Sergio Vicente: “La predicción de una sequía es muy complicada, sobre todo en nuestras latitudes” - Ahora
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Humanidad
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Si hay alguien que sabe sobre sequía en nuestro país es Sergio Vicente. Doctor en Geografía Física, es Investigador del Instituto Pirenaico de Ecología y miembro del Laboratorio de Clima y Servicios Climáticos del CSIC, también forma parte del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de la ONU (IPCC). Con un horizonte incierto ante nosotros y muchos retos por delante, hablamos con él sobre sequía, cambio climático y consumo de agua.
Las rachas de calor son cada vez más frecuentes e intensas, ¿hasta qué punto está cambiando el clima y de qué nos advierten todos estos cambios?
El clima está cambiando debido, fundamentalmente, a las emisiones de gases de efecto invernadero que estamos emitiendo a la atmósfera. Eso tiene unos primeros efectos termodinámicos muy claros, evidentes y directos. El aumento de la temperatura es el aspecto más evidente. Pero no solamente es una cuestión de la frecuencia o intensidad de los eventos más extremos como las olas de calor: también hay un incremento medio en las temperaturas a escala global. Vamos camino (ya estamos muy cerca) del grado y medio respecto a las condiciones que teníamos durante el periodo preindustrial. Eso es lo que se está registrando de forma más inequívoca.
Esto puede tener consecuencias sobre otro tipo de elementos del clima o de variables climáticas. Nuestra atmósfera ahora es más cálida y puede albergar una mayor cantidad de agua (debido a una ley física). Al poder albergar una mayor cantidad de agua se produce una mayor evaporación de mares, océanos y zonas continentales donde hay agua.
Las precipitaciones aumentan, y están aumentando a escala global, algo que puede parecer paradigmático, pero es así: los periodos de nuestro planeta en los que hemos tenido unas condiciones más cálidas (algo que se ha registrado mediante distintos análisis paleoclimáticos) también han sido, de media, más húmedos. Debido a estos efectos termodinámicos, cuando se producen precipitaciones extremas (las famosas “gotas frías”), como nuestra atmósfera es más cálida y puede albergar una mayor cantidad de vapor de agua, pueden ser más severas todavía.
Además, hay otros efectos termodinámicos más indirectos. Cuanto mayor es la temperatura, mayor es la demanda de agua que se produce por parte de la atmósfera. Y, cuando hay una sequía, esto es especialmente relevante porque se incrementa la evaporación en las masas de agua embalsadas, en la vegetación natural y en las zonas que están en condiciones de muy baja humedad del suelo. Esa mayor demanda estresa mucho la vegetación, provoca que los cultivos sufran y que se registre mortalidad forestal.
Por resumir, los efectos del cambio climático son múltiples, y los más evidentes son los que tienen que ver con el incremento de las temperaturas medias y con los eventos térmicos extremos, como las olas de calor.
Las sequías en España son un fenómeno recurrente, ¿se puede prever cómo se comportarán este verano?
La monitorización actual de la sequía es factible, pero la predicción es compleja y complicada por las características del sistema climático en nuestras latitudes. En este momento en la península ibérica tenemos unas condiciones que no son particularmente malas, de hecho, son bastante mejores que las que teníamos el año pasado excepto en la zona del Levante, el sur de Aragón, toda la Comunidad Valenciana, Murcia y me iría casi hasta llegar a Almería; en esta zona las precipitaciones han sido bastante escasas este último año. Eso ha hecho que en estos momentos la sequía tenga una mayor severidad en esos puntos.
Junto con las inundaciones, las sequías son uno de los eventos más complejos de pronosticar, ¿por qué?
Las sequías no se producen de un día para otro. Las olas de calor tienen capacidad predictiva porque se registran en escalas temporales muy cortas. Una ola de calor la podemos predecir con unos días de antelación, pero no con 3 meses de antelación.
En el caso de la sequía, hay que tener en cuenta que habitualmente se produce por una acumulación de déficit de precipitación que, en algunas ocasiones, se ve incrementado por un aumento de esa demanda de agua por parte de la atmósfera que se produce durante períodos de tiempo largos. Pero, si tenemos dos semanas sin lluvia, tampoco quiere decir que vaya a haber una sequía. Como nos vamos a escalas de tiempo superiores, donde los modelos predictivos no tienen la capacidad necesaria para predecir en un rango temporal tan amplio, la predicción de una sequía es muy complicada, sobre todo en nuestra latitudes. No podemos predecir cómo va a ser la lluvia en 3 o 4 meses, y esas son las escalas relevantes para la predicción de una sequía.
Al contrario, la podemos monitorizar muy bien: podemos saber cómo esa sequía va evolucionando, si se va intensificando, si se va moviendo espacialmente, los territorios más o menos afectados… y todo eso nos da una información útil para la gestión de esa sequía.
Mencionabas en una entrevista que la sequía no solo se debe a la falta de lluvia o al calentamiento global, sino al hecho de que ahora consumimos más agua. ¿Crees que habrá que poner límites en algún momento a ese consumo?
Cuando hablamos de sequía hablamos de un fenómeno natural que se caracteriza por un periodo de tiempo que muestra unas condiciones anormales respecto a la media. Cuando entramos en temas relacionados, no solamente con aspectos naturales, sino también con el papel del hombre… entran en juego otros conceptos, como la escasez hídrica, que hace referencia a situaciones en las que de forma crónica tenemos un déficit de recursos hídricos, fundamentalmente porque hay una sobreexplotación respecto a las disponibilidades habituales de agua. Y eso es lo que pasa en algunas regiones de nuestro país en las que hay una demanda mayor de agua de la disponible. Pero eso no significa que tengamos unas condiciones de sequía; esta se produce en todos los climas del mundo, desde los húmedos hasta los semiáridos. Y es por la dinámica natural de nuestro clima.
Pero a veces sí se habla de limitar el consumo individual, por ejemplo.
Este tipo de afirmaciones distraen del problema de raíz fundamental, y es que en España más del 80% del agua está dedicada a la agricultura de regadío. El tema de los usos urbanos industriales es minúsculo en comparación. Evidentemente, durante los episodios de sequía cada gota es valiosa. Pero, al final, los ahorros de agua que se pueden hacer sobre consumos que representan un 5 o un 10% no deja de ser algo anecdótico en comparación con el enorme consumo de la agricultura de regadío en nuestro país.
Precisamente, un problema del que has hablado en alguna ocasión es el modelo agrícola y el regadío, ¿cómo afecta a la sequía y qué se puede hacer al respecto?
No se puede hacer nada. Es un tema tan sociopolítico que nadie va a atreverse a coger el toro por los cuernos. Y luego hay temas que diría que son perceptuales o sociológicos… Regar un campo de golf puede verse como algo negativo, pero destinar ese agua a la producción de alimentos, parece que se contempla de otra manera, aunque el valor añadido del metro cúbico de agua pueda ser muy superior en el caso del llenado de una piscina o en el caso del regadío de un campo de golf.
La agricultura de regadío de hoy en día no es una actividad de subsistencia: es una actividad económica. Los productos que se obtienen en esos campos de regadío se van a exportar e, insisto, suponen una actividad económica como otra cualquiera. Hay un subconsciente general de que el agua va para la producción de alimentos, y es cierto, pero no se puede denostar unos usos del agua frente a otros cuando hay un uso del agua que es el que más consume. Si ponemos todo esto en una balanza, puede que sea más rentable llenar un campo de golf o una piscina.
El problema que tenemos en España con el agua es fundamentalmente por la enorme demanda por parte de la agricultura de regadío. Se dan situaciones kafkianas, y contra eso no podemos hacer nada. Hay un ejemplo paradigmático: Doñana. Doñana es la joya de la corona de los espacios naturales protegidos de España, uno de los espacios naturales más valiosos que tenemos en nuestro país. Y ese espacio natural se ha puesto en riesgo por los regadíos ilegales. Ya no estamos hablando de riegos legales que tienen sus concesiones de agua reconocidas, sino riegos ilegales, sin permiso, mediante pozos… pero es muy complicado que los políticos se pongan de acuerdo para cerrar esos pozos y que esos campos no se rieguen. Se ha visto: ha habido un conflicto político increíble. Y hablamos del principal espacio protegido que tenemos. Y de regadíos que son ilegales.
Es un ejemplo paradigmático para preguntarse: ¿y ahora cómo nos metemos en los riegos legales a, por ejemplo, reducir la superficie de regadío? Es un problema muy complejo desde un punto de vista político y social. No olvidemos que la agricultura de regadío es una actividad económica y que en algunas regiones de España ese regadío tiene una función social muy importante, de fijar la población en el territorio; de que si no cultivamos aquí, si no nos dedicamos aquí a la agricultura de regadío, no hay otra actividad posible. Y si no esos lugares se van a despoblar, la gente va a tener que emigrar y van a quedar vacíos, algo que tampoco es recomendable. Es algo muy complicado.
Entonces, salvo reducir la superficie de regadío, ¿no se puede hacer mucho más para reducir el consumo de agua?
Cada vez que lo analizo creo más que es un problema completamente irresoluble. A no ser que caiga por su propio peso, que llegue un momento en el que el cambio climático nos aceche más, que las precipitaciones se reduzcan mucho, que no haya suficiente agua para regar y que no se puedan explotar esos campos... En cualquier caso, sería una situación bastante crítica y nada recomendable. Pero no se puede plantear una solución desde un punto de vista social y político. Y es un tema que enfrenta a sensibilidades muy distintas a nivel de ideología política.
Además, hay que decir que en España se ha hecho un esfuerzo considerable en la modernización de los regadíos. Solo el 25% de la superficie regada se hace por gravedad, por riego tradicional; el 75% es presurizada, ya sea por goteo o por aspersor. Lo que está sucediendo es que esos riegos están demandando más agua porque, como decíamos al principio, la atmósfera demanda más agua; y, en segundo lugar, porque ahora los ciclos de cultivo se están duplicando o triplicando. Donde antes se realizaba un ciclo de cultivo ahora se hacen más porque los agricultores tratan de optimizar las inversiones que han hecho en las presurizaciones para tener más cosechas; también se incrementan las superficies de regadío para optimizar la disponibilidad de agua.
Se está produciendo, por tanto, una paradoja, ya que con una agricultura más tecnificada se consume más agua y además es un agua que se aprovecha toda: toda el agua que se destina a los campos la utilizan las plantas para sus procesos biológicos y acaba evaporándose. Pero, a diferencia de los riegos tradicionales de gravedad de antes, no se produce una recarga de los acuíferos.
Es un tema irresoluble porque confluyen aspectos políticos, sociales y económicos. Y no es una cuestión de demonizar la actividad económica. Como he dicho, en algunas regiones, si no fuera por esto, no se podría vivir allí. Es el modo de vida de mucha gente. Es muy complejo.
¿Qué soluciones se pueden implementar para reducir o mitigar los efectos de las sequías?
En España tenemos un sistema muy desarrollado y muy bueno basado en los Planes de Sequía de Cuenca. Se basan en unos indicadores, en una monitorización en tiempo real de esas condiciones de sequía en las que se prioriza el uso de agua según el nivel de recursos hídricos de cada momento. La agricultura de regadío, por ejemplo, no es habitualmente la principal prioridad. Cuando se llegan a situaciones de alerta o muy críticas de disponibilidad de recursos hídricos, antes de cortar el suministro de los núcleos urbanos o a los usos industriales se corta el riego. Y es así. Para llegar a esas condiciones en las que los abastecimientos urbanos se ven afectados tendría que darse una situación muy crítica.
Se han dado episodios de sequía muy severos en las últimas dos décadas y los Planes de Sequía han demostrado que son una herramienta fundamental para evitar los cortes de agua en núcleos urbanos y rurales, que han sido muy puntuales. Esto no sucedía así antes. En el año 95 se produjo la sequía más severa que se ha padecido en España en el último siglo y hubo 12 millones de personas que se vieron afectadas por cortes de agua en núcleos urbanos. Como estos Planes de Sequía no existían, se hacía un uso integral del agua hasta que se acababa.
Ahora se hace una previsión basada en esos Planes de Sequía de tal manera que, aun estando en situaciones de sequía muy severas, se evite todo esto. Lo que pasó en primavera en el área metropolitana de Cataluña fue muy puntual y luego se recuperó. O en algunos núcleos rurales de Andalucía. Pero ya no estamos hablando de lo que se planteó hace años, de movilizar a la población de Sevilla en el 95 porque no había agua.
¿Qué crees que es lo que está frenando a la gente a actuar contra el calentamiento global? ¿Es un tema de alarmismo, una sensación de apatía…?
Acabar con el cambio climático es muy complicado porque es una cuestión que se debe basar en la solidaridad. Ahora mismo tenemos a muchos políticos negacionistas, partidos políticos o gente muy influyente que niegan el cambio climático. Hay ideologías que abogan por la libertad, un término que hoy se ha movido mucho en el espectro ideológico. Y cualquier cosa que altere esa posible libertad chirría. Hay muchas resistencias.
Acabar con el cambio climático implica renunciar a muchas cosas en favor del bien común; cosas que alteran tu posible libertad. Conduzco mi coche por el centro de la ciudad, ¿y quién me va a decir que no lo haga? Eso atenta contra mi libertad, contra mi modo de vida. Acabar con el cambio climático implica que todos deberíamos reducir emisiones, pero al mismo tiempo, si nosotros lo hacemos, pero nuestro vecino no lo hace en pos de su pretendida libertad… no vamos a conseguir nada.
Nuestro sistema económico se basa en el consumo exacerbado: necesitamos comprar unos pantalones cada mes porque si no parece que vamos a ser infelices. Nuestro sistema económico se basa en el crédito de los combustibles fósiles, y haciendo eso aumentamos las emisiones. No podemos producir tanto, pero ningún gobierno va a plantear esto porque aumentaría el desempleo, nos veríamos abocados a una crisis económica… La única alternativa para no parar sería promover una economía donde tuviera más peso otro tipo de combustibles renovables o energías verdes. Y es cierto que se están haciendo esfuerzos en la Unión Europea en electrificar el sistema.
Aun así, yo soy pesimista, porque pienso que la población de países en desarrollo que ha visto el modo de vida que hemos construido en base a los combustibles fósiles, va a querer hacer lo mismo que hemos hecho nosotros hasta ahora. ¿Y en qué medida, desde un punto de vista ético, les vamos a decir que no?