No hay lugar demasiado remoto e inalcanzable para Cruz Roja - Ahora
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- Ayudar a las personas es uno de los principios básicos que rige la actividad de Cruz Roja. Los lugares de difícil acceso, pese a que suponen en muchos casos una complejidad añadida, no se resisten a la vocación imbatible de la Organización, que llega siempre allí donde hace falta.
¿Qué tienen en común La Borbolla, en Asturias, e isla de la Cabrera, en Baleares? Ambas localidades se consideran zonas de difícil acceso. La primera, por ejemplo, se encuentra a 22 kilómetros de la Asamblea de Cruz Roja en Llanes (Asturias), a través de una carretera que resulta especialmente sinuosa en los últimos 6 kilómetros. El Archipiélago de Cabrera, por otro lado, es una isla prácticamente deshabitada desde 1991, momento de su conversión en Parque Nacional. Ambos lugares, por diferentes motivos, requieren de la presencia de Cruz Roja.
Y es que, cuando la vocación es verdadera, no importan los caminos inhóspitos ni las islas aisladas. Cuando toca aportar, Cruz Roja siempre demuestra que está ahí. Sin importar los obstáculos que se presenten en el camino.
Las altas montañas asturianas
Silvia Vega es voluntaria de la Organización desde hace tres años en Llanes (Asturias). “Siempre he tenido la necesidad de hacer algo por los demás”, dice esta voluntaria de 64 años y trabajadora social. Antes de unirse a Cruz Roja, ya había trabajado en una ONG durante 17 años. Experiencia no le faltaba. La diferencia fundamental con su actual cometido, eso sí, es que este se desarrolla en lo alto de las montañas, en zonas a las que no resulta precisamente fácil acceder.
“En invierno es bastante difícil, porque hay obstáculos en la carretera, lluvia, frío… Tienes a una persona en un lugar de una montaña; y a otra, en otro sitio. Te cuesta mucho llegar, es cierto, pero te están esperando, así que has de ir. Si no es por un camino, por otro”, declara, resuelta, Silvia. La Borbolla es una de las zonas de las que habla Silvia; pero ocurre lo mismo con Santa Eulalia de Carranzo, a 20 kilómetros de la Asamblea de Llanes, con una carretera llena de desniveles y curvas; y Tresgrandas, que se sitúa a 23 kilómetros del Concejo de Llanes.
“Tardaremos entre media hora y tres cuartos de hora en llegar”, dice Silvia
La distancia poco importa. Cuando llega el jueves, Silvia y un compañero de la Organización cogen el coche y se ponen rumbo a esas localidades para visitar a las personas mayores que están allí. “Tardaremos entre media hora y tres cuartos de hora”, calcula Silvia. La mayoría de personas usuarias de Cruz Roja que les esperan, cuenta la voluntaria, son mujeres. Unas mujeres con las que Silvia ha tejido unos lazos ya irrompibles.
“Hay veces que no tienen muchas ganas de hablar; otras, sí. Les tomamos las constantes, la presión, el peso; les preguntamos sobre su apetito, si han caminado, cómo se sienten… Y te cuentan su vida cotidiana. Es divertido, porque cada una tiene algo muy especial”, menciona Silvia. La pandemia ha influido sobre sus ánimos, pero, según esta voluntaria, todo el mundo ha sufrido por igual las consecuencias de la COVID-19.
¿Compensa pasar tanto tiempo dentro de un vehículo para acceder a todos estos lugares? “Por supuesto”, afirma, con firmeza, Silvia. “Me emociona mucho conocer sus experiencias. Recibo mucho cariño”, añade y también expresa las ganas que tiene de abrazarlas, limitadas ahora por la pandemia. “Lo que recibo no es comparable a lo que doy”, manifiesta.
Una isla (casi) deshabitada
Isla de Cabrera es desde el año 1991 un Parque Nacional. Eso implica que, aunque las personas se desplacen para visitar la isla, no haya apenas personas que vivan realmente allí. Desde principios de mayo hasta finales de octubre, Cruz Roja despliega sus servicios para cubrir todas los aspectos derivados de la llegada de turistas. Cécile es una de las enfermeras del Parque Nacional (donde se turnan semanalmente) y responsable de la enfermería, ubicada en el puerto de la isla durante estos meses.
Además de encargarse del inventario del material sanitario y revisión de caducidades, también atiende a los y las visitantes o los trabajadores y las trabajadoras de la isla. Lo más común a lo que se enfrenta, asegura, “son las picaduras de medusas”. “Otras de las asistencias más frecuentes son las caídas, los mareos por la travesía en barco desde la isla de Mallorca y los golpes de calor”, enumera.
De los casos que ha atendido recientemente, recuerda el de una familia que llegó a la isla. La mujer, mareada ya durante la travesía, tuvo que permanecer en la enfermería mientras el resto se iba a la playa. La hija pequeña, de unos 5 años, estaba preocupada por la madre y al poco tiempo volvió con el padre. Tras comprobar que su madre estaba bien, se quedó en la enfermería.
“Voy de excursión, nado, incluso puedo acudir a la enfermería en paddle surf”, cuenta Cécile
“Para entretener a la pequeña, le enseñé a escuchar su corazoncito con el estetoscopio, me ayudó a ordenar un poco el material y contesté a muchas preguntas que me hizo”, cuenta Cécile. “Cuando se fue al barco para la vuelta con su madre ya recuperada y el resto de la familia, la veía caminar toda orgullosa con su globo morado (guante de nitrilo hinchado) y creo que se fue con más recuerdos de la enfermería que del tesoro que es isla de Cabrera”, reflexiona esta enfermera.
En su tiempo libre, el Archipiélago de Cabrera le aporta muchísimo, dice Cécile. La conexión a Internet es débil en la zona del alojamiento, por lo que dedica su tiempo a olvidarse de las pantallas y a aprovechar para hacer otro tipo de actividades. “Solo hay una carretera y es de piedra; voy de excursión, nado, incluso puedo acudir a la enfermería en paddle surf, un medio de transporte más ‘chulo’ para ir al trabajo”, cuenta.
Fermín, por otro lado, es voluntario también en el Parque Nacional de La Cabrera, donde realiza servicio de acompañamiento en excursiones, joelette (un tipo de silla todoterreno de una sola rueda que permite desplazar a cualquier persona con movilidad reducida) y limpieza de litoral. “Es una satisfacción sentir que puedo aportar por poco que sea, además de un privilegio poder disfrutar de este entorno”, relata.
“Recuerdo un niño bastante pequeño que no podía andar. Su madre era una inmigrante senegalesa que había llegado a España cruzando el mar en condiciones extremas y, claro, debido a su pasado tenía mucho respeto al mar”, rememora Fermín. “Fuimos a la playa y el socorrista sentó al niño en el anfibuggy [silla anfibia]. Cuando el chico se metió en el mar por primera vez en su vida, el torrente de felicidad que invadió su cara me hizo darme cuenta, una vez más, de que a veces un pequeño gesto para unas personas es un mundo nuevo para otras”, agrega.
Y es que no importa dónde sea, ni lo lejos o deshabitado que pueda estar un lugar. Para Cruz Roja no hay sitios demasiado remotos ni inalcanzables.
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