Recuperando el espíritu vecinal - Ahora
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- Un proyecto piloto de Cruz Roja en 8 pueblos de España persigue el ambicioso objetivo de dotarlos de una mayor autonomía para plantear y resolver sus necesidades. Por el momento, la experiencia no podría ser más satisfactoria.
Sacar las sillas y colocarlas frente a la puerta de casa para, al caer la tarde, comenzar a conversar con vecinos y vecinas. Esta escena típica, clásica, de los pueblos, se ha ido perdiendo con el paso del tiempo (algo tienen que ver, también, las altas temperaturas). Ahora, un proyecto piloto de Cruz Roja quiere recuperar, no solo esta estampa, sino muchas otras similares para demostrar el inmenso poder que tiene la comunidad en las zonas rurales.
“Nos hemos acostumbrado a vivir en soledad y apartados de nuestros vecinos”, expone Ana Berta Ramos, redactora de informativos de la Televisión Canaria y voluntaria en Cruz Roja en La Gomera, donde se lleva a cabo esta iniciativa en la localidad de Arure. “Eso de que si antes se veía una luz de madrugada en tu casa, te preguntaban qué había pasado; que te regaban las plantas cuando te ibas de vacaciones; que si te ibas a pasar unos días a la ciudad te preguntan si necesitas algo… Queremos recuperar el espíritu de vecindad y comunidad”, añade.
Mediante un modelo de voluntariado no tradicional, Cruz Roja persigue dinamizar el desarrollo comunitario en entornos rurales (con el foco en municipios y zonas poco pobladas) a través de un voluntariado que, tras el apoyo externo inicial, haga sostenible al grupo local para que este plantee necesidades y las resuelva de forma local y autónoma. Pero, ¿en qué se vertebra esto? En sesiones en grupo, en la que participan personas del municipio y localidad en cuestión, y donde hablan sobre sus necesidades y maneras de resolverlas.
Cada cual aporta sus capacidades. La suma de todas ellas da como resultado una comunidad más resiliente, más fuerte, lo cual repercute positivamente en la salud física y mental de las personas que la componen, aumentando, además, su autopercepción de calidad de vida.
En Arure (Santa Cruz de Tenerife), por ejemplo, se han celebrado tres reuniones hasta la fecha. “La primera fue un éxito de convocatoria, teniendo en cuenta que La Gomera es la segunda isla más pequeña de Canarias, por detrás de El Hierro, y la segunda más envejecida, también por detrás de El Hierro. Pocos y mayores”, señala Ana Berta. “Hubo un señor mayor, muy culto, que tocaba el tambor, que dijo que le encantaría tener clases de música. Pues justo estaba también la directora de la escuela de música de Valle Gran Rey, y se comprometió a traer clases aquí. Surgió una necesidad y se le dio respuesta. Fue mágico”, menciona.
El papel de Cruz Roja pasa por ayudar a que el proyecto camine para, después, dejarlo andar solo. Ese espíritu también se plasma en el voluntariado, que no lidera el proyecto, sino que ayuda a construir relaciones estables con el entorno, dinamizando y fomentando el trabajo en red y la participación equilibrada e igualitaria de todas las personas y agentes sociales que forman parte de él. De esta forma, cuando el voluntariado asume la interlocución con la correspondiente asamblea de Cruz Roja, esta queda incorporada a la dinámica grupal como un agente social más.
El papel de Cruz Roja pasa por ayudar a que el proyecto camine para, después, dejarlo andar solo
“Una persona muy implicada en el proyecto, una trabajadora social de la isla, comentó algo clave: que veía en las actuaciones, en los talleres, en las actividades o en los encuentros interculturales de La Gomera mucha participación cuando se celebraban, pero que luego se quedaban en nada porque, al final, lo hacía una institución”, advierte Ana Berta. Para que el proyecto continúe este no puede “esperar a las instituciones”; deben ser la comunidad y el vecindario quienes atiendan sus problemas y, también, quienes exploren posibles soluciones, activando sus propias capacidades y siendo no solo sujetos receptores o incluso actores, sino protagonistas de sus vidas.
El objetivo, además, es que el proyecto eche raíces. “Se trata de que en un año, o diez, si es posible, sigan existiendo personas que sirvan de motor, dinamizadoras, para continuar hacia delante”, alega Ana Berta. En septiembre, sin ir más lejos, se está preparando la primera jornada de convivencia en Arure, a la que asistirán los participantes del proyecto de La Palma para reforzar, además, “que no es una cuestión de un solo pueblo, sino que estamos interrelacionados”.
El futuro está por escribir. “Quién sabe… Arure está a 15 minutos de la costa de Valle Gran Rey. ¿Por qué no puede haber gente que venga a vivir a Arure, tener aquí su familia…? Que haya niños, que se pueda abrir de nuevo la escuela”, desea Ana Berta, que reconoce que ha puesto todas sus energías en la iniciativa para que salga adelante.
El proyecto piloto, subvencionado por el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 dentro de la partida del IRPF estatal para ‘Otros fines de interés social’, se está realizando, además de en Arure, en Valle Gran Rey, en La Gomera, en otros 7 pueblos (ha sido demandado por diferentes comunidades), como El Bonillo y Ossa de Montiel, en Albacete; Samos y Triacastela, en Lugo; Aguarón y Paniza, en Zaragoza; y La Palma – Puntallana, en Tenerife.
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