Publicador de contenidos

Ferran Busquets: “Vivir en la calle es, más que vivir, sobrevivir”
LA MIRADA DE
FERRAN BUSQUETS
“Vivir en la calle es, más que vivir, sobrevivir”
FERRAN BUSQUETS
Foto: Pol Rius.
11/11/2025
ESCRITO POR:
ENTREVISTA POR:
Silvia Llorente

Humanidad

Imparcialidad

Unidad

11/11/2025
ESCRITO POR:
ENTREVISTA POR:
Silvia Llorente

Humanidad

Imparcialidad

Unidad

Exdirector de la fundación Arrels

Después de doce años al frente de la fundación Arrels, dedicada a combatir el sinhogarismo, Ferran Busquets conoce de cerca lo que significa vivir en la calle y acompañar a quienes la habitan. A lo largo de su trayectoria, ha aprendido que, más allá de los recursos o las políticas, lo que realmente transforma vidas es la cercanía, la empatía y la solidaridad y con esa convicción sigue trabajando hoy desde el proyecto Lliures y como miembro del Comité de Ética de Servicios Sociales de Cataluña. Informático de profesión, defiende que para avanzar en materia social se necesita el compromiso de toda la sociedad. Porque solo si remamos en la misma dirección llegaremos a buen puerto. 

¿Qué te llevó a involucrarte con personas sin hogar? 

Empecé haciendo voluntariado en prisiones a través de un programa vinculado a la universidad. Un cambio de horario hizo que ya no pudiera continuar, así que empecé a buscar otra opción. Fue entonces cuando, casi por casualidad, me encontré con Arrels: me llegó una propaganda a casa y decidí probar. Y, bueno, la experiencia no pudo haber ido mejor.  

¿Qué te encontraste cuando llegaste? 

Al principio me incorporé como voluntario en el centro abierto los sábados por la tarde, y la verdad es que fue bastante impactante. Era una realidad que siempre había visto de lejos. Recuerdo, de hecho, que cuando era pequeño, si saludaba a alguna persona sin hogar, algún adulto me decía: “No te acerques tanto”. Y uno hace caso, pensando que es por algo. Pero después de llegar a Arrels comprendí que, en realidad, deberíamos hacer justo lo contrario. 

Me marcó mucho descubrir que lo importante no es ofrecer una ducha o una comida, sino simplemente estar. Estar presentes, acompañar, escuchar. Y eso, aunque parezca sencillo, es lo más difícil de materializar. 

Luego, cuando se enteraron de que era informático (como suele pasar cuando descubren que lo eres) me propusieron ayudar con la base de datos. Y así, casi sin darme cuenta, fui involucrándome cada vez más. 

¿Qué has aprendido sobre el sinhogarismo en tus 12 años como director de Arrels?  

Lo primero que he aprendido es que el sinhogarismo es un fenómeno enorme, pero tiene solución. La clave está en que todos y todas pongamos de nuestra parte. Y no me refiero solo a la política (que, por supuesto, tiene un papel fundamental), sino también a la ciudadanía. 

Para mí, lo más importante es el contacto individual que puede tener cualquier persona con alguien que vive en la calle. Ese gesto, ese reconocimiento, lo valoran incluso más que un bocadillo, e incluso más que un hogar (que, evidentemente, es esencial). Lo que marca la diferencia es el cariño que reciben. 

Al final, estamos hablando de personas que se han sentido abandonadas por todo el mundo. Si yo me quedara sin hogar, probablemente tendría varias opciones: algún familiar, amigos… Pero cuando sientes que todo te ha fallado, debe de ser devastador. Por eso la cercanía es tan importante. 

Estoy convencido de que si toda la ciudadanía tuviera un pequeño gesto de cariño con las personas que viven en la calle, su vida cambiaría. No se resolvería del todo (vivir en la calle sigue siendo durísimo), pero sí marcaría una diferencia real. 

¿Cómo es el día a día de estar en la calle?  

Vivir en la calle es, más que vivir, sobrevivir. Pasar el día expuesto a las miradas de los demás, a la desconfianza, a las dudas… e incluso, a veces, al miedo. Y es muy triste, porque precisamente lo que más necesitan esas personas es una mirada de cariño, de ternura. Eso es fundamental. 

Una persona sin hogar pasa gran parte del día buscando un lugar donde poder dormir. Muchas veces les han robado sus pertenencias o tienen que moverse constantemente para no ser molestadas. A la gente suele darle miedo acercarse a ellas, pero la realidad es que son ellas quienes sufren más agresiones, especialmente las mujeres. 

El día a día, por tanto, es de una dureza extrema. A mí me duele mucho cada vez que llega la noticia de que alguien ha muerto solo en la calle. Me parece terrible. Todos imaginamos nuestros últimos momentos rodeados de personas que nos quieren: la familia, los hijos, los hermanos… Cuando alguien muere solo, sin nadie a su lado, es el símbolo más cruel de lo mal que lo estamos haciendo como sociedad. 

Desde tu perspectiva, ¿cuáles son las causas estructurales más importantes del sinhogarismo hoy en día? 

El primer ingrediente, para la mayoría de las personas, es la pobreza. Pero también influye la suerte. Siempre digo que ser pobre o no depende, en parte, de los números que tienes guardados en tu WhatsApp. No es lo mismo alguien de 40 años que no tiene a nadie, ha perdido el trabajo, no puede pagar el alquiler y atraviesa un proceso depresivo, que otra persona que puede escribirle a su madre o a su padre diciendo “échame una mano este mes y te lo devolveré”. Esa diferencia es enorme. 

A partir de ahí se desencadena una cadena. Pierdes el empleo, no puedes pagar el alquiler, no tienes a quién pedir ayuda… y llega un punto en que se te acaban las opciones. Entonces solo te queda resistir en el piso hasta que te echen o marcharte antes. Es espantoso, porque eso es la soledad: no tener a nadie que te pueda tender una mano. 

Contar con una red de apoyo (familia, amistades, alguien que te sostenga en un momento difícil) da una enorme seguridad. Pero cuando esa red no existe, la caída es devastadora. Al final, una persona está en la calle porque no tiene dónde vivir. Si hubiera heredado un piso, quizá no podría pagar la luz o el agua, pero tendría un lugar donde estar. Y esa diferencia lo cambia todo. 

¿Qué mitos sobre el sinhogarismo siguen perdurando? 

El mito más extendido es que las personas están en la calle porque quieren. Pero, ¿quién quiere realmente vivir en la calle? ¿Quién quiere pasar frío, ser mirado con desconfianza, que le roben o sentirse invisible? ¿Quién no preferiría tener un hogar? En Arrels no hemos conocido a nadie que quiera vivir así. 

Es verdad que, a veces, puede parecerlo. “Le ofrecieron un albergue y lo rechazó”, se dice. Pero un albergue es durísimo, y no todo el mundo puede adaptarse. Pensemos en lo que supondría reunir a diez personas al azar y pedirles que convivan un mes compartiendo habitación de cuatro en cuatro. No es tan sencillo. 

Luego están las circunstancias que hacen que algunas personas permanezcan mucho tiempo en la calle. El miedo, por ejemplo. Recuerdo una visita a un piso donde vivían varias personas que habíamos acompañado desde Arrels. Todas compartían una misma duda: “¿Esto es de verdad? ¿No se acabará en cualquier momento?” Esa desconfianza es fruto de años viviendo en la incertidumbre. 

Y también está el tema del alcohol. Muchas personas recurren a él como una forma (equivocada, pero comprensible) de sobrellevar la angustia de estar en la calle. Es una herramienta de doble filo, que al final termina haciéndoles más daño, pero que nace del intento desesperado de sobreponerse a lo que les rodea. 

¿Crees que ha cambiado la situación a mejor?  

Cuando empecé (no solo en Arrels, sino incluso antes), la sensación general era que con las personas que vivían en la calle no se podía hacer gran cosa; que lo único posible era ayudarles un poco y ya está. Con el tiempo, ese enfoque cambió. Empezamos a hablar de que sí era posible revertir el problema, que había soluciones reales. Pero en los últimos años, las dificultades con la vivienda nos han frenado mucho. 

Porque, al final, la solución pasa por ahí: por la vivienda. Si ya resulta complicado acceder a una vivienda para un joven de 30 años o para una familia, imagina lo que supone para una persona que vive en la calle. Siempre salen perdiendo. 

Creo que no hemos sabido aprovechar algunas oportunidades. Hubo un momento en que la vivienda era más asequible, pero ahora se ha convertido en un despropósito para casi todo el mundo. Y mientras el acceso a la vivienda siga siendo un problema tan grande será muy difícil que el número de personas que duermen en la calle disminuya. 

¿Qué políticas públicas creen que funcionan realmente para reducir el sinhogarismo? 

La única forma es que nos pongamos de acuerdo entre todos. Si estás en un barco y quieres llegar a puerto, o te coordinas con el resto para remar en la misma dirección, o acabarás dando vueltas sin avanzar. Con el sinhogarismo pasa lo mismo: sin acuerdos sociales reales, no llegaremos a ningún sitio. 

Necesitamos pactos que impliquen a todos los agentes: las administraciones, las entidades sociales, la ciudadanía… y, sobre todo, que tengan una visión a largo plazo. Si no hay continuidad, es imposible avanzar. 

No podemos aceptar la pobreza como parte del paisaje, como algo inevitable. Ese es uno de los grandes errores. La política debería mirar por el bien común, no solo por el bien de quienes te votan o te apoyan. Esa sigue siendo una de las asignaturas pendientes más importantes. 

¿Cómo podemos educar a las nuevas generaciones para que la solidaridad y la inclusión sean valores cotidianos? 

Soy bastante optimista con las nuevas generaciones. Creo que lo harán bien, porque no queda otra opción. Eso sí: a veces, para hacerlo bien, hay que equivocarse, y algunos errores pueden salir muy caros. Lo que sí echo en falta es un valor que se está perdiendo: el sentido de comunidad. No basta con que yo esté bien; los demás también tienen que estarlo. Ese espíritu hay que recuperarlo. 

Hace poco, en Valencia, encontraron a un hombre que llevaba quince años muerto en su piso. Es estremecedor. El individualismo está creciendo de una forma desmesurada, y todos podríamos acabar en una situación así. Por eso necesitamos el apoyo de los demás. Y es fundamental que, desde la juventud, fomentemos esos valores de cuidado y de vínculo. 

¿Qué esperanzas o cambios te gustaría ver en la próxima década respecto al sinhogarismo en España? 

Sería fantástico, como mínimo, que la cifra de personas sin hogar no siguiera creciendo. Pero la verdad es que aún no estamos haciendo los deberes. Las entidades deberíamos apretar un poco más; en general, hemos sido demasiado laxas. Me gustaría ver un cambio en esa dirección, aunque las tareas pendientes se acumulan: la vivienda, el reto de la inmigración… hay muchos frentes abiertos. 

Aun así, confío en que las generaciones siguientes lo harán mejor. 

Banner Home

LEE LO QUE TE INTERESA
Suscríbete a nuestra newsletter y descubre un millón de pequeñas historias