Sergio del Molino. Periodista y escritor, fue uno de los primeros en acuñar el término “España vacía” en su libro ‘La España vacía. Viaje por un país que nunca fue’ (Turner, 2016). Este mismo año 2021 ha publicado ‘Contra la España vacía’ (Alfaguara, 2021), una publicación en la que vuelve a abordar los problemas que sufren las zonas rurales. Junto con el reciente informe sobre la España despoblada publicado por Cruz Roja, su testimonio se convierte en imprescindible para entender la realidad de estos territorios.  

¿Por qué la necesidad de hablar de nuevo sobre la España despoblada? ¿Qué aporta tu nuevo libro a este complejo contexto? 

Sobre la España vacía o la España despoblada, hay una dimensión reivindicativa y muy política, que es la que domina e inspira las políticas de la vicepresidencia y mueve las plataformas y el debate político. Pero a mí, en el fondo, me interesa desde una dimensión más de fondo. Me interesa, como me interesaba en ‘La España vacía’ [el libro], como un rasgo que define a España de una forma muy significativa y muy profunda. No se puede entender el país si no tienes en cuenta ese desequilibrio, o cómo la despoblación ha ido configurando el mapa y ha ido creando una serie de corrientes en muchos niveles. Me interesa, por tanto, para entender el país. 

Y, por otro lado, me interesa porque tiene una capacidad de crear diálogos muy poderosa: de crear encuentros y caminos de ida y vuelta entre los descendientes del éxodo rural, la gente que vive en la España vacía, la gente que todavía mantiene una lucha y una reivindicación… Hay una capacidad de crear una red de diálogos que me parece muy poderosa, muy interesante y políticamente relevante.  

En eso incido en el nuevo libro. Hemos desaprovechado o no estamos prestando la suficiente atención a esa potencia sentimental enorme que tiene para millones de españoles esa identidad: ese sentido de pertenencia a un lugar que ya ha desaparecido o que está desapareciendo. 

Hay algo, desde luego, que no tienen en común tu anterior libro y este: la pandemia. No sé si la COVID-19 y el confinamiento han podido impactar o revalorizar las zonas rurales de alguna forma... 

No, creo que no. Al principio parecía que había una idea de revertir el éxodo rural; de que mucha gente iba a abandonar en manada las ciudades y se iba a instalar en el campo… pero no ha sucedido. Hemos magnificado los poquitos datos de los poquitos profesionales liberales que pueden teletrabajar u organizarse desde cualquier sitio. Pero numéricamente y estadísticamente son datos muy marginales, porque además lo que estamos viendo es que el éxodo rural sigue existiendo: siguen creciendo las ciudades, sigue llegando gente de la España interior, siguen llenándose. Esa tendencia no ha cambiado. 

Lo que cambió durante unos meses, al principio de la pandemia, fue una serie de discursos que mucha gente vincula (o me han vinculado a mí a ellos a través de la España vacía) con un regreso a la naturaleza, una refutación de lo artificial y un intento de encontrar una vida más auténtica o más en armonía con el medio ambiente. Esos discursos, que generalmente son marginales y no tienen ningún recorrido, durante unos meses fueron centrales. Aparecieron en muchos sitios y mucha gente los defendió y parecía que tenían otra relevancia, pero eso también se ha ido apagando. 

Además, creo que se basan en un equívoco: en que no entendemos muy bien qué es la naturaleza. El ámbito rural no es natural. El pueblo, la vida campesina, no es una vida natural porque se basa en la transformación del paisaje y en la explotación de los recursos, con lo cual es tan artificial y tan artificioso como un rascacielos, al menos conceptualmente.  

Sin embargo, tenemos ese equívoco, esa idea, de que los valores y las rutinas de la vida campesina tienen algo de armonía con una naturaleza perdida anterior a la revolución industrial. Tenemos una añoranza de eso que, insisto, considero que se basa en un equívoco que no tiene mucho recorrido.

Hay aspectos de las zonas rurales que no parecen haber cambiado mucho: la escasez o ausencia de algunos servicios básicos (transporte, educación, sanidad, incluso la imposibilidad de tener un cajero para sacar dinero), que hacen más complejo todavía vivir en estos territorios…  

Bueno, sí que ha cambiado: ahora es una de las prioridades del gobierno de España, y nunca había sido así hasta ahora. Hasta que se crea la vicepresidencia del Reto Demográfico de Teresa Ribera no había ningún organismo de ese nivel en el gobierno español dedicado a esos asuntos. Y ahora existe. Y además con un plan dotado con 10.000 millones de euros que luego, bajando al detalle y concretando, se puede cuestionar mucho, pero resulta una cantidad de dinero notable que va destinada, sobre todo, a inversiones y servicios.  

Por tanto, sí que es verdad que va cambiando; se van insertando servicios nuevos como la banda ancha, poco a poco. Lo que pasa es que los avances son muy lentos y muy frustrantes. No hay un plan de acción de choque rápido, pero tampoco es del todo cierto eso de que haya un abandono tan absoluto. Hay un montón de instituciones públicas que prestan un montón de servicios; por ejemplo, las diputaciones prestando carreteras, con una red que se mantiene y está en todas partes; tenemos, por otro lado, una cobertura sanitaria que llega a todas partes… es verdad que en algunos sitios es más deficitaria, pero la red escolar, la red sanitaria, el agua, la luz: todos los servicios básicos que ha de proveer un Estado llegan a todas partes en España. Eso no ocurre en todos los países y  hay que valorarlo en cierta forma. No quiere decir que todo sea maravilloso, pero creo que tenemos que situar las reivindicaciones en su justa medida.  

Sostienes en el libro que ese trasvase de población de la ciudad a los pueblos de forma masiva solo sería posible ante un colapso de la civilización. Es decir, que sería muy difícil que ahora todo el mundo cogiera sus maletas y abandonara las ciudades… 

Sí, porque va en contra del mundo tal como lo vivimos y tal como está montado globalmente. No es una cuestión de decisiones individuales ni de políticas de un país. El mundo occidental está organizado con unas lógicas económicas que facilitan y benefician la hiperurbanización. Y hay ciudades que ganan, y ciudades que pierden. Madrid está ganando a todas las demás con una diferencia brutal. Vamos hacia una España que ya no es una España llena en la costa y en las ciudades, y otra España vacía; sino hacia una España dual en la que prácticamente lo más potente de la población y la economía estará instalado en Madrid. Un país muy parecido en estructura a Reino Unido, con una capital macroencefálica enorme y el resto del país que se va descolgando poco a poco.  

"EL MUNDO OCCIDENTAL ESTÁ ORGANIZADO CON UNAS LÓGICAS ECONÓMICAS QUE FACILITAN Y BENEFICIAN LA HIPERURBANIZACIÓN"
FotoCita

A todo este contexto, de por sí complejo, se suma la soledad no deseada de muchas de las personas que habitan estas zonas. Y pese a la tecnología, que permite que estemos más conectados, sigue siendo un problema. 

A lo mejor esas personas no quieren estar conectadas. Si hablamos de población muy envejecida, que ya tiene su vida, a lo mejor lo único que quieren es vivir tranquilos, en paz y con dignidad. Quizá la obligación de las administraciones es no cerrarles la oficina del banco, Correos, o la farmacia; prestar servicios muy elementales, pero no para salvar la brecha digital, sino para darles la oportunidad de vivir como han vivido siempre mientras puedan.  

Mucha gente, cuando llega a una determinada edad, se plantea irse a la ciudad porque ya no puede vivir con una calidad de vida en unos lugares, evidentemente, donde no tiene unos servicios, un médico cerca… Y esto es una realidad en España desde hace 40 años. 

La experta Pilar Ballester comenta en el informe de Cruz Roja sobre la ‘España despoblada’ que “debería haber un complemento que tendrían que dar a la gente por vivir en el pueblo”. No sé si consideras que este sería un posible punto de partida para revertir esta situación. 

Tengo muchas dudas. Lo he hablado muchas veces, y es una reivindicación de algunos activistas: hablar de un régimen fiscal más que de un complemento, intentar  crear beneficios fiscales para las empresas y las familias que vivan en zonas despobladas. Puede estar bien visto, sobre todo porque hay una tradición fiscal en ese sentido; la gente que vive en lugares que se consideran “difíciles” suele tener exenciones fiscales. Sería justo, desde luego, pero no sé si sería necesario, si sería suficiente estímulo para que eso pase. Facilitaría la vida y los negocios de mucha gente que vive ahora mismo en estas zonas, pero no sé si sería atractivo suficiente para que fuera otra gente a instalarse allí. 

A mí, desde luego, subvencionar y pagar por vivir me parece un incentivo perverso, sobre todo en el mundo en el que estamos viviendo. Pero la fiscalidad sí me parece algo razonable, sobre todo porque creo que ahora mismo la fiscalidad de las empresas, y sobre todo la fiscalidad de las empresas pequeñas (que son la mayoría en la España vacía), no se adapta a su a realidad, porque está pensada para modelos de negocio urbanos. Habría que reflexionar sobre un modelo fiscal, un modelo de negocios, y una legislación adaptada a los lugares con una densidad de población muy baja; algo que ahora mismo no existe. 

En Canadá, por ejemplo, hay una política obligatoria en el parlamento; un trámite parlamentario por el que deben pasar todas las leyes para estudiar qué efectos pueden tener sobre el mundo rural y, en consecuencia, adaptarlas. Muchas veces, si no prevees esto, pueden ocasionarse efectos disuasorios y perversos; algo como una subida del IVA puede tener un impacto muy grande sobre pequeñas comunidades. 

"LAS EXENCIONES FISCALES FACILITARÍAN LA VIDA Y LOS NEGOCIOS DE MUCHA GENTE QUE VIVE AHORA MISMO EN ESTAS ZONAS, PERO NO SÉ SI SERÍAN ATRACTIVO SUFICIENTE"
FotoCita

¿Qué fortalezas presentan las zonas despobladas? 

Fortalezas presentan, pero no sé si suficientes para poder reactivar la economía. La más obvia es que a mucha gente le gustaría vivir en esos sitios y, si su trabajo se lo permite (profesiones liberales), quizá puede planteárselo.  

Es algo que en el resto de Europa es bastante normal. Siempre digo que cuando voy a festivales internacionales, y me encuentro con escritores franceses o ingleses, muchos viven en pueblitos. Y es muy raro encontrarte un escritor español que viva fuera de Madrid. Yo vivo en Zaragoza y ya es raro; y eso que no es un pueblo. Pero en Europa es relativamente normal. Viven en pueblos donde tienen bastantes servicios, viven a gusto, con un Internet que funciona bien… van a París y Londres cuando tienen que ir ya y está. Ese modelo en España nos falta.  

También es verdad que hablamos de unos lugares donde el campo no ha sufrido lo que ha sufrido en España. No ha sufrido el proceso de despoblación tan grande que ha sufrido aquí, y donde se mantiene una actividad primaria o campesina a un nivel distinto al que se mantiene en España. En España somos una potencia mundial agraria, y eso se ha hecho a costa de la pequeña producción artesanal y los pequeños productores. Esos pequeños productores, que son muy comunes en Francia, en España prácticamente no existen porque no tienen mercado. 

Y cualquier plan que vaya hacia esas zonas despobladas que no tenga en cuenta que la razón de ser del campo es la actividad ganadera o agraria está condenado al fracaso. Es el sector primario. No hay salvación ni en el turismo, ni en la banda ancha, ni en los parques eólicos; lo que hay que plantear es que esos pueblos existen porque existían campesinos. Sin campesinos, no va a haber pueblos. Es así. Y hay que planteárselo en ese sentido. 

Sí han surgido pequeños negocios basados en productos locales (queserías, por ejemplo) que están intentando reactivar y dar valor a estas zonas más rurales… pero ¿es suficiente?  

El problema es que vamos muy tarde. Y esto que comentas funciona en toda Europa con los mercados granjeros, que han sido ilegales en España durante mucho tiempo. Hasta hace muy poquito (y en algunas Comunidades Autónomas todavía es así) el productor no podía vender directamente, tenía que pasar por un distribuidor. Así que a los pequeños productores no les merecía la pena hacerlo porque no tenían dónde vender su mercancía.  

Ahora ha cambiado la ley en muchos sitios. En País Vasco fueron los primeros que facilitaron que los productores pudieran vender sus quesos y mermeladas directamente al consumidor; y, poco a poco, creo que es más o menos legal en todas partes, pero, aun así, estamos en una fase muy embrionaria de algo que es muy común, por ejemplo, en Francia. En Francia la gente hace la compra cotidiana en estos mercados; sabes que los jueves hay mercado granjero en tu pueblo, y no es que compres algo especial para el fin de semana: haces la compra cotidiana. Y aquí no tenemos esa costumbre porque ha sido ilegal durante mucho tiempo. Arrancar eso ahora es muy difícil. 

Además, no tenemos agricultores. Tenemos una población agraria de productores muy envejecida. En una de las organizaciones agrarias más importantes, la Asociación de Jóvenes Agricultores, la media es de 60 años. ¿Es posible arrancarlo? Sí, pero hay que meter unos incentivos y hay que convencer a la gente de que se meta en un negocio que, ya de por sí, es muy difícil, muy duro, muy sacrificado.  

La gente dice: “Me voy a plantar tomates”. “Pues mucha suerte”. Porque no es fácil. No es fácil sacar adelante una explotación agrícola: requiere muchos conocimientos. No estamos hablando de los agricultores de la Edad Media, ni de hace cien años: estamos hablando de una actividad muy especializada, que requiere mucha formación, mucha actualización y una capitalización muy grande. Y mucho trabajo. Un trabajo al que no estamos acostumbrados en las ciudades.  

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