David Rodríguez: “El miedo es lo que me limitaba, no la discapacidad” - Ahora
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David Rodríguez no tiene pelos en la lengua. Con una discapacidad que, bromea, «viene de fábrica», en su momento se dio cuenta de que lo que realmente le limitaba no era su condición física, sino el miedo. De todo ello y mucho más habla en su primer libro Lo mío no es normal, pero lo tuyo tampoco, donde aborda desde el humor cómo podemos aprender a aceptarnos tal y como somos. Exnadador paralímpico con más de ocho años de experiencia como conferenciante, también lidera la Fundación Pegasus, que a través del juego y la inteligencia emocional, propone empoderarnos en la diferencia.
¿Cuál es tu historia con la discapacidad?
Como digo siempre: mi discapacidad es de fábrica. Siempre he tenido una discapacidad física. Lo que ocurre es que, cuando me voy haciendo mayor, me doy cuenta de que a diferencia de lo que me había enseñado la sociedad o lo que yo había percibido que me decía esta sociedad, el origen de mi sufrimiento no estaba en la discapacidad, sino en los miedos. El miedo es lo que realmente me limitaba la vida. Ahí cambió todo bastante.
Cuando a cualquier persona le dicen que tiene un problema lo quiere solucionar. Pero si miramos dónde no es… eso genera frustración, depresión y mucho sufrimiento, que es lo que veía alrededor del mundo de la discapacidad, en padres e incluso en médicos. El objetivo vital es reducir el sufrimiento, algo que se puede hacer, pero no mirando hacia el modelo de normalizar la discapacidad, de los fisios y las operaciones… que no es que eso esté mal, pero la cuestión es “para qué”. Si el “para qué” es “ser normal”... por ahí no es.
¿Y ese clic llega de repente?
Yo siempre he visto el mundo de una manera muy positiva y bonita. Siempre he pensado que la gente es buena. Y es verdad que la visión de las personas que me rodeaban era totalmente diferente, porque mi madre, por ejemplo, concebía que todo era peligroso y negativo, de ahí la sobreprotección que había sobre mi figura.
A lo largo de mi vida hay puntos de inflexión: momentos clave. Y hay algo que coincide, casualmente o no, con la creación de Pegasus y fue ir al psicólogo. Bueno, a un psicólogo muy concreto, porque la psicología es muy amplia. A raíz de eso, y empezar a cuestionarme mi forma de relacionarme con el mundo me doy cuenta de una manera muy radical de que iba bastante torcido en la vida. Y no por mis piernas, sino por cómo estaba gestionando las cosas. Ese punto fue clave.
Otro punto de inflexión fue un desamor. Ahí me di cuenta, por primera vez, de que no me dolía ese desamor, sino el hecho de enfrentarme al rechazo de mis padres. Ahí fui consciente de que no aceptaba mi discapacidad, que por mucho que le dijera al mundo que era fuerte, y que todo me hacía risa y era muy simpático, en realidad no era así. Aunque había entendido que el foco del problema estaba en otro sitio, no lo había integrado.
Al comprender todo eso mi vida cambia. Tengo una primera conversación con mis padres muy profunda donde no hay juicio, sino mucho entendimiento por mi parte. Expreso cómo quiero que sea mi vida a partir de ese momento.
Has sido deportista de natación adaptada, ¿cuándo entra el deporte en tu vida?
Al final es otra válvula de escape. El deporte está muy vinculado a mí porque siempre he tenido que hacerlo por un tema de salud. Me metí en natación, pero recuerdo que no me gustaba especialmente, a mí me gustaba el fútbol. En cualquier caso, el deporte se convierte en otro canal de aceptación (aunque me doy cuenta de eso mucho después), porque ahí empiezo a sentirme validado. Después descubro la natación competitiva, comienzo a ganar medallas, retos deportivos… Y al final me doy cuenta de que buscaba la validación de la gente y en ese camino me estaba cargando mi cuerpo por la aceptación del resto, de mis padres...
Cuando soy consciente de eso, el deporte también cambia en mi vida. A nivel personal es salud. Ya no quiero hacer deporte para estar fuerte y gustar a la gente, sino para estar sano. Y tiene también mucho impacto en Pegasus, porque no solo el deporte, sino el juevo y la diversión, tienen un papel muy importante en la fundación: es la forma que tenemos de educar. Camuflamos todos los aprendizajes en algo, y qué mejor que el juego, la diversión o el deporte.
Por tanto, digamos que evoluciona hacia algo más sano. El deporte de competición, bajo mi punto de vista, no deja de ser algo de egos, y yo creo que, más allá de eso, el deporte es algo lúdico, un aprendizaje, un medio de crecimiento.
En Pegasus, ¿cómo se relacionan deporte y discapacidad teniendo en cuenta que muchos valores se pueden compartir?
Al final no hemos descubierto nada. Del deporte pasamos al juego; y el medio puede ser la natación o el multideporte. Es buscar un canal en el que hacer más simpáticos o accesibles ciertos aprendizajes.
En el mundo de la discapacidad hay mucha exclusión y el deporte permite esa accesibilidad, permite sentirse parte de un grupo. Y eso ayuda mucho al trabajo que hacemos luego a un nivel más profundo a nivel de autoestima, de sentirse válido y único. El deporte aúna esas dos vertientes: la de la accesibilidad y la de la diversión. También metemos el tema de la inteligencia emocional y pensamos que, con todo, se pueden conseguir grandes transformaciones sociales.
¿Qué ejemplos podemos encontrar al respecto?
Tenemos diferentes metodologías y perfiles. Tenemos perfiles con discapacidades altas o grandes dependencias. Ahí muchos niños no se sujetan y a lo mejor los tienes que coger tú, y es diferente. En grupos y parejas entramos en metodologías activas de trabajo en equipo.
Por ejemplo, nosotros trabajamos mucho a través del conflicto, y siempre, todo el equipo, intentamos aprovecharlo. Los niños pierden, se frustran, se enfadan. Y no respondemos castigando, sino intentando relajarnos. Y sobre eso trabajamos. Cuando se tranquilizan les preguntamos qué han sentido, qué han pensado, qué les ha pasado. Les mandamos tareas para casa para que reflexionen sobre ello, para que aborden cómo les hacen sentir sus emociones y trabajemos sobre eso, con un dibujo o una carta, por ejemplo. Pero no es algo que pueda generalizarse porque depende mucho de cada caso.
¿Qué prejuicios hay en torno a la discapacidad y cómo podemos romperlos?
Es muy complicado, porque siempre digo que la discriminación puede nacer en la sociedad, pero la perpetúa el colectivo. Y también desde las entidades. Nuestra forma de trabajar en el tercer sector se hace muchas veces desde la beneficencia, del paternalismo… y eso impacta en la autoestima de la persona. Y la beneficencia no da igualdad, porque cuando tú trabajas para una persona “necesitada” psicológicamente se genera una imagen de superioridad y de inferioridad. Tú ayudas de arriba abajo. Y desde la pena y la vanidad nunca va a haber igualdad.
Luego hay otro tema, y es que se iguala la discapacidad con un problema. Y el niño entiende eso, que la discapacidad es un problema que tiene que solucionar. Por tanto baja su autoestima y reduce su posibilidad de ser feliz en el mundo.
También hemos validado cosas desde el sector que no son positivas. El “pobrecito” no nos gusta, pero tampoco el cliché de “superhéroe”, de “campeón”... eso nace del mismo sitio: de la pena. Se hipervalora todo lo que hacemos y parece que somos campeones por el mero hecho de respirar y eso no es positivo ni para la persona con discapacidad ni para la sociedad en general.
Al final la gente que no tiene discapacidad entiende que como no tienen discapacidad su sufrimiento vale menos que el tuyo. Y no es así: en el plano emocional todos somos iguales. Igual que el humor negro dentro de la discapacidad: se ha validado mucho, y el humor negro no es aceptación. El humor negro simplemente es una herramienta puntual para poder dar oxígeno a una situación que nos da dolor, pero no es aceptación. De eso hablo mucho en el libro.
¿Cómo abordar la discapacidad desde el humor?
El humor es genial. Hace poco me hice famoso en redes sociales por criticar una peli que ha salido que se llama Cuerpo Escombro, y mucha gente lo entendió mal y me dijo que tenía la piel fina. Y no. Si yo me río mucho, el humor es un puente hacia esa inclusión muy guay. Lo que pasa es que hay diferenciar: una cosa es utilizar el humor para normalizar la discapacidad y otra cosa es sobreexponer la discapacidad porque sabemos que da billetes y genera atracción del público. Al final la película es una burla gigante de la discapacidad y, además, con una mala ejecución. Entra ahí todo este tema de la beneficencia, el paternalismo… Creo que el humor hay que aprender a utilizarlo y es un arma de doble filo.
¿Crees que la sociedad es cada vez más tolerante con lo diferente?
No. La sociedad, yo el primero, somos hipócritas e incongruentes. Y no es malo, nos puede ayudar a crecer, pero al final estamos yendo muy rápido siempre, cambiamos a nivel cultural y moral. El juicio, la necesidad de criticar… la diferencia no se trata bien. Hemos ampliado el espectro, pero seguimos criticando al diferente, y el mejor ejemplo es la política. Nosotros somos política. Nos identificamos con unas ideas y etiquetas y nos cuesta salir de ahí, entonces todo lo contrario a eso se convierte en el enemigo.
Ahí es donde entra el juicio, la crítica, incluso en cosas más serias, como las guerras. Estamos en un punto social muy complicado donde podemos ir hacia un lado, o al contrario totalmente. Podemos ir hacia el odio o hacia el amor. Tristemente, creo que vamos a ir más hacia el odio, pero todo es un camino y si vamos hacia ahí también aprenderemos.