Mónica Ramos Toro: Debilidades y fortalezas de envejecer siendo mujer - Ahora
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Históricamente, las ciencias han considerado al varón como el sujeto de estudio universal, por tanto, el ser humano ha sido siempre un ser masculino. En la gerontología, esto ha ocasionado que se estudie el envejecimiento como si fuera un proceso idéntico para hombres y mujeres, invisibilizando lo que nos pasa a las mujeres. La elección del nombre de gerontología, adoptada del griego geros, que significa «hombres mayores» y no de graus, que significa «mujeres mayores», muestra cómo la cultura patriarcal ha influido en la elección del término en masculino para referirse a la ciencia que estudia la vejez, el envejecimiento y la población mayor, por lo que sería interesante atrevernos a plantear una Geronto-Grausología, teniendo en cuenta, entre otros factores, la elevada feminización de las vejeces.
Frente a este androcentrismo, ha sido la teoría feminista la que ha aportado los fundamentos que han permitido tanto cuestionar y superar ese sesgo, como abordar las desigualdades y discriminaciones que el sistema patriarcal impone en la vida de las mujeres. Sin embargo, a pesar de su relevancia dentro de las ciencias sociales y, especialmente, de la antropología, prácticamente no se ha ocupado ni preocupado del proceso de envejecimiento de las mujeres, ni de la vida de las mujeres mayores. Y esto es así, fundamentalmente, porque cuando en la agenda de los estudios feministas se hacía balance de los temas clave, los asuntos relativos al envejecimiento y la vejez eran una excepción frente a otras cuestiones que se consideraban más importantes como el acceso a la educación y al mercado laboral, la conciliación de la vida laboral, familiar y personal o el control de la reproducción, entre otras.
En realidad, se puede afirmar que los estudios en los que género y vejez pasan a ser centrales en la explicación de lo social son prácticamente inexistentes hasta fechas muy recientes, incluidos los estudios gerontológicos en los que no ha sido habitual estudiar el envejecimiento desde una perspectiva feminista. En España, será sobre todo a partir de los años 90 del siglo XX, cuando algunas investigaciones sobre vejez y envejecimiento comienzan a considerar fundamentales en la organización social las relaciones de género, poniendo de relieve cómo el patriarcado y el capitalismo son dos sistemas sociales especialmente opresores en las vidas y los cuerpos de las mujeres mayores. Y aunque esto fue decisivo, también tuvo un aspecto negativo, y es que la mayoría de estos estudios se inclinaron por ofrecer una imagen de las mujeres mayores extremadamente vulnerable al tomar como referencia la normatividad masculina, especialmente en el mercado de trabajo o en la disponibilidad de recursos económicos, lo que invisibilizaba, en gran medida, las actividades que realizaban las mujeres mayores en sus entornos familiares, como piezas clave en la prestación de cuidados y apoyos a menores y personas en situación de dependencia; cuestiones que no pertenecen al espacio contractual del mercado laboral, pero que permiten sostener la vida. Por último, a esto hay que añadir que escasamente se ha investigado a las mujeres mayores como sujetos con agencia y protagonismo, con capacidades y fortalezas construidas tanto de manera individual como en espacios de sororidad.
Los estudios en los que género y vejez pasan a ser centrales en la explicación de lo social son prácticamente inexistentes
Por todo lo expuesto, todavía sigue siendo escasa la investigación que aborda el envejecimiento y las vejeces desde una perspectiva crítica y feminista, lo cual es especialmente reprochable en un momento histórico marcado por dos fenómenos interrelacionados: el envejecimiento de la población y la feminización del envejecimiento.
Frente a esta carencia, resultan fundamentales las aportaciones de la teoría feminista en el ámbito gerontológico al cuestionar las claves del edadismo que impactan de manera negativa en las vidas de las mujeres mayores. Al mismo tiempo, el estudio del edadismo es crucial para comprender el proceso de envejecimiento de las mujeres porque interactúa en combinación con el androcentrismo, generando un doble rasero para envejecer según el género. Así, observamos, desde la gerontología crítica feminista, cómo la discriminación por edad (edadismo) afecta más a las mujeres mayores que a los hombres de sus mismas generaciones y, cómo la discriminación por género (machismo), afecta más a las mujeres mayores que a mujeres de otros grupos de edad. Además, desde esta posición gerontológica y feminista, ponemos el acento en cuestiones que han estado muy invisibilizadas y que es necesario abordar:
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La medicalización de las mentes y los cuerpos de las mujeres mayores (que se observa en la excesiva prescripción de psicofármacos o en la patologización de procesos naturales como la menopausia).
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La falta de una transversalidad del envejecimiento en las políticas de igualdad (que se observa, por ejemplo, en el olvido sistemático de las mujeres mayores en el abordaje de la violencia de género, o en la invisibilidad total de las mujeres mayores en efemérides como el 8M).
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La construcción de la identidad femenina a través de la apariencia de juventud, lo que simplemente niega a los cuerpos envejecidos de las mujeres la posibilidad de existir.
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La naturalización de la condición de cuidadoras de toda la familia (las mujeres mayores siguen aportando más cuidados de los que reciben hasta, al menos, la edad de 80 años).
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La entrega de su tiempo como seres-para-otros a lo largo de sus vidas, pero también en la vejez (lo que afecta negativamente a su estado de salud al no anteponer sus necesidades y deseos a los de las personas de su entorno).
Como vemos, desde la gerontología feminista analizamos el envejecer de las mujeres poniendo en el centro cómo los patrones y los roles de género socializados y desempeñados por las mujeres a lo largo de sus vidas, explican gran parte de las desventajas y carencias que experimentan en sus vejeces (análisis macro-estructural), permitiendo entender que hacerse mayor no es lo mismo para hombres que para mujeres en una sociedad patriarcal y edadista que las discrimina por partida doble. Sin olvidar, además, que existen otras categorías sociales como la raza, la etnia, la clase, la orientación sexual o la capacidad funcional que, lejos de ser “naturales”, son igualmente construidas como lo son el género y la edad, generando una red de desigualdades que de nuevo afectan en mayor medida a las mujeres en su envejecer que a los hombres.
Hacerse mayor no es lo mismo para hombres que para mujeres en una sociedad patriarcal y edadista que las discrimina por partida doble
Lo anterior no debe impedir poner en valor que, al mismo tiempo, desde una posición feminista, la gerontología también evidencia la diversidad de maneras de ser mujer y ser mayor, como resultado de la heterogeneidad de las trayectorias personales de las mujeres (análisis micro), que se muestra fundamentalmente a través de variables como el estado civil, el nivel de instrucción, la ocupación laboral, el nivel de cuidados aportados a la familia, entre otras, aspectos clave que marcan diferencias biográficas importantes a lo largo del curso vital de las mujeres y, por tanto, en sus vejeces.
Por último, no sería feminista un análisis gerontológico si no mostráramos las fortalezas de las que también hacen gala muchas mujeres en sus vejeces como una forma de reivindicar su lugar en un mundo que habitualmente o las invisibiliza o cuando pone su foco sobre ellas lo hace desde una mirada deficitaria, fragilizada y desempoderante. Entre esas fortalezas destacan las siguientes:
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Disponen de mayor capacidad para vivir solas (derivada de su autonomía doméstica, de su resiliencia para sobrevivir avatares y de su anhelo para vivir sus vejeces con libertad).
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Sus redes de apoyo son más fuertes que entre los hombres mayores. Han sido tejedoras de vínculos y en sus vejeces sus relaciones son más elegidas que nunca y las sostienen en una sororidad vital.
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En relación con lo anterior, algunos roles de género tradicionalmente femeninos, como son la preocupación por compartir y sostener la vida a través de la construcción de alianzas y cuidados, están mejor adaptados para vivir la vejez que los roles típicamente masculinos, más centrados en la individualidad, el ejercicio del poder o la competitividad.
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La vejez es para muchas mujeres un momento de especial desarrollo personal, que les permite disfrutar de un ocio elegido y de una participación social más acorde a sus deseos y demandas.
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Tienen un afán mucho mayor que los hombres por seguir aprendiendo. Son mayoría en todos los lugares en los que el conocimiento se pone a disposición para ser compartido. Convivir, compartir y socializar siguen siendo cuestiones que marcan en gran medida la agenda de muchas mujeres mayores.
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Esta participación activa y consciente supone para muchas un estímulo contra la exclusión social y el aislamiento. Y posibilita la experiencia de nuevas socializaciones al ampliar sus redes sociales y espacios, que superan el ámbito doméstico y de edad.
En definitiva, desde la gerontología feminista, nos proponemos analizar las desigualdades estructurales que han impactado en la vida de las mujeres mayores, pero también identificamos las fortalezas que pueden generar en sus vejeces una vida más elegida y el diseño de un proyecto vital más deseado, que les permita superar parte de sus trayectorias como personas privadas de poder personal, social, cultural, político y económico. También hacemos una llamada de atención para que la investigación gerontológica actual introduzca definitivamente una perspectiva de género y de curso vital.
Lo cierto es que necesitamos escuchar las voces y reivindicaciones de las mujeres mayores y diseñar acciones que visibilicen sus maneras diversas de habitar las vejeces. En mi trayectoria profesional de más de 30 años como antropóloga y gerontóloga feminista, he intentado corregir esas carencias y desde hace un año tengo la oportunidad de hacerlo en UNATE y en la Fundación PEM.
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