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José Naranjo: El hambre, la madre de todas las crisis
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EL HAMBRE, LA MADRE DE TODAS LAS CRISIS
José Naranjo Noble
EL HAMBRE, LA MADRE DE TODAS LAS CRISIS
En muchas ocasiones me preguntan cuál es la peor experiencia que me ha tocado vivir en África. Pese a haber cubierto guerras, terrorismo, golpes de Estado y epidemias terroríficas como el ébola en 2014, mi respuesta es siempre la misma: ver morir a un niño en Níger a causa de la malnutrición.

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El hambre, en combinación letal con otros poderosos criminales como la malaria o las diarreas, es uno de los peores asesinos silenciosos del continente y golpea a los más vulnerables. Pero lo más duro de asumir es que no estamos ante una fatalidad africana, un sino del destino, sino que es una consecuencia directa de las acciones humanas. Usar el hambre como arma de guerra o mostrar indiferencia ante ella cuando son los otros quienes la sufren forma parte de nuestra historia como especie, lo cual no le arrebata ni un gramo de horror. 

Casi 150 millones de personas, es decir uno de cada diez africanos, sufre inseguridad alimentaria grave. Da igual hacia dónde mires: Madagascar, Nigeria, Somalia, Kenia, Etiopía, Congo, Mozambique, Malí, Burkina Faso, Níger... La lista del hambre crece sin parar en los últimos años debido a las perturbaciones comerciales y la subida de precios derivadas de la pandemia de covid-19 y la guerra de Ucrania. Pero incluso allí donde hay estados más o menos capaces y la ayuda humanitaria es capaz de llegar con facilidad, el hambre es una pesadilla recurrente porque sus causas son estructurales y apuntan en la dirección de un modelo económico mundial que condena a la mayoría y cuyas consecuencias se están viendo agravadas por un cambio climático provocado por el Norte que el Sur sufre con especial intensidad en forma de sequías o lluvias irregulares. 

Pero si a todo ello sumamos además la guerra, la situación alcanza tintes realmente dramáticos. El Sahel occidental es hoy uno de los mejores ejemplos. Allí, la violencia desatada desde hace más de una década por una insurgencia terrorista que, paradójicamente, se alimenta del hambre, el abandono y la sed de justicia de una parte de la población, ha provocado una crisis sin parangón. Más de 30.000 muertos y unos cuatro millones de personas huidas de sus hogares nos contemplan. En mi último desplazamiento a Burkina Faso, este año, hablé con familias cargadas de niños que se habían instalado en un chiquero donde se criaban cerdos a las afueras de Uagadugú. La normalidad con la que se aceptaba este hecho es el mejor termómetro de la profundidad del problema. 

Mientras tanto, los sucesivos llamamientos de las agencias internacionales y las ONG para tratar de paliar en alguna medida esta situación, lo que viene a significar salvar al menos algunas miles de vidas, siguen cayendo en saco roto. Con África atornillada a la urgencia que supone que cada año se dispare la malnutrición infantil y decenas de miles de niños mueran de hambre o, en el mejor de los casos, queden lastrados para el resto de sus vidas, los escasos fondos internacionales que dejan otras emergencias más chics y mediáticas se escurren siempre por este aliviadero y dejan poco margen para intentar revertir las causas profundas del problema. Eternamente atrapados por la emergencia. Así me lo definió en una entrevista un actor humanitario en una de esas frases que no se olvidan.  

Lo más duro de asumir es que no estamos ante una fatalidad africana, sino que es una consecuencia directa de las acciones humanas

En el Cuerno de África o en Congo la realidad tampoco invita al optimismo. La guerra de Tigray, en el norte de Etiopía, es uno de los ejemplos más recientes de cómo usar el hambre para contribuir a la derrota de tu adversario. En las afueras de Goma, en el noreste de la RDC, casi un millón de personas se alojan en las precarias casas de sus habitantes o se hacinan en cabañas improvisadas desde la resurgencia del conflicto con el grupo rebelde M23 en marzo del año pasado. Enfermedades como el cólera, que se abate por varios países africanos, y el sarampión están al acecho, todas ellas de la mano de la falta de saneamiento, agua potable y comida. El hambre, de nuevo, la madre de todas las crisis.  

Estuve en Bagasola, una ciudad que se asoma a las menguantes aguas del lago Chad, el año pasado. Allí me contaban que fruto de las restricciones de cereales por la guerra de Ucrania (y por la especulación de productores en otros lugares del mundo), se había disparado el precio del plumpy nut, el suplemento alimentario que reciben los niños malnutridos. Consecuencia: ese año no habría para todos aquellos que lo necesitan. El acuerdo para la salida de grano desde el Mar Negro parecía una buena solución. Hasta que un día coges el periódico y lees que la mayor parte de ese cereal ha ido a parar a los países en desarrollo, que acaparan comida por lo que pudiera pasar. Y te acuerdas de aquel niño que un día viste morir en Níger por la malnutrición. El hambre no está marcado en las estrellas ni lo anuncian fatídicos cometas, no es sino es el rostro más amargo de nuestra propia mezquindad.   

 

* Las opiniones de los colaboradores y colaboradoras que se publican en AHORA corresponden únicamente a sus autores y podrían no coincidir con los valores y principios de Cruz Roja, que fomenta la participación, el debate y la libertad de expresión para contribuir a crear una sociedad plural e informada.

José Naranjo Noble
José Naranjo Noble
Periodista freelance, desde el año 2011 reside en Senegal y es colaborador habitual del periódico El País desde África occidental. Además, colabora con otros medios como la revista Mundo Negro, de la que es columnista, y la Radio y Televisión Canaria. De 2011 a 2023 ha realizado un seguimiento sobre el terreno de la guerra de Malí, las epidemias de Ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y la República Democrática del Congo, el conflicto de Boko Haram en Chad, Níger y Nigeria, el terrorismo en el Sahel, las rutas de la emigración africana en países como Senegal, Malí, Níger y Mauritania, la transición política en Gambia, golpes de Estado en Malí, Guinea-Bisáu y Guinea-Conakri y la epidemia de covid-19 en África, entre otros temas. Imaxe de Fondo

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