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Una ayuda que no se detiene
UNA AYUDA QUE NO SE DETIENE


Humanidad

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Cruz Roja

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Cuando las lluvias torrenciales y las inundaciones golpearon Valencia, Cruz Roja no dudó en activar de inmediato todas sus redes y equipos de emergencia para ayudar en la catástrofe. Las personas voluntarias fueron de las primeras que, movidas por su afán de ayudar, llegaron a las zonas afectadas con energía, dispuestas a aportar. Limpieza de viviendas; rescate y evacuación de familias atrapadas; reparto de alimentos, mantas y kits de higiene; o apoyo psicosocial, la organización ha estado al lado de las personas desde el primer momento.
“Aunque ha habido otras, como en el caso de la COVID o en La Palma, la movilización de personas voluntarias de Cruz Roja ante la DANA ha sido una de las más impresionantes y fundamentales que recuerdo. Una movilización de capacidades humanas con el objetivo básico de facilitar asistencia a las personas afectadas por ese evento catastrófico”, recalca Ferrán Cobertera, director de Voluntariado de la organización.
Desde el inicio de la emergencia, Cruz Roja ha realizado más de 320.765 asistencias gracias a la movilización de 214 equipos de respuesta en emergencias y 8.479 personas, entre voluntarias y personal laboral. En cuanto a voluntariado en concreto, se cifra en 4.900 las personas movilizadas y 154.713 las horas registradas. “El elemento diferencial que aportan las personas voluntarias de Cruz Roja se centra en que han estado allí en la fase de respuesta inmediata, aún hoy se esfuerzan para mejorar la calidad de vida de las personas afectadas en la fase de recuperación, y seguirán allí en el futuro”, agrega.
La respuesta, por todo ello, se basa en “una combinación de solidaridad, sentido de comunidad, satisfacción personal y valores compartidos”. “La movilización de Cruz Roja ante la DANA es un claro ejemplo de cómo la solidaridad y la organización de la acción voluntaria pueden marcar la diferencia en momentos de crisis. La labor incansable de los voluntarios no solo ha proporcionado ayuda inmediata, sino que también siembra fortaleza y resiliencia en las comunidades afectadas”, alega Ferrán Cobertera que es contundente al señalar que todo lo que ha llevado a cabo la organización “sin personas voluntarias, no habría sido posible”.
Y es que, cuando todo amenaza con derrumbarse, la humanidad siempre sostiene.
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Antonio Lobo, una vida dedicada a las emergencias
A Antonio Lobo la DANA no le pilló en el coche de casualidad. “Me salvó la providencia”, reflexiona ahora, más de cinco meses después del suceso. Se estaba desplazando de Madrid a Alicante cuando vislumbró “una nube negra al fondo”. Cuando llegó a su destino, ya había noticias de lo que estaba pasando en Valencia y no dudó en ponerse en contacto con los ERIE (Equipo de Respuesta Inmediata en Emergencias) de la zona por si podía echar una mano.
Antonio lleva dos años de voluntario de Cruz Roja y toda una vida dedicándose a la Protección Civil, todo aquello relacionado con “gestión de emergencias y realización de emergencias”, también conocido como “prevención de incendios”. “Somos los que aprobamos planes para que los demás se organicen”, bromea Antonio, que tiene un sentido del humor envidiable pese a la dureza de su oficio. “Era jefe de servicio en la Comunidad de Madrid y cuando me jubilé, me vine a vivir a la zona de Ciudad Rodrigo, en Salamanca. Y estoy muy comprometido desde entonces”, cuenta. Tanto es así que no solo colabora en la formación en equipos de ERIE y ERBE (Equipo de Respuesta Básica en Emergencias), sino que también da talleres, “el otro día, sin ir más lejos, a personas mayores sobre riesgos en el hogar”.
"Columnas de coches de 5 metros por 100 metros no las hemos visto ni yo ni nadie en España"
El caso es que esta profesión “o la llevas en los genes o no la llevas”, puntualiza Antonio, que remarca que, si no es así, “no eres capaz de mantenerla”. Lo sabe bien: ha visto mucho sufrimiento y ha vivido en primera persona situaciones de riesgo, además de atesorar una solvente experiencia sobre el terreno. Quizá por ello resulta impactante que reconozca que, cuando entró en Valencia, la situación le sobrecogió: “Columnas de coches de 5 metros por 100 metros no las hemos visto ni yo ni nadie en España. Hemos tenido accidentes muy graves, pero no con esta magnitud de territorio y personas afectadas”, plantea.
Volviendo la vista atrás, el caos inicial fue un gran hándicap. “A lo mejor te mandaban 3 o 4 misiones al día y si hacías 2 era un milagro”, recuerda Antonio. No se podía entrar en muchas calles, no conocían los pueblos al dedillo; había policías en cada esquina, gente andando, camiones. “Para llegar a un sitio a un kilómetro de distancia tenías que dar una vuelta enorme, porque todo estaba bloqueado, lleno de barro…”, relata. El traslado de una mujer mayor a unos 50 kilómetros de distancia conllevó “casi media mañana y media tarde en ir y volver”.
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Fue cuestión de horas. De errores y aprendizajes. Al segundo día ya había aspectos que tenían más claros: “En lugar de ir presencialmente a las casas, llamábamos por teléfono para preguntar por los medicamentos que necesitaban, íbamos a la farmacia y ya se los llevábamos”. Ir haciendo poco a poco, lo que se pudiera, era su máxima: “La ilusión de haber ayudado, aunque solo fuera en una cosa, ya me hacía el día. Todo suma”.
Antonio ha vuelto en tres ocasiones más a Valencia después de ese primer contacto con la DANA y la evolución, evidentemente, “ha existido”. Entre sus principales tareas ha destacado el reparto de bienes, especialmente de alimentos, productos de limpieza e higiene, ropa, calefactores, humidificadores y placas vitrocerámicas portátiles. “La época del año no ha ayudado, porque ha habido mucha humedad”, indica.
Casos emotivos se lleva muchos: “Lo mismo que digo que soy muy duro para la intervención, soy blandito para las personas”. “Estuvimos en contacto con una mujer que estaba con su padre y su madre en casa, con su hija y sus nietos… en total 13 personas. Y ella era la que cargaba con el sufrimiento de los demás, pero ¿quién la apoyaba a ella? La remitimos al grupo psicológico para que la ayudaran”, dice Antonio, que explica que esta casuística se repetía en otros perfiles: una persona que sustenta la carga familiar y que precisa de apoyo.
Ahora solo queda seguir avanzando, con paso firme, sin pausa. Mirando hacia el futuro, Antonio considera que hay dos líneas de trabajo principales: “La emocional y la de reconstrucción”. Todavía queda por hacer.
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Desde Ceuta hasta Valencia
Gonzalo Llorente es psicólogo de Cruz Roja en Ceuta, donde lleva trabajando unos 6 años. La primera noticia que recibió de la DANA fue a través de la tele: “Me quedé impactado y, claro, enseguida vino ese sentimiento de querer ayudar”. Se integró en el equipo psicosocial y después de una primera intervención, regresó al poco tiempo a “repetir la experiencia”.
La buena acogida, los abrazos, incluso la tristeza se le han quedado grabados. “Me acuerdo de una madre que vio cómo a su hijo se lo llevaba la corriente; familias que estuvieron 3 días en una azotea… tantas experiencias”, relata Gonzalo, que coincide con Antonio en señalar esos primeros días de desconcierto y, poco después, organización. “Vimos la coordinación del ejército, bomberos, policía; de gente que venía de puntos de toda España, de distintos países… Dentro de lo dramático de la situación, fue muy satisfactorio participar con tantas personas y ampliar las redes de trabajo”, expone.
En cuanto a las acciones, la ventilación emocional fue lo que más primó en ese momento: “Ayudamos a asumir todo lo que había pasado mediante la escucha activa, la normalización de sentimientos…”, cuenta Gonzalo. También había gente que era reacia, al menos inicialmente, a realizar este tipo de acompañamiento, todavía en shock por toda la situación, incluso “tenían un enfado con el mundo por todo lo que habían vivido, aunque luego te agradecían que les escucharas”. “Cuando fui por segunda vez ya pudimos prestar una atención más personalizada y precisa”, indica.
A nivel emocional, uno de los problemas que pueden surgir es que el duelo se enquiste a lo largo del tiempo. “Se considera que en torno al año está en rangos normales, pero si no, se puede desarrollar un duelo patológico”, menciona Gonzalo, que recalca que esta situación puede entrañar riesgos muy serios para la salud.
“Aunque lo había visto en las noticias, me sorprendió igual cuando llegué”
Verónica Santo es educadora social, y lleva cerca de 8 años en Cruz Roja en Ceuta. Ella también formó parte de uno de los primeros equipos que partió hacia Valencia, concretamente del de desescombro. Más tardé, regresó en calidad de trabajadora social para seguir ayudando en lo que pudiera. “Aunque lo había visto en las noticias, me sorprendió igual cuando llegué”, rememora de esos primeros días.
La primera etapa fue muy dura físicamente, ya que estuvieron ayudando a limpiar casas. Una exigencia física que se mezclaba con la reacción más inmediata ante la tragedia. “La gente nos contaba lo que había sucedido: no llovía nada y de repente vieron la riada. Cómo perdieron todo”, lamenta y, aun así, sostiene: “Pese a todo, tenían muchas ganas de salir adelante”.
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En concreto, recuerda el caso de una casa en un barrio de Alfafar en el que vivían varias chicas con su tía. “La tía tenía un poco de síndrome de Diógenes, y guardaba muchas pertenencias, pero gracias a ellas pudo sobrevivir, porque pudo colocarse arriba con su perro y la salvaron”, explica Verónica. Una de las sobrinas les regaló una ambulancia llena de barro que ahora conservan en la oficina en Ceuta. “Había también monedas antiguas, mochilas antiguas, juguetes, ropa… Nos solíamos ir sobre las 18h por la luz, pero ese día nos quedamos hasta las 21h con linternas para dejar la casa bien”, explica.
Los menores también han sufrido mucho esta situación. “Fui con una compañera psicóloga de Ceuta especializada precisamente en menores para hablar con dos de ellos. Uno vio desde el balcón cómo la riada se llevaba a una persona mayor; eso, junto con la pausa en los colegios, y con todos los días metidos en casa, le estaba costando mucho”, narra. También pudo compartir tiempo con un voluntario psicólogo de Barcelona, “un hombre con mucho bagaje”, dice, en lo que se ha convertido en un movimiento voluntario sin precedentes que ha hecho que muchas personas se desplacen hacia Valencia movidos por la solidaridad.
Aunque el sabor es agridulce por muchos motivos, “me quedo con las personas”. “A veces ni comíamos, y de repente venía gente a traernos alguna cosa. Y muchos chavales, muchísima gente joven. Es la humanidad de las personas lo que te llena”, recalca Verónica.
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24 y 60 años, pero la misma vocación
Irati Miguel tiene 24 años, es de Pamplona y lleva poco tiempo como voluntaria de Cruz Roja. “La DANA me impulsó a hacerme voluntaria, aunque en casa ya había trabajadores de Cruz Roja”, indica. Comparte las ganas de ayudar con Jose Luis Estrada, aunque sus historias de vida son radicalmente distintas: él es de Valencia, tiene 60 años y acaba de prejubilarse después de 30 años en el mundo laboral. “Me pareció un momento idóneo para ayuda, y lo prioritario era la DANA. Luego ya iremos haciendo otras cosas”, dice.
Ella ha participado en acciones de limpieza, desescombro y logística, y en su tercera vez, ya en 2025 en Valencia, sigue igual de “motivada”. “Aunque pensé que venía mentalizada, siempre hay un choque de realidad tremendo. Ahora mismo estoy en la estructura de la célula del equipo de coordinación y me dedico a captar las demandas de territorios y usuarios y usuarias afectados por la DANA. Hay muchas de psicosocial y petición de ‘orugas’ para trasladar y movilizar a gente que no puede bajar de sus domicilios”, indica. Jose Luis, por otro lado, ha estado más presente en la dispensación de alimentos.
“Es algo que recomendaría al 100%. Ya quiero volver, y todavía estoy aquí. La gente es muy agradecida, te dan una motivación extra supersatisfactoria”, cuenta Irati y Jose Luis se suma a sus palabras: “Agradecimiento, eso es lo que transmite la gente. Y yo tengo claro que quiero invertir mi tiempo en ayudar”, concluye.
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